miércoles, 9 de septiembre de 2020

LA MIRADA DEL HOMBRE DEL CUADRO

LA MIRADA DEL HOMBRE DEL CUADRO.

Alicia se detuvo, súbitamente, delante del escaparate de la galería de arte. Pasaba todas las mañanas camino del trabajo, pero hoy había un cuadro nuevo que le había llamado la atención. Fue sólo un instante pero la mirada del hombre plasmada en el lienzo parecía decirle algo, como si telepáticamente quisiese transmitirle un mensaje. Era un hombre joven, moreno, de ojos verdosos, muy serio, que la observaba fijamente desde el otro lado del cristal.

El latido de su corazón se aceleró, y como impreso en fuego Alicia visualizó perfectamente unas palabras en su mente: "LA MALDICION DE LA DIOSA". ¿La maldición de la diosa? Alicia meneó la cabeza, qué cosas se le ocurrían, ¿cómo iba a querer decirle nada una mirada?. Pero cuando volvió a pasar por la tarde el cuadro ya no estaba.

Entró en la galería para saber quien había pintado aquel cuadro.

—No hemos puesto ningún cuadro nuevo esta mañana —le contestó la dependienta— en el escaparate está el mismo desde hace una semana, el de los girasoles. ¿quieres ver alguno en especial?

—Pero... si estaba ahí, era el retrato de un hombre joven, moreno... 

La dependienta la miró sorprendida y tras unos instantes de vacilación arguyó...

—Lo habrás imaginado, no recuerdo haber tenido nada parecido.

Alicia salió de la galería, perpleja. No era propensa a tener alucinaciones, ni a imaginar cosas que no eran reales, hasta que...

—Venga, tira el ramo...

Alicia, situada entre las ocho amigas solteras de la novia gritaba eufórica. No le gustaban las bodas, ni ver como sus amigas iban encontrando pareja mientras ella seguía soñando con el  hombre de su vida...

La novia tiró el ramo hacia atrás con fuerza, cayendo justo entre sus manos.

Pero... ¿¿qué era aquello? ¿qué había caído en sus manos?? No era el ramo de azahar, era... una manzana dorada, con una inscripción.. intentó descifrarlo:  “para... la ... más.. bella” Alicia miró atónita la manzana mientras sus amigas la rodeaban.

—Anda, qué bien, te ha tocado el ramo —celebraba Rosa— el año que viene tenemos otra boda.

Alicia levantó la mirada a su amiga y volvió la vista de nuevo a... sí, era el ramo azahar de la novia.

—Rosa... ¿no has visto la manzana?


—¿Qué manzana? ¿qué dices?

—Me estoy volviendo loca —¿¿qué le estaba pasando??— tenía... tenía una manzana dorada en las manos, no el ramo...


—Chiquilla, ¿qué dices de manzana? Ni que fueras Blancanieves...

Y de nuevo volvió a recordar la mirada del hombre del cuadro.  Cerró los ojos y volvió a ver la manzana dorada, que había tenido en sus manos... arrojada por... una mujer... era.. otra boda... y unas voces llamándola... “Eris”.

—¿Te encuentras bien? A ver si te han dado algo con la bebida —Rosa miraba preocupada a su amiga que se había puesto blanca como el papel.


—Estoy teniendo alucinaciones, Rosa, desde hace... una semana...


—¿Cómo alucinaciones??

Carmen, con su bebé,  se acercó a ellas a ver qué les pasaba con el ramo.

—Ooh, ¡qué ricura! —exclamó Alicia— ¡qué grande está ya! —por un momento se olvidó de su alucinación— ¿qué tiempo tiene?

—Seis meses. ¡¡Qué bonito ramo!! eso es que por fin vas a conocer al hombre de tu vida.

—Pues si dice que ha visto una manzana —volvió Rosa sobre el asunto— esta muchacha está flipando en colores... cuéntanos qué te ha pasado con eso de las alucinaciones...

—Es algo muy extraño, ocurrió un día después de mi cumpleaños, al ir al trabajo.... 

Rosa y Carmen escucharon con atención a su amiga, mientras el bebé palmoteaba la cara de su madre.

La novia se les acercó, con una copa de champagne en la mano. Vestía un traje blanco, ceñido a la cintura, muy vaporoso, cruzado en diagonal por una especie de túnica, con escote asimétrico. La melena, larga y rizada, sujeta con una diadema caía como una cascada dorada sobre sus hombros.

—Estás preciosa, chiquilla —admiró Rosa— pareces una diosa griega.

—¿Os estáis divirtiendo? —preguntó Elena, la novia— Está bien este recinto, ¿verdad? Han acondicionado la masía para celebrar banquetes

Alicia se la quedó mirando sin verla, sus neuronas enlazaban información de una a otra, en conexiones rápidas y aceleradas, capturando imágenes de recuerdos que no había vivido. Se acercó a Elena y tocó la fina tela de su vestido. Cogió con la mano uno de los pliegues de la falda y se lo llevó a la cara. Ese tacto, esa suavidad... ella había llevado vestidos como ese...

Sus amigas la observaron.

—Está flipando otra vez —dedujo Rosa, preocupada— ¿le habéis puesto algo a los aperitivos?

Alicia meneó la cabeza y murmuró...

—Yo he llevado vestidos como éste... —se llevó las manos a la cara y se tapó los ojos,  y... de nuevo... la mirada del hombre del cuadro, acercándose a ella, y deslizando las manos sobre sus hombros haciendo que el vestido se deslizase por ellos para caer al suelo, un vestido...  como el de la novia.

—Anda, ve al lavabo y échate agua en la cara, a ver si te despejas —Rosa tiró de su amiga hacia el interior del restaurante que estaba ubicado dentro de la masía.

Atravesaron el comedor, dispuesto en mesas redondas, con los cubiertos ya preparados para al cena, y llegaron hasta los servicios.

Alicia dejó correr el agua del grifo y se mojó la frente, pero...  al mirarse en el espejo, se vio completamente desnuda, sumergida en una bañera de piedra, mientras un  hombre...  el hombre del cuadro... le echaba agua con una esponja y le enjabonaba la espalda. Nunca había sentido nada igual, tanta ternura, tanto cariño, aquel hombre... la amaba... la miraba a los ojos, la acariciaba, enredaba los dedos en sus cabellos... se vio con las manos apoyadas en sus fuertes pectorales mientras le hacía el amor. Cómo sus brazos, protectores, la abrazaban, la envolvían, entre sabanas de finas telas, en una cama con dintel, del que colgaban lujosos cortinajes. Su imagen perlada en sudor, bajo su cuerpo desnudo...  aquel hombre era..  era... su marido...

—Muchacha, ¿has visto un fantasma? —la interrogó Rosa, al ver su cara— te has quedado pálida, tu no estás bien. Anda, vamos al restaurante que ya van a poner la cena.
 
—Rosa, he visto a mi marido —Alicia, con los ojos muy abiertos, alucinada, se apoyó en su amiga, la cogió del brazo y se dejó llevar  hasta la mesa— me he visto en otra vida, ¡¡tenía un marido!!.
 
—No, si yo también he debido de tener marido en otra vida, porque lo que es en esta... no lo cato, se me va a pasar el arroz. ¡¡Ay hija,  primero la manzana, luego el principe... ya te digo... solo te faltan los enanitos y la bruja mala...!!

Alicia se distrajo, durante la cena, charlando con los comensales con los que compartía la mesa. Rosa, a su  lado, no paraba de reír y de contar anécdotas de sus aventuras y desventuras. De vez en cuando la mirada de Alicia desconectaba de la realidad, para adentrarse en un déjà vu frenético... la algarabía, los camareros yendo y viniendo con los platos, el vestido de Elena, la novia... ¡¡el nombre de Elena, que inexplicablemente le causaba desazón, provocadora de tragedia, de muerte...!! Alicia sintió erizársele el vello, y un escalofrío la recorrió desde la cabeza hasta la última célula de sus pies.

 La luna llena iluminaba el jardín y la música invitaba a bailar, en una pequeña pista cubierta de guirnaldas de colores...

—¡¡Venga, Blancanieves, vamos a bailar!! —animó Rosa con una copa en la mano— ¡¡la noche es joven!!

Pero Alicia no se sentía muy bien, se arrellanó en uno de los cómodos sillones que bordeaban la pista, con el vaso de gin-tonic entre los dedos, y paseó la mirada por los jardines de la masía, necesitaba saber más de lo que le estaba ocurriendo, miró la palidez de la luna, buscando una respuesta y recostando la cabeza en el mullido cabecero, cerró los ojos. Como si estuviera esperando ese momento, la mirada del hombre del cuadro inundó su mente,  se marchaba, se separaba de ella, algo se rompía en su interior... Alicia sintió latir muy fuerte su corazón  y un dolor inmenso la paralizó, un dolor de muerte, de tragedia, muerte por todas partes, fuego y muerte.

Súbitamente abrió los ojos asustada. Un joven se había sentado a su lado.

—¿Te encuentras bien?
 
—Si, si, no es nada —Alicia tomó un sorbo del vaso y sonrió al muchacho.
 
—¿Eres pariente de la novia o del novio?
 
—Amiga de la novia...
 
—Ah, si, la que ha cogido el ramo. Yo soy amigo del novio. Alejandro, me llamo Alejandro —y se acercó para darle dos besos en ambas mejillas.
 
—Yo, Alicia —se presentó correspondiendo a su saludo— encantada.

Carmen se acercó a ellos con el bebé dormido en brazos.

—Aguántamelo un momento, Alicia, que voy al baño. Nos vamos a ir ya.
 
—Sí, tranquila, no te preocupes —contestó extendiendo los brazos para coger al niño.
 
—Enseguida vengo.

Alicia estrechó entre sus brazos al niño, la cabecita del bebé se removió y buscó refugio en su cuello rodeándola con el bracito. La muchacha se estremeció al sentir el corazón del bebé latir sobre su pecho. Y se vió corriendo con otro bebé en brazos... el suyo... un pasadizo secreto, húmedo, oscuro, de paredes de piedra. Corría a gran velocidad. “Escóndete”, le había dicho el hombre del cuadro, “si te cogen te harán su esclava, tienes que esconderte con nuestro hijo y las demás mujeres”

—¡¡Aliciaaaa!! —Rosa le estaba gritando— ¿¿ a dónde vas con el niño, corriendo como una loca?? ¿hay fuego?... esta mujer está peor por momentos...

 Alicia reaccionó, mirando alrededor. Sin darse cuenta se había quedado mirando embelesada al chico que estaba sentado a su lado, se había  levantado y había echado a correr con el bebé en brazos hacia la masía.

Carmen salía en ese momento del interior y casi tropieza con ella, se sorprendió al verla tan pálida con el bebé en brazos.

—¿Le pasa algo al niño?

Alicia no sabía qué contestar... miró a Carmen y a Rosa que se acercaban hasta ella.

—¿Otra vez estás con tus historias de otras vidas? Ahora, ¿quién eras? ¿Cenicienta, que salía corriendo a las doce con el zapato de cristal colgando?

—¿ Por qué no os venís a casa y nos tomamos una infusión?- propuso Carmen rescatando presurosa al bebé, de los brazos trémulos de Alicia- A ver si te relajas y nos cuentas qué te pasa.

—Si, si, es una buena idea —contestó Alicia.

—Eso, y le echas las cartas, o le lees la mano, a ver de dónde le viene todo ese tinglado que tiene montado en su mente, ¡¡la virgen!!. —Rosa se cogió del brazo de Carmen y la  interpeló— por cierto que aquello que me dijiste de que iba a aparecer el hombre de mi vida, vestido de uniforme, nada de nada... el único que ha aparecido es un guardia municipal de esos de tamaño grande para ponerme una multa... así que... ¡¡a ver si afinamos con las cartas... —con retintín— hermosa!!! 

 

Alicia se incorporó en el sofá, con la taza de té rojo entre las manos y miró interrogante a Carmen.

—Eso es que alguien quiere comunicarse contigo desde el más allá, pero... lo de la diosa... y la manzana...

—¿Cómo decías que llamaban a la que arrojó la manzana? —preguntó Rosa.

—Algo así como... Eris...

Carmen abrió el ordenador y buscó en google.

—Eris, diosa de la discordia... — continuó leyendo— aquí pone algo de una boda, que acudió sin ser invitada y, enfadada, arrojó una manzana dorada... —se vuelve a Alicia— esa debió ser la manzana que viste en tu alucinación.

—“para la más bella” ponía la manzana, —siguió Alicia, estupefacta,  no se podía creer que le estuviese pasando algo así...

—La arrojó entre las diosas Afrodita, Atenea y Hera  —prosiguió Carmen— fue Paris, príncipe de Troya, el que tuvo que elegir, ya que las tres reclamaban ser la más bella.

—¿Paris? ¿el tontaina que provocó la guerra de Troya? —preguntó Rosa—anda que... de Cenicienta y Blancanieves, nos vamos a la guerra de Troya... eso no puede ser, van a venir desde el más... pero mucho mucho más allá... pero si... ¿¿eso no era leyenda??

—No sé... sigue leyendo, Carmen.

—Sí, Afrodita tentó a Paris con Helena, la mujer de Menelao. Y Paris, al raptar a Helena provocó la guerra de Troya.

—¿Y el hombre del cuadro? ¿Quién es? ¿Paris? —Alicia negó con la cabeza— ¿quiere Paris comunicarse conmigo? Pero... ¿y el niño?

—Déjame leerte la mano.

Carmen cogió la mano derecha de Alicia y examinó su palma.

—Había mucha gente del más allá interesada en que tu nacieras, y que te protegieron cuando eras pequeña para que no te pasase nada malo.

—Eso son tonterías Carmen —repuso Rosa— no existe el más allá, sino el más acá, el muerto al hoyo y el vivo al bollo, ¡¡de toda la vida!!

—Vamos a ver qué dicen las cartas.

Carmen cogió su vieja baraja del tarot y mezcló con pericia las cartas.

—Corta —ofreció a Alicia.

Alicia cortó la baraja por la mitad y Carmen volteó la carta para mirarla.

—El Juicio, significa que hay un renacer, algo nuevo va a llegar a tu vida.

Carmen continuó con la siguiente carta, debajo de la del Juicio.

—El Sol, la pareja, tenemos un renacer y la pareja, vas a encontrar a la pareja de tu vida, en un renacer... —y sacando otra carta— Los enamorados. Sí, el amor, la pareja.

—Mira qué bien —interrumpió Rosa— todas encontráis pareja menos yo, y el hombre con uniforme sin llegar..

—Vamos a ver.... —analizó Alicia— primero tenemos las alucinaciones de una vida en Troya... con una diosa, Eris..

—¿Has leído a Homero, hace poco? Tal vez tienes una imaginación desproporcionada y alucinas con lo que lees —dedujo Rosa.

—O tal vez...—profundizó Carmen— tu seas la reencarnación de alguien que vivió en Troya.

—Por eso tuve aquellas malas sensaciones cuando vi a Elena, precisamente Elena, vestida como una princesa griega, porque fue la que provocó toda la destrucción de Troya. Yo debía ser alguien de la realeza, casada, y con un bebé. Carmen, ¿y si hacemos una güija para comunicarnos con el hombre del cuadro? Para saber qué quiere decirme.

—¡¡Oh, vamos!!, sólo faltaba eso, una güija —exclamó Rosa— no juguéis con esas cosas que como se nos cuele un espíritu... verás tu, luego ya no te lo quitas de encima... eso es como Hacienda.. se te pegan...

Carmen y Alicia hicieron caso omiso a las advertencias de Rosa, prepararon la güija e invocaron al espíritu del hombre el cuadro, pero... nadie contestó, ningún espíritu se mostró.

—Qué raro, debería haber dicho algo, al menos quien es...—observó Carmen.

—Si está muerto... pero...  ¿y si está vivo? ¿ y si se ha reencarnado como yo? —conjeturó Alicia, entusiasmada.

—Y te está buscando...—siguió Carmen, pletórica— así tendrían sentido el renacer, la pareja, el amor... tu debiste ser su mujer en la otra vida, tuvisteis un bebé, y ahora él se ha reencarnado y... te está buscando, ¡¡por eso te envía señales!!

—Bueno, bueno —bromeó Rosa, sarcástica— lo que hay que escuchar, las dos flipando ya... —miró su taza de infusión— ¡¡no bebáis tanto té rojo!!  Anda, vámonos a dormir, y si tienes otra alucinación, no le hagas ni caso, ni nos despiertes.

—Quedaos a dormir aquí, tengo una habitación con dos camas, es muy tarde ya —ofreció Carmen.

 

 

 

Carlos pasó de nuevo por la galería donde la noche anterior había visto el cuadro de una mujer morena, de ojos verdes. Inexplicablemente se había colado en su mente y en sus sueños, donde había aparecido con un bebé en brazos,  “ten cuidado, Hector —le había dicho mientras le abrazaba y se despedía de él— te amo”.  Había estado toda la mañana sin poder apartarla de sus pensamientos y ahora, de pie frente al escaparate, no conseguía verlo. Entró impulsivamente, decidido, tenía que saber quién era aquella mujer, quién la había pintado.

—No, no entiendo —le dijo la galerista abriendo mucho los ojos— en el escaparate está el cuadro de los girasoles, no lo hemos cambiado en todo el mes. Es curioso que...

—¿Como que no? —la interrumpió Carlos— era un cuadro antiguo, con una mujer joven, morena, de ojos verdes...

—¿Esto es una broma? ¿una cámara oculta?

—¿Qué dice?.

—¡¡Que no es el día de los inocentes, ni el mes!! —y se alejó del mostrador malhumorada— pues estamos buenos con los cuadros invisibles...

—No entiendo...

Carlos salió de la galería desorientado y... sus ojos, alucinados, se toparon con la atónita mirada de una mujer morena que se acercaba caminando por la acera.

 

                                          FIN.

 

 

 

 

 

 

 

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