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viernes, 12 de enero de 2018

"Pasión felina"



                             PASIÓN FELINA

El cabello leonado de la muchacha refulgía con el sol de la tarde. Sus pies descalzos apenas sentían ya el dolor por las pequeñas piedrecillas y las hierbas secas del suelo de la sabana. Tenía que correr, correr, correr. Sentía las zancadas del felino cada vez más cerca, más cerca.

El jeep en el que viajaba con sus compañeros había volcado ante la embestida de varios búfalos y tan sólo ella había conseguido salir de debajo antes de que se incendiara. Había perdido las botas y el vestido se había hecho jirones.

Su melena flotaba al viento, el calor era insoportable, las gotas de sudor perlaban su piel. Tenía que seguir corriendo aun sabiendo que en breve iba a ser devorada por el enorme león que la perseguía.

Estaba a punto de llegar hasta la sombra de un acacia tortilis, cuando sus fuerzas le fallaron y cayó todo lo larga que era sobre el suelo arcilloso. El corazón parecía querer salirse del pecho. El vestido blanco, sucio de polvo y rasgado, mojado por el sudor, se pegaba a su cuerpo transparentando su bronceada piel. 

Desirée se quedó quieta, exhausta. El león se detuvo al llegar hasta ella, sentía su aliento sobre sus pies, sobres sus piernas desnudas.  La muchacha cerró los ojos. La larga melena leonada le caía por los  hombros y descendía por su espalda hasta casi llegar a su cintura.  El león emitió un fuerte rugido y empezó a girar a su alrededor hasta que su cabeza estuvo frente a la de Desirée. La joven, con la cabeza apoyada en el suelo se atrevió a abrir los ojos, sin mover ni un sólo músculo de su cuerpo. No comprendía cómo no se había convertido ya en la cena del animal.

Unos ojos grandes, y claros, como la miel, la escrutaban, recorrían su cuerpo palmo a palmo. Desirée volvió a cerrarlos angustiada. "Está pensando por dónde empezar a comerme. Aunque... igual acaba de merendarse un búfalo y ya no tiene hambre"

El felino husmeó su cuerpo pasando la cabeza sobre su espalda. El pelaje de su melena fue rozando su piel. El león dio la vuelta y se colocó detrás de ella para lamerle los pies. Unos fuertes lametones.
"Ya se ha decidido, va a empezar por los pies" pensó Desirée, angustiada.
La lengua del animal continuó por sus piernas hasta llegar a sus glúteos. Empezó de nuevo a olisquearla. Desirée no sabía qué hacer, sentía el húmedo hocico del felino sobre sus muslos. Estaba temblando de pánico. Uno de los colmillos del león se enganchó en la tira de su tanga y al levantar la cabeza lo arrancó, dejando sus nalgas al aire.
—¡Ay, Dios mío! —exclamó Desirée al sentir la húmeda lengua del animal deslizarse desde su vulva hasta su ano, una y otra vez— que este bicho me ha confundido con una leona en celo, joder, a ver qué hago... mejor me doy la vuelta...
Poco a poco fue girando las caderas bajo los lametones del felino que lubricaban su entrepierna levantando el vestido hasta la cintura. Por fin consiguió quedarse boca arriba y empezó a arrastrarse, reculando, para alejarse de él. El león se detuvo y alzó la cabeza para mirarla fijamente. Los ojos color arena mojada se posaron en los azules de ella.
Desirée alargó la mano hasta posarla sobre su hocico.
—Quieto, animalito, quieto —consiguió murmurar.
La fiera ladeó la cabeza y estiró la enorme zarpa hasta ella enganchando el vestido con la uña y rasgándolo. El pecho palpitante de la muchacha quedó al descubierto.
—¡Ah! —gritó asustada.
Se miró el escote, un pequeño arañazo en su piel había dejado un hilillo de sangre. Unió con ambas manos los jirones del vestido para tapar su desnudez. El león dio dos pasos colocándose a horcajadas sobre ella. La larga melena rozaba su pubis, su vientre, sus senos. De nuevo bajó la cabeza para pasar su hocico por su piel y lamerla desde la vulva hasta las aureolas de su pecho.
"Madre mía, pues no me está poniendo a cien, este bicho con sus lametones y sus roces. Esto me recuerda a la bella y la bestia, o a King Kong. ¡La virgen! Y ahora... ¿qué hago?"
Volvió a arrastrarse intentando llegar hasta el tronco de la acacia cuando de pronto, una serpiente se deslizó desde una de las ramas y zigzagueó sobre sus cabezas.

—¡Una mamba negra, joder! — exclamó Desirée que en un movimiento veloz se deslizó entre las patas del león— aquí estaré a salvo... de momento.
El felino alzó la cabeza. La serpiente abrió la boca exhibiendo la negrura de su garganta. Con una rapidez increible en dos zarpazos certeros el ofidio voló por los aires hasta aterrizar en unos matorrales lejanos.
Desirée observó boquiabierta la escena desde debajo de las fauces del león. "Uff, por los pelos" Despacito salió de debajo y consiguió incorporarse. Se arregló como pudo los jirones del polvoriento vestido y, de pronto, un rugido la obligó a agarrarse a la melena del león buscando protección. Un gran leopardo había aparecido ante ellos.
El león levantó la cabeza observándole fijamente con sus ojos color miel. El leopardo dio dos pasos lentos acercándose, parecían dos contendientes en el lejano oeste, midiendo sus fuerzas con aquella mirada color canela. La piel moteada del leopardo brillaba en tonos dorados con los últimos rayos de sol. De repente se detuvo y emitió un rugido. La muchacha se aferró con fuerza al cuello de la fiera y otro rugido descomunal, que retumbó en toda la sabana, salió de la garganta del león como respuesta.
—Eso, grita más fuerte, que tu eres el rey de la selva —animó Desirée que casi se queda sorda ante tal estruendo.
El leopardo metió el rabo entre las piernas, giró sobre si mismo reconociendo la superioridad del león y se alejó.
—¡Eres el mejor, se ha ido! —exclamó la muchacha abrazada a su melena.
Su mirada se dirigió aterrorizada al suelo. Dos escorpiones correteaban sigilosos en su dirección.
—¡Joder, joder, joder! —de un salto subió a lomos del felino— aquí una no está a salvo ni en el suelo.
Desirée se agarró fuertemente al cuello del león, sus brazos estaban casi ocultos por la melena del animal que se dejó cabalgar sin oponer resistencia. Dio un par de zancadas y enseguida se puso a correr, cada vez más deprisa. La muchacha, a horcajadas sobre él, se dejó llevar. Una sensación inefable de libertad salvaje la envolvió. Su larga melena leonada se confundía con la del felino y flotaba al viento. Escondió la cabeza en su cuello y escuchó el latido de su corazón, tan fuerte, tan vibrante. Podía sentir bajo su pecho cada milímetro de su  musculatura robusta y vigorosa moverse con precisión.  Con el vestido rasgado estaba piel con piel con el animal. El roce del pelaje con su pubis la excitaban enormemente. Su vientre cabalgaba a lomos de aquella fiera salvaje de la que escapaba hacía unos minutos y a la que ahora se aferraba para sobrevivir. Sus senos se dejaban caer sobre su espalda uniéndose a ella, notó la erección en sus pezones y le abrazó con más fuerza. Sus piernas hacían presión para no caerse. Empezaba a dolerle el roce del pelaje sobre su vulva pero era tal la excitación que sentía que no le importaba lo más mínimo. El sol se estaba poniendo en la sabana y la tierra tenía un tono anaranjado y cálido.
El león fue aminorando la marcha hasta detenerse al lado de una gruta excavada en la montaña. Agachó la cabeza y entró en ella, dio un par de vueltas y se tumbó en el suelo de piedra.

Desirée se quedó por unos momentos sin saber qué hacer, seguía a horcajadas sobre el león. Muy despacio deslizó una de sus piernas hacia el mismo lado que la otra y con un pequeño salto bajó al suelo. Sus pies desnudos notaron la humedad de la piedra. Allí dentro no hacía tanto calor. Fuera, tan solo la luna iluminaba la noche. Se acercó a la entrada de la gruta, el cielo tenía millones de estrellas pero una gran cantidad de sonidos extraños y amenazadores la hicieron volver hacia dentro. Sus ojos azules se clavaron en los de color miel del león, que emitió un débil rugido moviendo la cabeza.
La muchacha se mordió los labios. La luz de la luna iluminaba su figura, sus cabellos revueltos cayendo sobre los hombros, la curva de sus caderas casi desnudas, los senos voluptuosos entre los jirones del vestido roto, el vientre terso, el pubis rasurado y enrojecido. El león parecía contemplarla con deleite entornando los ojos. Poco a poco se acercó a él, estaba exhausta. Se acurrucó a su lado, ya no sentía miedo, necesitaba que la protegiese de tanto bicho y tantos peligros.
El león apoyó su zarpa sobre el pecho desnudo de la joven, el roce de su pelaje en su espalda y en sus nalgas la hizo vibrar de nuevo. ¿Cómo se sentiría una leona? Había visto tantos documentales sobre los leones...
El felino rozó su cabello con el hocico. Ella se giró hacia él y metió la mano en su melena.
"Ay, Dios, cuando cuente esto en la oficina no se lo van a creer, van a flipar en colores" pensó Desirée mientras estiraba los brazos hacia atrás, mostrando al león la turgencia y exuberancia de sus pechos. La zarpa del león bajó hasta sus caderas y su lengua empezó a lamerla tiernamente, despacio, una y otra vez. Sus pezones se erizaron de nuevo con la tibieza de su humedad, su vientre se arqueó. El león fue bajando hasta su vulva, su clítoris, endureciéndolo hasta límites insospechados, subiendo a raudales la pasión sexual en un torrente de flujo que se derramó en la entrepierna de la muchacha, llevando el éxtasis hasta su culminación. Un fuerte orgasmo la sacudió de los pies a la cabeza.
Desirée abrió los ojos arrobada y sonrío. Se incorporó quedando sentada y tomó entre sus manos la cabeza del león para mirarle a los ojos.
—¡Qué bello eres! Sólo me faltaba enamorarme de ti, a ver cómo hago para mandarte whatsapps o agregarte al facebook...
El león levantó las patas delanteras y bostezó abriendo tanto las fauces que la cabeza de la muchacha podría haber desaparecido de un sólo mordisco.
—Yo también tengo sueño —añadió la joven, tumbándose en el suelo y apoyando la cabeza en uno de sus brazos— lástima que... sin almohada, bueno una de tus zarpas tan mulliditas me servirá.
Pero el felino no parecía tener sueño, se levantó del suelo y rodeó a la muchacha, el aire de la cueva estaba impregnado de olor a sexo, de olor a hembra.
Desirée contuvo la respiración al sentir el cuerpo del león sobre ella rozando con el pelaje su espalda, las patas delanteras estiradas, colocadas a la altura de su cintura. Lo había visto muchas veces en los documentales cuando se apareaban. ¡Pero ahora la leona era ella!
Las fauces de la fiera agarraron entre sus colmillos la melena de la muchacha, mientras sus patas traseras se pegaban a sus nalgas. El corazón de la muchacha latía aceleradamente. Los penes de los felinos tienen unos pequeñas espinas de un milímetro que rozan al vagina de la hembra.
"¡Ay Dios, me va a hacer daño!" pensó rápidamente notando el falo del felino buscando y restregándose por su vulva "Esto si que no se lo van a creer mis amigas, pero... bueno... una experiencia más. A ver cómo se lo explico a  mi ginecólgo"
—¡Oooh, joder, joder, joder! — exclamó la muchacha al sentir la verga del macho penetrando en su vagina. Un placer brutal la envolvió abandonando su cuerpo al empuje de la bestia que se adentraba una vez, dos, con movimientos contundentes y fuertes. Estaba totalmente aprisionada entre sus patas, con la cabeza del felino sobre la suya agarrando y tirando de sus cabellos con las fauces y su vientre pegado a las nalgas transmitiendo los movimientos compulsivos del apareamiento, apretando y friccionando sus glúteos. El dolor que producían las pequeñas espinas de su pene presionando sobre las paredes de la vagina exacerbaban aún más la excitación, el placer bestial. Los testículos de la fiera golpeaban su clítoris inflamándolo.
El felino paró unos instantes para seguir con tres fuertes embestidas y soltar sus cabellos para rugir. El cuerpo de Desirée se contorsionó con un fuerte espasmo. Un sollozo de dolor y placer escapó de su garganta. Un orgasmo feroz y salvaje explotó en cada célula de su piel. El león empujó de nuevo y una sucesión de espasmos convulsionaron el cuerpo de la muchacha agitándolo en contracciones sin control hasta dejarla inconsciente.








Unos besos en el cuello y en la boca la hicieron volver en si.
—Me encanta llegar del trabajo y encontrarte echando la siesta en el sofá —escuchó susurrándole al oído.
Desirée entreabrió los ojos y ,asombrada, miró a Pablo, su novio, que estaba sobre ella.
—¿Y el león?
Pablo giró la cabeza hacia la tele y se echó a reír.
—Ja ja, ahí lo tienes. Siempre te quedas dormida con los documentales de la dos.
La muchacha volvió los ojos y... allí estaba su león, apareándose con una leona. Su mano se deslizó hasta su tanga, estaba totalmente empapada.
La mirada de Pablo se desvió hacia le entrepierna de la muchacha.
—¡Vaya , vaya! ¿qué escondes por aquí? —dijo metiendo la mano bajo el tanga y palpando la humedad— bueno, bueno, esto está diciendo ¡Cómeme!
La boca de Pablo se perdió entre los voluptuosos senos de la joven que asomaban por la blusa. La acabó de desabrochar y bajó con sus labios por su vientre, arrastrando el tanga piernas abajo con los dientes. Desirée se estiró en el sofá .
—Mmmm. —murmuró excitada,  metiendo los dedos en los mechones negros de su novio, mientras él succionaba sus erizados pezones.
Pablo se levantó, se quitó la ropa  y la dejó sobre la mesa, al lado de dos billetes de avión para Tanzania. Se tumbó sobre su novia y la penetró con pasión y vehemencia.
Desirée cerró los ojos. Allí estaba la mirada cálida, color miel de su león, escrutándola,  embistiéndola con su miembro de espinas, haciéndola estallar de placer. y ahora podía escuchar su voz.

—Me enloquece poseerte, princesa, siempre eres mía.

miércoles, 13 de mayo de 2009

ALEJANDRA






Como todas las mañanas...
- ¡Buenos dias!. Un café.
Como cada mañana Alejandra, con su mirada altiva, le sirve un café detrás de la barra de la cafetería de la estación. La ve deslizarse entre las mesas con la elegancia de una princesa; fijar la vista en un punto lejano elevando la cabeza. Con la gracia de Grace Kelly, gira su estilizado cuello para mirar a los clientes que llegan presurosos a tomar algo, antes de iniciar su viaje.
“ Tiene aire de princesa egipcia”- piensa Pablo, mientras apura su café antes de tomar el tren de las siete de la mañana.
Alejandra desvía la mirada hacia el horizonte donde el sol se despierta sobre el mar. Cada mañana la misma rutina, devuelve el cambio al viajero que acaba de tomarse el café y sus pupilas se encuentran por un momento con aquel mar agitado que son sus ojos verdes. La misma sonrisa en los gruesos labios del hombre que se despide con un: ¡Hasta mañana!.
Alejandra le sigue con la mirada hasta la puerta que da al andén, tiene una amplia espalda y es muy alto. El se gira entonces y ella aparta la vista.

Pero es varias horas más tarde cuando Pablo vuelve a verla en un ambiente totalmente diferente, casi no la reconoce. Ha empezado hace una semana a ir a un nuevo gimnasio, está corriendo en la cinta, y le resbala el sudor por la frente y el pecho. De pronto, la ve llegar y entrar en la clase de danza del vientre. ¡Vaya, que casualidad!! Viste un top negro muy cortito, que deja ver un vientre terso y firme adornado por un piercing en el ombligo, una especie de diamante de color esmeralda, y en las piernas unas mallas negras hasta el tobillo. Entra en la clase y se coloca un pañuelo de flecos con medallitas doradas alrededor de las caderas.
Pablo se queda hechizado por aquella cintura que empieza a cimbrear elástica y flexible. Observa un precioso tatuaje en su bronceada espalda. Las caderas se balancean voluptuosamente y el pecho parece tener vida propia, ni Sakira se mueve tan bien. Sigue corriendo en la cinta notando la excitación en su miembro, sube la velocidad a medida que va subiendo el ritmo vibrante de la música en la clase del otro lado del cristal.
“Se mueve como una serpiente” piensa Pablo mientras la imagina desnuda moviéndose sobre él, marcando el ritmo de la música con el vientre sobre su pelvis.
La clase acaba con una vibración de todo el cuerpo, que aturde a Pablo, no puede dejar de correr, el bulto que marca su miembro no pasará desapercibido si baja de la cinta. “A buenas horas se me ocurrió comprarme un pantalón elástico”
Unos minutos de relajación y la clase finaliza. Las muchachas empiezan a salir. Pablo para la cinta y se seca el sudor con la toalla. Para disimular su excitación la coloca, como al descuido sobre la protuberancia de su bajo vientre, y se dirige a ella, para saludarla.
- ¡Hola, qué casualidad, tú por aquí!!
Alejandra le mira intentando reconocerle.
- Me suenas, pero... no sé de qué...
- En la cafetería, por las mañanas...
- Ahh, si- unos ojos muy abiertos y una sonrisa- ahora caigo.
- Soy Pablo- se presenta alargando la mano que tiene libre.
Alejandra se la estrecha y sonríe entornando sus profundos ojos negros.
- Hola Pablo.
- Hola Alejandra, bueno, tu nombre ya lo sabía, lo pone en la chapita que lleváis.
- Si, si- contesta Alejandra intentando rescatar su mano que ha quedado atrapada entre los fuertes dedos de Pablo.
Los ojos del joven se desvían hacia su escote donde unos senos firmes y turgentes, aprisionados por el top, brillan incitantes mojados por el sudor.
- Bueno pues... –interrumpe Alejandra, azorada por la inquietante mirada.
- Ehhhh, si, ¿te vas ya? hace un ademán involuntario con la toalla, y... esta vez son los ojos de Alejandra los que se desvían hacia el enorme bulto de su pantalón.
Pablo se da cuenta y, nervioso, vuelve a ocultar su excitación con la toalla.
- Voy... voy a ducharme ahora- murmura Alejandra.
- Sí, si, yo también voy a pegarme una ducha... Venga, hasta... hasta mañana.- “Una ducha fría” piensa Pablo mientras la ve alejarse.


Al día siguiente, por la mañana Alejandra le ve aparecer. No puede evitar sentir un cosquilleo bajo su vientre, ha pasado toda la noche soñando con aquella enorme protuberancia de su pantalón. Se acostó inquieta y los brazos de Morfeo se encargaron de transportarla a los fuertes brazos de Pablo.
- Buenos días Alejandra- una sonrisa y unos apasionados ojos verdes que se clavan en los suyos.
- Hola Pablo. ¿Un café?.
- Si, gracias.
Pablo se queda ensimismado agitando el azúcar con la cucharilla, sus ojos se detienen en la guinda verde de una de las ensaimadas que hay tras el cristal, en la vitrina de las pastas. Y... de repente... la guinda se transforma en la piedra esmeralda que decora el ombligo de Alejandra, su vientre está allí sobre la barra de la cafetería moviéndose como una serpiente, culebreando, al ritmo de la música, su pelvis se eleva con una cadencia sensual, baja y sube, sube y baja, baja y se pega a la barra, sube y su espalda se arquea, una y otra vez, rítmicamente, su pubis sube y baja tapado únicamente por el fino pañuelo verde de flecos y un diminuto tanga de encaje blanco que destaca sobre su bronceada piel. Sube y baja, arquea la espalda, sube el pubis. Pablo alarga el brazo y... recorre con los dedos aquella tersa llanura que forma su vientre, la piel de Alejandra se estremece con el contacto. Los dedos del joven empiezan a bajar y retiran el pañuelo para rozar el suave encaje del tanga, acaricia la parte interna de los muslos, los remonta hasta llegar a las rodillas, baja por la pierna, acaricia los pies desnudos que descansan sobre el frío mármol. Inicia de nuevo el camino de retorno hacia su pubis, despacio, casi sin tocar su piel. La muchacha sigue moviendo su vientre, al ritmo de la música sobre la barra de la cafetería. Están solos, no hay nadie más, tan sólo la suave brisa de la mañana y la música oriental, inundan la estancia.
Pablo detiene sus dedos en el monte de venus. Alejandra gira la cabeza y le mira.
Los labios de Pablo rozan su boca, deleitándose con aquella suavidad, le acaricia los cabellos negros que caen en desorden sobre la barra, la huele, huele... a diosa. Su mano asciende por el pecho, y sus dedos recorren el borde del sujetador y se adentran para acariciar sus pezones, duros y erizados. Un pecho que sigue moviéndose, arrebatadoramente sensual...
Alza la mirada y....
- Vas a perder el tren.
La voz de Alejandra le hace volver a la realidad, mira hacia el andén, su tren ya está estacionado.
- Gracias, hasta..., hasta luego.
Apura el café y sale corriendo.
Alejandra apoya la espalda en la pared, la mirada de Pablo la ha hecho estremecerse hasta la última célula de su piel, siente su sexo húmedo, excitado. Se seca las manos en el delantal, mientras su vista se pierde tras el último vagón del regional expres. Por unos momentos la cafetería se ha quedado vacía. Sale de detrás de la barra y empieza a recoger las mesas, deja los vasos sobre el mármol y... se detiene un momento, cierra los ojos. Las manos de Pablo están allí sujetándola por las caderas, siente la dureza de su miembro entre sus glúteos. Su boca la besa en el cuello, la muerde.
- Te deseo- le dice al oído.
En un impulso apasionado sus dedos desgarran su blusa, rompiendo los botones y aprietan sus pechos. Alejandra echa la cabeza hacia atrás y se deja hacer. Las manos hábiles de Pablo bajan por su cintura y se deslizan por su vientre, en unos momentos los pantalones de Alejandra caen hasta sus tobillos. El joven la voltea y la besa agarrándola por los cabellos y la cintura, devorando sus labios. Como si fuera una pluma la levanta del suelo para sentarla en la barra. Acaba de quitarle los pantalones, los zapatos. Le acaricia los pies desnudos, los pone sobre su pecho mientras sus manos van subiendo por sus tobillos, sus piernas, las abre y se coloca entre ellas, se acerca a su ombligo, donde centellea aquella piedra esmeralda, Alejandra enreda sus dedos en los cabellos negros de Pablo mientras la canción de Better in Time de Leona Lewis, suena en el hilo musical. La lengua del muchacho acaricia su vientre en círculos alrededor del piercing y va subiendo hasta su pecho. Con destreza desabrocha el sujetador y se deshace de él y de la blusa. Su cabeza queda atrapada entre los senos de Alejandra, que sigue extasiada, abrazada a él mientras Pablo le lame los pezones, las aureolas y sus manos aprietan sus caderas, atrapan su tanga, la muchacha eleva los glúteos y ayudándose de la boca, Pablo consigue dejarla completamente desnuda. Sus manos acarician ahora sus muslos y se deleita saboreando el flujo que moja la entrepierna de la muchacha, que cierra los ojos y arquea la espalda para sentir su lengua en sus labios mayores, menores, adentrándose en su vulva. Con rápidos movimientos, Pablo, se va quitando la ropa. La enlaza por la cintura y la baja al suelo. Alejandra queda alucinada al ver su pene enorme, grande y rígido acercándose a su vulva, empujando sobre su clítoris, mojándose en su flujo, sus manos se enlazan tras el cuello de Pablo, y sus piernas se elevan de nuevo, de un salto se coloca a horcajadas sobres sus caderas, un grito escapa de su boca al sentir su enorme verga penetrándola con decisión, sus brazos la levantan y la sujetan por las caderas como si fuese una muñeca, mientras la embiste una y otra vez con fuertes golpes de pelvis. Un intenso orgasmo la hace estremecerse. Pablo la tumba sobre una de las mesas y la sigue penetrando mientras acaricia sus pies, los lame, los mordisquea, una intensa sacudida de todo su cuerpo, seguida de otro orgasmo que la deja sin aliento. El joven la levanta de nuevo y la voltea dejándola apoyada en la barra, para penetrarla desde detrás, una y otra vez, hundiendo su falo en su vagina, cogiéndola del cabello, mordiéndole los hombros, apretándole el pecho. Alejandra siente la frialdad del suelo en sus pies y el calor de la pasión del pecho de Pablo en su espalda, la fuerza de su manos apretando sus pezones, pellizcándolos, su dedos agarrando sus cabellos para devorar su cuello, su falo eyaculando dentro de su vagina, recorriendo con su semen sus rincones más secretos, arrancándole un orgasmo bestial que la hace sollozar de placer.
Pablo recorre ahora con ternura su pecho, acaricia su vientre, continúa moviéndose dentro de ella, que sigue apoyada en la barra, con las piernas temblando. La besa en los hombros, en el cuello, aferrado a su cintura. Alejandra abre los ojos al escuchar abrirse la puerta de la cafetería que da al andén.
- He perdido el tren. ¿Me pones otro café?.

Emitido por radio en el programa Calents y contents, en ona cat fm el 8 de Mayo de 2009:http://www.ona-fm.cat/calents.asp : Blocaire calenta: Rebeca 8.5.09)

viernes, 19 de diciembre de 2008

YOLANDA



Yolanda miraba extasiada la corpulenta espalda del entrenador de fútbol del pequeño Noa; ella, y todas las madres que se congregaban en las gradas del colegio mientras sus peques pasaban la hora correteando tras la pelota.
- ¡Qué bueno está!- comentaba elevando las arqueadas cejas para abrir más los vivarachos ojos.
- Ya te digo- afirmó Estela a su derecha- y que voz tiene.
- Ufff, a mi me tiene loquita- aseguró Alejandra a su izquierda.
Iván seguía ajeno a sus miradas dirigiendo a los pequeños emuladores de Raúl y Ronaldiño.
- Noa, marcando, tienes que marcar a Alex. ¡A ver, esa defensa!
Su voz grave, rota, excitaba hasta la última célula de las mamis treinteañeras que no se perdían ni uno solo de los entrenamientos de su prole.
- ¡Noa, los cordones!. Átatelos.- el partido se interrumpió un momento. El pequeño miró a su madre, pidiendo socorro.
- ¡Mamáaaa!
Yolanda acudió presurosa en su ayuda y se agachó a atarle los cordones a su hijo bajo la mirada atenta de Iván. Se miró el escote. Desde donde él estaba seguro que podía verle hasta el ombligo. Elevó la vista un momento y... corroboró su sospecha, los profundos ojos negros del entrenador estaban fijos en su voluptuoso canalillo. Una sonrisa pícara y un: “ya están atados, Noa” mientras la sonrisa le era devuelta por los gruesos labios de Iván.
“Ay Dios, se me van a mojar las bragas de gusto”- pensó Yolanda, mientras sentía la mirada del entrenador recorriendo su espalda, se giró antes de sentarse con sus amigas y se encontró con aquella semisonrisa y aquella mirada profunda que recorría sus nalgas y sus piernas.
- Anda que, menudo repaso te ha echado con la mirada, nena- comentó Estela.
- ¡¡Me muero!!- dijo Yolanda.
- Está para comérselo.
Durante el partido Alex resbaló y cayó al suelo, haciéndose un rasguño en la rodilla. Alejandra, su madre, se levantó de la grada, pero Iván fue hacia él y con mucho cuidado lo tomó en brazos y lo llevó hasta la fuente para curarle la heridita. Las tres amigas se quedaron embobadas...
- ¡Qué tiernooo!!- susurró Alejandra- yo quiero que me coja en brazos.
- Pues... como no te caigas...- dedujo Yolanda.
Por fin acabó el improvisado partido y con él la hora de entreno de los niños. Estaban a mediados de Mayo y el calor era ya veraniego. Iván se quitó la camiseta y se dirigió a los vestuarios. Las tres amigas pudieron admirar la perfección de sus pectorales, ligeramente brillantes por el sudor, sus abdominales bien marcados... Al pasar al lado del grupo de madres que estaban recogiendo a los pequeños no pudo menos que sonreír y dedicarles un: “bueno, hasta el sábado- y dirigiéndose a Alex- ya no te duele ¿verdad campeón?”
- Pues.. no sé si podré jugar Ivan, creo que me he lesionado- argumentó muy serio el pequeño.
- Por supuesto que iremos- intervino rápida Alejandra- eso no es nada Alex, mañana ya estará curado.
- ¿Dónde jugamos el sábado, Ivan?- preguntó Yolanda.
- Pues contra el colegio del Mar, en Salou. Bueno, os dejo que me voy a pegar una ducha antes de irme.
Y con la camiseta sobre el hombro y los mechones de pelo ligeramente revueltos a lo “garçon terrible”, desapareció dentro de las instalaciones seguido atentamente por la mirada de las mamás que recorrían su amplia y musculosa espalda intentando grabarla en su mente.
- Mmmm como me gustaría ver como se ducha. – Yolanda imaginó ese cuerpo, enjabonado, el agua cayendo sobre su pecho, sus glúteos... - ¡¡Uff, de vicio nena, de vicio!!.
- Anda que se te cae la baba.
- Venga Noa, coge la mochilla que nos vamos- ordenó Yolanda sin dejar de mirar hacia los vestuarios del colegio.
- Jo, mami, déjame jugar un ratito más... ¡¡Porfa!!
- No, que es tarde, además me estoy haciendo pis.
- Pues ahí dentro hay water mami.- dijo Noa señalando los vestuarios.
- Pero Noa, ¿cómo voy a entrar ahí?
Sin embargo, una mirada picara se dibujó en su semblante. De todos modos, los lavabos del colegio ya estaban cerrados, tan sólo podía utilizar los de los vestuarios de los chavales. Alejandra y Estela la miraron, sus niños ya se habían ido a jugar también.
- ¿No te atreverás?- dedujo Estela.
- Jajaja, sí que se atreverá- observó Alejandra.- Anda entra a ver si le ves y luego nos lo cuentas.
Yolanda miró hacia ambos lados, los niños jugaban con la pelota ajenos a su indecisión. Y dando media vuelta se dirigió hacia los vestuarios.
- Es que... me estoy meando...- se excusó abriendo los brazos y elevando los hombros.
- Jajaja, anda, anda, que te esperamos.

El ruido del agua de una de las duchas, le hizo saber exactamente dónde se estaba duchando el joven entrenador. Yolanda entró en uno de los servicios para desahogar su vejiga. Luego se levantó, se bajó la falda... y salió sigilosa... Las duchas estaban al final del pasillo, despacio, siguiendo el sonido del agua se fue acercando... y se quedó parada, medio escondida tras la puerta que daba a las duchas, desde allí podía ver perfectamente la espalda y las nalgas de Iván, mientras el agua recorría aquellos músculos perfectos y bronceados. El joven se acariciaba el cuerpo con una esponja mientras el agua caía sobre él, se dio la vuelta mostrando un falo enorme y... en ese momento en erección, pasó su mano por él una y otra vez. Yolanda giró sobre si misma rápidamente, para que no la viese, tan rápidamente que resbaló con el agua mojada que había en el suelo y cayó de culo.
- ¡Ah!.
El joven sobresaltado salió de la ducha y abrió la puerta. Yolanda creyó morirse al verle allí, mirándola, desnudo, mientras ella seguía como petrificada en el suelo, con la falda levantada y... el tacón del zapato roto.
- ¿Qué haces aquí? ¿te has hecho daño?. – indiferente a su desnudez el muchacho se afanó por ayudarla a levantarse.
- Es que me estaba haciendo pis y como la polla que da a los lavabos del... digo.. la puerta del colegio de los baños..., perdona.
Iván se echó a reír ante la atónita mirada de Yolanda que no podía apartarla de su miembro. Pasó su mano por el tobillo de la muchacha.
- ¿Te duele?
- Un poco- murmuró Yolanda, excitadísima con el contacto de la piel del joven sobre su pierna.
Iván subió la mano despacio por su pantorrilla y la miró a los ojos.
- Y ¿ahora?- preguntó sin dejar de mirarla.
Yolanda abrió las piernas y echó la cabeza hacia atrás exhalando un suspiro y arqueó la espalda.
- Ahhh, un poco menos.
La mano de Iván se deslizaba ahora por sus muslos calientes.
- Y.. ¿ahora?- sus dedos rozaban ya el diminuto tanga de Yolanda y lo arrastraban dejando al descubierto su vulva húmeda, inflamada...
Iván le pasó un brazo por debajo de los hombros, la levantó del suelo y casi en volandas la llevó a las duchas cerrando la puerta tras él. Yolanda enlazó sus piernas en la cintura del muchacho y su boca buscó la de él, aquellos labios gruesos y calientes con los que tanto había fantaseado. Le mordió la barbilla, el cuello, la boca, ardiendo en deseo. Iván la apoyó contra la fría pared de azulejos y bajó por su escote para liberar los pechos, voluptuosos, exuberantes, pasó su lengua de uno a otro, succionó sus pezones erizados, vibrantes, hasta hacerla gemir de placer. Yolanda enlazó sus brazos alrededor de su cuello para morder sus hombros al sentir el falo enorme del muchacho buscando adentrarse en su gruta húmeda, rebosante de flujo. Yolanda sintió la fuerza de toda la pasión del muchacho, sobre su clítoris, una vez, otra vez, resbalando sobre su vientre, bajando, hasta su vulva sin decidirse a entrar.
- Sigue... sigue...- murmuró.
Y su enorme verga la penetró violentamente, irrumpiendo una y otra vez, con fuerza, empujándola contra la fría pared de azulejos. Luego la bajó al suelo y levantándole la falda la volteó colocándola contra la pared. Sus manos agarraron sus caderas y volvió a penetrarla desde detrás, sus labios apartaron su cabello hacia un lado y la mordió en el cuello, mientras sus manos apretaban sus pechos y pellizcaban sus pezones.
Una mano bajó por su vientre hasta su clítoris para estimularlo con ligeros circulitos. Yolanda jadeaba, se pegaba a él, a su pecho mojado, se deshacía de placer entre sus fuertes brazos, hasta que un intenso orgasmo la hizo gritar y arquearse hasta casi desvanecerse. Iván la siguió acariciando ahora lentamente moviendo su pene más despacio, para deslizarlo entre sus glúteos y eyacular entre ellos. La besó en el cuello. Yolanda se dio la vuelta, él la tomó por la cintura y la siguió besando en los labios, en el cuello, en el pecho, en los pezones... La miró y apartándole el pelo le murmuró al oido...
- Creo que... te he mojado un poco...
- No importa- contestó Yolanda sonriendo- ya se secará...
Emitido por radio en el programa Calents y contents, en ona cat fm el 29 de enero de 2009:http://www.ona-fm.cat/calents.asp : Blocaire calenta: Rebeca 29.1.09)