domingo, 6 de junio de 2021

EL TATUAJE DE LA COBRA

                    

                                                   

 








El inspector de policía analizó el cadáver tumbado boca abajo en el suelo de la habitación. El mismo tatuaje en el omóplato, una mujer abrazada a una enorme cobra, y la misma mordedura del presumible ofidio. Era el tercero registrado aquel mes.

Se quitó los guantes y carraspeó. Javier Contreras era un hombre alto, de complexión fuerte, tez morena y ojos oscuros, con cierto parecido a Andy García en sus mejores tiempos. Un mechón de pelo negro, lacio, le caía rebelde sobre la frente.

Marcos, su ayudante, se acercó a él.

—¿Has averiguado si tiene alguna conexión con los anteriores? ¿Aparte del tatuaje y de la mordedura?

—Pues, algo curioso, todos estuvieron hace unos meses en Tailandia. Pero... evidentemente la cobra no les mordió allí. Aunque el tatuaje sí que podrían habérselo hecho durante su estancia.

—Tres víctimas, todos hombres, sexagenarios... —Javier se echó el mechón del flequillo hacia atrás con la mano— Hay mucho turismo sexual en Tailandia, tal vez el motivo de su viaje fue ese... Averigua dónde se alojaron exactamente los tres.

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Kanya finalizó el tatuaje de la mujer abrazada a una cobra sobre el omóplato del hombre que yacía, drogado, sobre la cama.

—Bueno, esto ya está listo, no te van a quedar ganas de volver por aquí a buscar a niñas que satisfagan tu libido, ¡cerdo asqueroso!

La joven echó su larga melena endrina hacia atrás y recogió los enseres de la impresión del tatuaje en su bolsa. Luego registró el pantalón y la chaqueta del individuo hasta encontrar la cartera. Tomó un fajo de billetes y lo guardó en el canalillo de su pecho. Miró hacia ambos lados antes de salir de la habitación del hotel y sigilosamente, tal y como había entrado, se marchó.

Wattana haría el resto, cuando el hombre ya estuviese lejos de allí. Ella tan sólo se ocupaba de marcarlos, como se marca una res.

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— Casualmente todos se alojaron en el hotel Millennium Hilton de Bangkok, inspector, cerca del río Chao Phraya, un largo río que atraviesa Tailandia.

—Vaya, vaya, hotel de lujo, ¿en viajes de negocios? —preguntó Javier, el inspector, mientras veía en el ordenador las fotos de las tres víctimas del mordisco de la cobra.

—Pues... algo así, a todo lujo, con cargo a sus empresas. Lo extraño es que todos decidieran hacerse un tatuaje del mismo estilo, no es algo habitual entre empresarios.

—No, no lo es, uno no se va de vacaciones o de "viaje de negocios" para cargar a la empresa la factura y se hace un tatuaje de esa índole —dedujo el inspector. A sus casi cuarenta años y unos quince de servicio tenía la sospecha de que si encontraban al autor o autora de los tatuajes tendrían un hilo que les llevaría a resolver el caso del mordisco de la cobra.

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Kanya tomó un tuk tuk al salir del trabajo para volver a casa. Todo había salido a la perfección, en el bolso llevaba los datos que había tomado del fichero en la recepción del hotel. Su cargo como gerente le permitía moverse como pez en el agua por todos los departamentos sin tener que dar explicaciones a ningún subalterno.

Nadie conocía su afición como tatuadora ni de la existencia de Wattana que, en más de una ocasión, la salvó de ser secuestrada en el suburbio donde vivió de niña. Ahora, toda una mujer, vivía en la ciudad en su apartamento con vistas al río y estaba decidida a acabar con aquellos pederastas que compraban lo que no debería comprarse nunca.

Wattana se deslizó entre sus piernas al verla llegar y cerrar la puerta. Kanya dejó las llaves en el mueble y se sentó en el sofá para dejarse acariciar por la enorme cobra real que se acomodó junto a ella.

—Hola, preciosa. Pronto tendrás que hacer un nuevo viaje.

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Javier entreabrió la ventana para encender un cigarro y exhaló el humo mientras divisaba el conglomerado de barcos del puerto de Barcelona. Había estado investigando el lugar donde se habían encontrado los cuerpos de las tres víctimas de la cobra: el primero en su chalet, acostado en su hamaca, presuntamente atacado cuando tomaba el sol, el segundo en el despacho de su casa sentado al ordenador y el tercero en la habitación de un hotel mientras se bañaba.

—¿De dónde demonios sale una cobra real en Barcelona? —se preguntó volviéndose hacia Marcos, su ayudante.

—Alguien ha tenido que traerla hasta aquí, de algún circo o algún local donde se hagan shows con cobras, habrá que buscar por ahí.

—¿Y ese alguien tiene acceso al chalet del primero, a la casa del segundo y al hotel del tercero? Y una cobra no es algo que se meta en un bolsillo o en un bolso de mano, son grandes.

Se hizo un silencio. Marcos, que llevaba con el inspector diez años de sus treinta y cinco, continuó con sus elucubraciones.

—Bueno, han muerto por veneno de cobra, ¿y si les inyectaron el veneno? ___________________________________________________________________

 

 

Después de cenar un poco de guiso de cocodrilo y de darle un par de ratones a Wattana, Kanya se asomó a la ventana de su apartamento desde donde se divisaban las luces de los diferentes locales de diversión al borde del río. El verano traía aquel hedor de sus aguas, y el hedor de los "farang" que pululaban medio borrachos acompañados de tailandesas jóvenes, casi niñas, que bien podrían ser sus hijas o sus nietas.

Cerró los ojos y recordó cómo empezó todo aquella noche interminable, cuando Wattana se cobró su primera víctima para protegerla de un "farang" que quería abusar de ella.

Su madre era encantadora de serpientes. Ella y sus dos hermanas vivían en los suburbios de Bangkok. Kanya tenía tan sólo siete años cuando ayudó a incubar uno de los huevos de una cobra real hasta que eclosionó. Wattana y ella se hicieron inseparables, jugaban juntas, comían una al lado de la otra, incluso la niña le hacía un hueco en su cama para dormir con ella.

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Javier desechó la idea que había sugerido Marcos. Las marcas eran de mordisco de cobra, no de inyección. Conectó con la policía de Bangkok para saber si se habían producido ataques similares de cobras a turistas. Pero la mayoría se habían salvado al inocularles el antídoto a tiempo.

—Claro, allí es más habitual y están preparados, aquí no —dedujo Marcos, pasándose los dedos por los rubios cabellos.

—Por lo visto hubo algunos casos de mordedura de cobra en el hotel que me dijiste, el Millennium Hilton, a turistas, pero les administraron el antídoto y tan sólo uno falleció. Es raro que una cobra se cuele en un hotel de ese prestigio. ¿No te parece?

—He estado averiguando lo de los espectáculos de encantadores de cobras en Bangkok. Aquí tienes la lista de los que he encontrado con su información personal.

Javier revisó una serie de nombres intentando que su intuición le llevase a una pista. Entre ellos había una mujer que llamó su atención, había fallecido hacía unos años pero, antes de morir, se había casado con un rico empresario norteamericano, uno de los accionistas del Millennium Hilton. ¡Qué curioso...!

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Malai, su hermana mayor, trabajaba en una cantina y Lawan, la mediana, ayudaba a su madre en los espectáculos con las cobras. Ella se ocupaba de hacer las tareas domésticas cuando volvía del colegio. De su padre no supo nada hasta que su madre enfermó gravemente.

Wattana, serpenteando hasta la habitación, interrumpió sus pensamientos. Seguían durmiendo juntas. Kanya se quitó la ropa y se tumbó boca abajo, estaba tan cansada... A sus veintisiete años lucia una figura espectacular, mitad norteamericana y mitad asiática, su estatura era bastante superior a la de sus hermanas, sus largas y estilizadas piernas descansaron desnudas sobre las sábanas. La cobra emitió un silbido sacando su lengua bífida un par de veces y subió a la cama.

—Mmm... Wattana, qué bien me vienen tus masajes, nadie como tú para relajarme.

Wattana rozó sus piernas reptando sobre ellas, a Kanya le encantaba la presión de la serpiente sobre sus pantorrillas, el roce de los anillos de su cuerpo entre sus glúteos. La música y la voz delicada de Sarah Brightman  con "Harem" inundaba la estancia mientras Wattana subía por su espalda hasta el cuello, su lengua bífida se metió entre los negros cabellos. Kanya giró sobre sí misma para que la cobra bordeara su cabeza e iniciase el recorrido de vuelta serpenteando entre sus voluptuosos senos. Wattana continuó reptando sobre su piel, bajando por el vientre, rozando su pubis, excitando su libido y metiéndose entre sus muslos, para bajar de nuevo por sus pantorrillas hasta sus pies. La joven se volteaba de nuevo y la cobra volvía a subir por la espalda, se enrollaba en su cintura,  era una danza que excitaba a la mujer como no lo había conseguido ningún hombre. Tras unos minutos de roces, Kanya se abrazada a la cobra y se sujetaba a ella con ambas piernas y en pocos segundos un orgasmo bestial la recorría con una sacudida que hacía serpentear su cuerpo acoplado a la piel del ofidio.

Y así, abrazada a Wattana, se quedó profundamente dormida.

El sonido del móvil vibrando la despertó, miró el reloj, las siete de la mañana. Era Malai.

—¡Buenos días! ¿Qué pasa? —contestó somnolienta.

—Hay que marcar una nueva res, esta noche.

—Está bien, aunque tan seguidos, no me convence mucho, éste será el último, que pronto llegarán las lluvias y habrá que hacer el viaje.

—Ok. Aviso a Lawan y me voy a dormir, que he pasado una noche... Por WhatsApp os mando el número de la habitación y la hora.

—Lo tendré todo preparado. Ten cuidado. 

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—¿Hablo con Harry Grey? —preguntó Javier tras marcar el número que le había facilitado Marcos.

—El mismo, me ha dicho mi secretaria que me llamaba un inspector de policía. ¿En qué puedo ayudarle?

—Verá, mi nombre es Javier Contreras y soy inspector de policía del distrito 35 de Barcelona. Es una pregunta un tanto personal —carraspeó— se trata de su matrimonio con Sunan Darawan, en Tailandia.

—¿Sunan Darawan? —sobresaltado— Lamentablemente murió hace unos años —su tono de voz se entristeció— ¿a qué se debe su interés?

—Estamos resolviendo un caso de mordeduras de cobra y sabemos que era encantadora de serpientes. ¿Qué fue de las cobras después de su muerte?

—Hay muchos encantadores de cobras en Tailandia. ¿Por qué me pregunta por Sunan?

—Bueno, todas las víctimas de la cobra se alojaron en el hotel del que usted es el principal accionista y... simplemente queríamos saber si podría orientarnos un poco en este asunto... Espero no molestarle.

—No, no me molesta... El caso es que... no sé qué sucedió con las cobras, tal vez sus hijas las traspasaron a algún otro colega de profesión.

—¿Tenía hijas?

—Sí, tres... Malai, Lawan y Kanya. La verdad es que... me casé con ella cuando me enteré de que Kanya era hija mía.

Harry Grey le confesó que tuvo una relación con Sunan en una de sus estancias en Bangkok, la conoció cuando ella hacía un espectáculo en el hotel, con sus cobras. Se enamoraron y pasaron unos meses juntos, amándose, pero tuvo que volver a Norteamérica donde vivía con su familia y sus hijos ya que se había metido en política y no quería enturbiar su prestigio. Pero años después cuando enviudó volvió a buscarla aunque ya era demasiado tarde, Sunan estaba enferma y le confesó que Kanya era hija suya. Las dos hijas mayores eran fruto de su matrimonio con un tailandés que las abandonó.

—Cuando conocí a Kanya, —continuó Harry, emocionado— supe sin lugar a dudas que era mi hija, sus preciosos ojos azul verdoso eran como los míos. Tenía diez años, y su belleza era ya excepcional. Sus ojos claros y angelicales destacaban en sus rasgos nativos, su piel era un tanto más clara que la de su raza pero sus gruesos labios y su pelo eran como los de su madre, exótica y sensual.

—¿Y decidió casarse con Sunan? —Javier seguía escuchando la historia, más por curiosidad que por interés, ya que empezaba a desechar la hipótesis de que el conocerla le llevase a resolver el caso de la cobra.

—Era lo menos que podía hacer, me hice cargo de la custodia de las hijas, cuando murió su madre. Malai, la mayor, tenía ya dieciséis años y no quería saber nada de mí, siguió trabajando en las cantinas y bares de la noche de Bangkok. Lawan, la mediana, sí que me aceptó, tenía catorce años y quería entrar en la Real Fuerza Aérea Tailandesa, así que me encargué de hablar con el Mariscal en Jefe del Aire, Itthaporn Subhawong, para que la admitiera en la Base Don Muang de Bangkok cuando cumplió los dieciocho.

—¿Y qué fue de Kanya?

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Kanya revisó en el ordenador de la recepción del hotel el registro de la suite 332, como le había indicado Malai. Efectivamente, estaba reservada a nombre de Jordi Mas. Cogió las llaves de la habitación y las de una de las habitaciones contiguas, la que estaba vacía. Siempre lo hacía así por si la situación se complicaba y tenía que escapar por la terraza.

 El cliente se había marchado a cenar y todavía tardaría en volver.

Lawan le salió al paso por el corredor que llevaba a la suite. Era más bajita que Kanya, su tez era más oscura, los labios finos, el cabello corto, a lo garçon. Iba vestida con pantalón negro, ceñido al cuerpo, camiseta negra de manga corta y zapatillas de deporte.

—¡Hola! —saludó Kanya en un susurro.

—¿Todo bien? —preguntó Lawan— ¿preparada?

—Todo preparado —contestó.

Miraron a ambos lados. Como siempre, Kanya había activado un gif para que la cámara de seguridad que controlaba ese ala del hotel no detectase su presencia aquella noche.

Abrió la puerta y Lawan entró sin encender la luz. Tan sólo tenía que esperar la llegada del hombre sin ser vista. Aquellas suites eran lo suficientemente grandes como para buscar cualquier escondite en alguna de sus dependencias. A Lawan le encantaban los amplios cortinajes de las ventanas, eran perfectos.

Kanya la dejó allí, cerró con llave y bajó de nuevo al hall. Alejó a la empleada con un pretexto que la tuviese ocupada para hacerse cargo ella de la recepción. Al cabo de un rato les vio llegar. Dos hombres, uno tailandés, de unos cincuenta años, con gesto huraño, con una niña nativa de la mano, que no tendría ni diez años y el farang, calvo, con la nariz roja como un semáforo y barrigudo. Kanya tuvo que disimular su repulsión y sonrío.

—Un cóctel —dijo amablemente, extendiendo una copa al turista—, invitación de la casa.

—Oh, muchas gracias —contestó el hombre tomando la copa, halagado por el detalle de tan hermosa mujer— aunque... ya he bebido demasiado.

Kanya observó al farang, debía rondar los sesenta y a la niña que miraba al suelo asustada. Iba vestida con una faldita corta, zapatos desgastados y camiseta de tirantes, Con una mano se agarraba una de las trencitas y se la llevaba a la boca para mordisquearla.

—Ah... son unos parientes —añadió el hombre al ver la mirada de Kanya sobre la niña—. Han venido a acompañarme al hotel.

Se tomó de un trago la copa y la dejó sobre el mostrador.

Kanya les vio perderse en el ascensor, en menos de media hora la droga le haría efecto.

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—A Kanya la hizo muy feliz conocer por fin a su padre, y que me ocupase de ella —contestó Harry—. Me encargué de sus estudios y cuando cumplió la mayoría de edad le di un puesto en mi hotel. Ahora es gerente del mismo.

—¿Se trasladó usted a vivir a Bangkok?

—Actualmente paso unas temporadas aquí y otras en Nueva York. Ahora en la época de lluvias volveré a América.

—¿Sabe de alguien en su hotel que se dedique a hacer tatuajes? —preguntó Javier, intentando encontrar alguna pista.

—¿Tatuajes? Déjeme pensar... Había un compañero de Sunan, que actuaba con ella... cómo se llamaba... Somchai, sí, Somchai también era encantador de cobras y hacía tatuajes.

—¡Estupendo! —exclamó Javier, por fin una pista, pensó—. Muchas gracias señor Grey. Tal vez, al morir su mujer, las cobras pasaron a él.

—Pues... probablemente.

—Ha sido un placer escucharle, nos ha sido de gran ayuda. ¿Recuerda el apellido de... Somchai?

—Pues no, no recuerdo, puedo averiguarlo si le va a ser de ayuda. Somchai era, aparte de compañero, amigo de Sunan y las niñas. Seguro que ellas lo saben. Les preguntaré.

—Llámeme en cuanto lo sepa, por favor.

—Descuide, lo haré, inspector.

Javier colgó el teléfono, tal vez había encontrado al tatuador del caso cobra.

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No tardó ni veinte minutos en bajar el tailandés, seguramente volvería horas más tarde a por la niña. Salió por la cafetería del hotel para no despertar sospechas ni tener que dar explicaciones a la recepcionista.

En la suite, Lawan, dispuesta a intervenir si era necesario, observaba al hombre cómo se acercaba a la atemorizada niña que daba un paso atrás hacia la puerta. El hombre extendió la mano pero no llegó a tocarla, se desplomó y cayó al suelo.

La niña se quedó quieta, estupefacta, mirando al hombre y se sobresaltó al ver a la mujer salir de detrás de los cortinajes.

—No tengas miedo, yo te sacaré de aquí. La tomó de la mano y abrió la puerta. Kanya se encontraba ya esperándolas al otro lado.

—Ten cuidado, Lawan. —Dijo entrando en la habitación con el bolso en la mano.

—Tú también.

Lawan bajó con la niña por la escalera de incendios hasta llegar a un patio trasero donde había aparcado su moto.

Kanya miró el cuerpo del farang boca abajo sobre el parqué, era hora de hacer su trabajo, de marcar la res.

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"La niña ya está en la residencia, durmiendo"




Mientras caminaba por las Ramblas de vuelta a casa, Javier no paraba de darle vueltas al caso de la cobra. ¿Era... Somchai el que tatuaba a las víctimas?, ¿y venía luego a España a matarlos con su cobra amaestrada?, ¿pero... por qué?, ¿qué daño habían hecho esos hombres sexagenarios a punto de jubilarse? ¿Habría algún asunto de drogas o explotación sexual de por medio?... Sacudió la cabeza, tenía que desconectar, al menos durante este fin de semana que venía su hija, tenía que relajarse y olvidar el caso. Desde que se separó de su mujer esperaba ansioso el fin de semana en el que  le tocaba ver a la pequeña.

—¡Papáááá! —Carolina salió corriendo en cuanto oyó la puerta y le echó los brazos al cuello.

—¡Holaaa, princesa! —Javier abrazó a la pequeña que acababa de cumplir nueve años.

Su ex mujer  apareció detrás de la pequeña sonriendo.

—Bueno, que lo paséis bien —tras darle un par de besitos a la niña, se despidió de él brevemente— Hasta el domingo.

—Yo te la llevo por la tarde —contestó Javier acompañándola hasta la puerta —Buen finde para ti también.

Después de cenar, tras el torrente de conversaciones alegres y burbujeantes de su hija relatándole con todo lujo de detalles sus problemas con la profe que le tenía manía, con su amiguita que se hacía la sabiondilla y con el niño de la otra clase que le tiraba de las coletas y le quitaba la pelota, Carolina se quedó profundamente dormida en el sofá sobre el regazo de su padre.

Con el mando a distancia Javier fue pasando las distintas cadenas hasta detenerse en un documental sobre el turismo sexual en Tailandia. Miró a su pequeña, tan inocente, tan indefensa y le acarició la carita y el pelo revuelto, aquellas pobres niñas víctimas del abuso sexual infantil debían de tener su edad.

"Si alguien fuese capaz de hacerle daño a mi niña... lo mataría" —pensó indignado.

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Ya estaba recogiendo los utensilios del tatuaje y guardando el dinero en el bolso, cuando unos golpecitos en la puerta la interrumpieron.

Kanya se quedó paralizada, miró el reloj, había pasado casi hora y media, ésta vez se había demorado demasiado.

Los golpes se repitieron y el farang se movió en el suelo. Kanya se separó de él sigilosa y se acercó a la puerta corredera que daba a la estrecha terraza, la abrió y salió intentando no hacer ruido y volviendo a cerrarla. Desde detrás del cristal atisbó al hombre levantarse aturdido y dirigirse a la puerta mirando a todos lados. El corazón le latía con fuerza, se acercó al muro que separaba las terrazas y de un salto lo trepó y se deslizó dentro de la suite contigua. Como siempre tenía un plan B, había tomado la llave de la habitación 330, que no estaba ocupada.

Desde el otro lado de la pared escuchó a los hombres discutir, el tailandés preguntando por la niña y por el dinero, el farang, desconcertado, diciendo que le habían robado, que iba a llamar a la policía, el tailandés gritando que quería su dinero y a la niña, que no llamase a la policía o acabaría en la cárcel.

Kanya escuchó unos pasos acercarse por el corredor. Debía de ser la recepcionista.

Jordi Mas seguía confundido con la situación, pero indudablemente el tailandés tenía razón, su billete de vuelta era para el día siguiente y presentar una denuncia... no era la mejor opción.

La recepcionista aporreando la puerta les interrumpió.

—¿Qué sucede? ¿Algún problema?

El tailandés entreabrió la puerta.

—No, ningún problema, y... ¿la otra recepcionista?

—No hay otra recepcionista, hagan el favor de no hacer tanto ruido.

Y sin más, dio media vuelta y se marchó tomando el ascensor.

El tailandés estaba furioso, era la segunda niña que perdía en ese hotel, ¿se escaparían por algún sitio? No, eran muy sumisas y estaban asustadas, carecían de la suficiente decisión para hacerlo.

Kanya escuchó la puerta cerrarse de nuevo, no había sido una buena idea marcar un par de reses en tan poco espacio de tiempo. Seguramente el farang todavía no había descubierto su tatuaje. La vez anterior puso el cóctel en la bandeja de la camarera, por lo tanto, el tailandés no la conocía.

Escuchó los pasos del farang dirigirse hacia la terraza, seguido del tailandés. Era necesario salir de allí cuanto antes. Ahora los dos hombres estaban hablando fuera. Con la llave en la mano abrió sigilosamente la puerta de la suite y cerró sin hacer ruido. Miró a ambos lados. Nadie. Muy despacio caminó hasta la escalera de emergencia. No podía usar el ascensor. Bajó a toda prisa hasta el patio donde había dejado la moto junto a la de Lawan.

Un mensaje de whatsapp en el móvil la hizo sonreír satisfecha, era de su hermana: 

Perfecto. Miró de soslayo hacia arriba, el ruido de la moto había alertado a los hombres que la estaban observando.

—¿No es esa mujer la recepcionista que nos atendió al llegar? —preguntó Jordi Mas.

—Eso parece, habrán hecho el cambio de turno —contestó el tailandés— todavía no me explico cómo pudo escapar la niña y usted no darse cuenta.

—Debí pasarme con la bebida y el último cóctel me acabó de rematar. No recuerdo nada, me caí redondo, y debió de aprovechar la niña para robarme y escapar —dedujo no muy convencido— Aunque esta terraza es muy alta, tal vez salió por la puerta directamente, no estaba cerrada.

—Es muy raro, hace poco me sucedió lo mismo con otra niña, el jefe no se va a quedar de brazos cruzados.

Kanya salió a toda velocidad, no le preocupaba la policía pero sí la mafia que había detrás de aquel asqueroso negocio. Si la relacionaban con la desaparición de las niñas estaba perdida.

Javier echó un vistazo al caso cobra, las averiguaciones sobre Somchai no le habían llevado a ninguna parte, al parecer se había jubilado y ya no hacía espectáculos con serpientes, ni había viajado nunca a Europa. En los últimos meses no se habían vuelto a dar casos de víctimas por mordedura de cobra, así que... tal vez debería archivarlo con los casos sin resolver.

Estaban en pleno mes de junio y el calor había llegado ya a Barcelona. Se dirigió al hotel Hilton Diagonal Mar donde había una convención internacional y se había requerido la presencia del servicio policial de su distrito para controlar la seguridad de los asistentes.

Javier sonrío, al menos estaría alojado en el mejor hotel de la ciudad durante toda la semana. Algo de bueno tenían estos servicios especiales.

Se sentó en el lujoso restaurante situado en la terraza con vistas al mar con Marcos, su ayudante. Estaban saboreando una exquisita ensalada de salmón cuando un perfume sensual y embriagador precedió a un vaporoso vestido blanco que pasó junto a su mesa rozando el brazo de Javier como el aleteo de una mariposa. Sus ojos recorrieron la escultural figura que se sentó un par de mesas más allá, delante de ellos.

—¡Vaya morenaza! —exclamó Marcos siguiéndola con los ojos.

La mujer se quitó las gafas de sol y les dedicó un saludo de cortesía con la cabeza. Los dos hombres se quedaron hechizados por aquella mirada de ojos azul verdosos.

—Es... preciosa —murmuró Javier.

—Tiene pinta de filipina o de por ahí, pero ¡qué ojos y qué cuerpazo! una mezcla con algún occidental.

Desde su separación Javier había tenido relaciones esporádicas con mujeres, pero no había vuelto a enamorarse, ni había profundizado seriamente con ninguna.

Mientras el camarero les servía el segundo plato, el inspector siguió mirando disimuladamente a la mujer hasta que  ella fijó sus ojos en él y le sonrió. Javier, al verse descubierto, le devolvió la sonrisa.

—¡Uy jefe, aquí hay tema... pero vamos! Aunque estemos de servicio, una canita al aire no le iría mal. Que yo estoy casado, pero usted... Que lo que pase aquí, aquí se queda, jefe.

—Anda, no digas tonterías, si es muy joven... —contestó Javier. Sin embargo, aquella mirada, aquel escote y aquella dulce sonrisa de labios sensuales, habían avivado la llama de una libido que llevaba tiempo dormida.

Kanya cruzó las piernas, no quería llamar la atención pero la mirada de aquel hombre moreno y fuerte la estaba poniendo nerviosa. Echó un vistazo al móvil sobre la mesa al escuchar la vibración de un mensaje de Whatsapp. Lo abrió mientras  deleitaba su paladar con un trozo de rosbif, nada que ver con el guiso de cocodrilo, la ternera estaba deliciosa.

Era de Lawan: "Jordi Mas llegará mañana, averigua la habitación, te llevaré a Wattana por la tarde".

Esperaría su llegada. Aunque había pasado cierto tiempo y en Bangkok estaba algo bebido no podía arriesgarse a que Jordi Mas la reconociera. Le seguiría de lejos. Seguramente estaría en una de las  suites presidenciales, como consejero de interior de la Generalitat que era. Iba a ser más complicado que con los anteriores, el hotel estaría lleno de policías. Paseó la mirada a su alrededor, tenía los planos del edificio y la ubicación de los diferentes departamentos.  Acabó de tomarse el café, se levantó y miró de soslayo a los dos hombres que interrumpieron su conversación para mirarla. Al pasar junto a ellos, intercambiaron sonrisas y saludos de cortesía y la mujer salió del restaurante camino de su habitación. En cuanto supiera exactamente cuál era la suite que iba a ocupar "la res", empezaría a planear su ejecución.

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Después de dirigir y organizar la vigilancia de los efectivos policiales en sus respectivos puntos estratégicos, Javier y Marcos decidieron pasar un par de horas en el gimnasio. Hasta el día siguiente no empezarían a llegar los asistentes de la convención, era mejor hacer un poco de ejercicio para no perder el tono.

Y allí, corriendo en la cinta, la volvió a ver. Parecía absorta en sus pensamientos o en la música que debía de estar escuchando en sus cascos. No les vio llegar pues la máquina estaba colocada frente al ventanal que daba al mar. Javier y Marcos optaron por subir a un par de bicicletas colocadas tras ella.

Javier se quedó absorto en el vaivén de los glúteos de la joven, que cada vez corría más deprisa sobre la cinta. Estaba tan embelesado mirándola que al bajar de la bicicleta, apoyó mal el pie y cayó al suelo todo lo largo que era, al lado de la muchacha.

Marcos se echó a reír estrepitosamente mientras Kanya, que había  detenido la cinta de inmediato, se agachaba a ayudarle.

—¿Te has hecho daño? —preguntó, cogiéndole por el brazo— vaya golpe.

—Sí, qué caída más tonta. Creo que no —intentó apoyar el pie que se había torcido y sintió un fuerte dolor— ¡Aaah!

Marcos se acercó sonriendo.

—Venga, Javier, no será para tanto.

Pero el tobillo no parecía pensar lo mismo y acabaron en el botiquín del hotel donde le aplicaron un vendaje compresivo.

—¿Puedes apoyar el pie? —preguntó Kanya que les se había ofrecido para acompañarles.

—Sí, creo que sí —contestó Javier haciéndose el fuerte, intentando andar.

—Le dejo una muleta —añadió la enfermera del hotel acercándole una—. No apoye demasiado.

—Me voy a descansar el pie a la habitación, a la noche ya estaré bien —contestó Javier tomando la muleta y caminando despacio.

Kanya y Marcos le siguieron por el pasillo hasta llegar a la habitación. Javier se sentía molesto por aquel contratiempo tan tremendamente estúpido. Menuda situación, parecía un jovenzuelo poniéndose nervioso por una jovencita. Al llegar al descansillo se giró hacia la muchacha.

—Muchas gracias.... —preguntó interrogativo Javier dejando la frase en el aire esperando que ella le contestase.

—Me llamo Carrie, Carrie Grey —contestó Kanya, extendiéndole la mano. No podía desvelar su verdadero nombre.

—Encantado, Javier Contreras —estrechando la mano y acercando la mejilla para darle dos besos y capturar de nuevo su aroma.

—Yo, Marcos —acercó su cara a la de ella en un saludo cordial y agregó —Vamos a bajar luego a cenar al comedor. Tal vez coincidamos de nuevo.

—Sí, sí. Probablemente. —contestó Kanya sin acabar de decidir si quería volver a entablar conversación con aquella pareja de desconocidos o no. Tal vez una charla distendida e insustancial la relajaría de la tensión acumulada durante todo el día.

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Y así fue. Al llegar al comedor Javier y Marcos se acercaron junto a su mesa.

—¿Podemos acompañarte?

—Si, por supuesto, sin problema, encantada. —contestó Kanya sonriendo.

Durante la cena Javier se fijó en el colgante que pendía del cuello de la joven. Era una especie de duende budista con los ojos rojos.

—¿Qué representa? —le preguntó.

—Es un amuleto, me lo regaló mi madre.

—¿De dónde era tu madre? —preguntó Marcos—porque tu nombre no es asiático pero tú...

—Yo nací en Estados Unidos, pero mi madre sí era asiática, mi padre no.

Kanya no quería dar muchas explicaciones.

—¿Qué haces en Barcelona? ¿Turismo? —preguntó Javier.

—¿Es esto un interrogatorio? —contestó poniéndose a la defensiva —¿Y vosotros?

—Perdona, no queríamos molestarte. Estamos trabajando. —contestó Marcos.

—¿En el hotel?

—Más o menos —dijo Javier.

Se hizo un silencio tenso que Marcos se apresuró a cortar de inmediato.

—El pescado está delicioso —comentó con un gesto de paladear el sabor.

—Sí, muy bueno —asintió Kanya— y el vino.

—Excelente —corroboró Javier—una cena exquisita y la compañía aún más.

—¡Gracias! —contestó Kanya, con una dulce sonrisa— ¿qué tal tu tobillo? ¿mejor?

—Sí, sí, mucho mejor.

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Kanya no podía dormir, estaba acostumbrada a abrazarse a Wattana y a sus exóticos masajes y no paraba de dar vueltas en la cama. Al final optó por levantarse. Se asomó a la terraza de la habitación. Desde allí se veía la piscina. Se enfundó en una bata y se dirigió al pasillo hasta llegar al ascensor. Tal vez en el botiquín del hotel tendrían algo para ayudarla a dormir. Tenía que descansar para poder estar totalmente despejada y alerta durante el día. Al abrir la puerta de la sala del botiquín casi choca con alguien que salía.

—Oh, perdón.

—¡Carrie! —una grata sonrisa se dibujó en el semblante de Javier— ¿Cómo tú por aquí?

—¡Oh, Javier! Pues... no podía dormir y he bajado a ver si me dan algo, ¿y tú? ¿Te molesta el tobillo?

—Sí, me han dado un ibuprofeno, debe de estar inflamado. Te espero.

Kanya consiguió que la enfermera le diese un relajante muscular para poder conciliar el sueño.

—Me ha dicho que son muy efectivos. No sé, ya veremos. —le miró, sonrió.

Caminaron despacio por el pasillo. Javier estaba agobiado con la muleta.

—¡Qué caída tan tonta he tenido, desde luego! Esto sólo me pasa a mi, te debo de parecer un estúpido.

—No, hombre, le podría haber pasado a cualquiera.

—Ya, estaba mirando cómo corrías y, al bajar.... —sonrió y se llevó la mano a la cabeza—qué torpe soy. Se nota que te gusta correr deprisa.

—Me gusta, sí.

Habían llegado a los ascensores.

—¿En qué  habitación estás?—preguntó Javier apretando el botón. — Marcos y yo estamos en la cuarta planta.

—Anda, yo también.

Kanya dejó pasar primero a Javier con su muleta. Aquel hombre la excitaba y a la vez le infundía seguridad, su cercanía le provocaba un impulso irresistible de dejarse envolver por aquellos brazos tan grandes y tan fuertes. Desde pequeña sintió la necesidad de protegerse y hasta ahora era Wattana la que satisfacía esa carencia. Javier se deleitó de nuevo con el perfume de la muchacha, la negligé de color azul turquesa dejaba entrever la exhuberancia de sus senos. Sin poderlo evitar sus ojos se fueron hacia el canalillo que los separaba. Al llegar a la cuarta planta y abrirse la puerta Javier puso la mano en la cintura de Kanya y la empujó suavemente fuera del ascensor para salir tras ella. Los dos cuerpos estaban cerca, muy cerca, demasiado cerca. Se sonrieron y la sonrisa se convirtió en deseo.

La muchacha percibió el  calor que subía desde las puntas de los dedos de él y recorría todo su cuerpo. Sin apartar su mano, Javier dio unos pasos por el pasillo hasta llegar a su habitación.

—Aquí estoy, en la 413 —dijo mirando el número y soltando a la mujer para coger la llave del bolsillo— si... quieres pasar... y nos tomamos algo del minibar, ya que no podemos dormir...

—Eeeh, no, no, mi habitación está más allá —contestó, señalando con la mano el final del pasillo.

—Como quieras—dijo mirándola intensamente con aquellos ojos negros, penetrantes, que turbaban a la muchacha, haciéndola sentir pequeña y vulnerable— Bueno, pues... buenas noches, Carrie —se despidió abriendo la puerta.

—Buenas noches, Javier, que te mejores del tobillo —añadió mirando hacia su pie.

—Sí, y tú que puedas dormir —le acercó la cara para darle dos besos en las mejillas.

—Eso espero —el olor del cuerpo del hombre penetró en todas sus células haciéndola estremecer y al apartar la mejilla sus labios se rozaron.

Fue tan solo un instante el que tardó Javier en tomarla por la cintura y besarla apasionadamente, Kanya, perpleja, tras unos instantes de confusión, se dejó llevar, enlazó sus manos tras su cuello y le devolvió el beso apretando su cuerpo contra él y enlazando su pierna desnuda alrededor del muslo del hombre.

Toda la calidez del pubis de la muchacha pasó a través del pantalón de hilo del hombre exacerbando su libido, y soltando la muleta y cogiendo a Kanya con sus fuertes brazos la levantó del suelo y cerró la puerta. La joven enlazó sus piernas alrededor de la cintura del hombre y siguió besándole haciéndole perder el equilibrio y cayendo los dos sobre la cama.

—Ja ja ja, ¡cuidado! —rió la muchacha, ante la inusitada caída— ¡qué tontos!

—Sí —afirmó sonriendo.

Se quedaron en silencio, mirándose.

Javier se colocó a un lado de la muchacha para deleitarse con la visión de su cuerpo, sus ojos la recorrieron despacio de los pies a la cabeza.

—Eres... tan bella.

Sus manos deshicieron los lazos de la negligé para liberar un pecho que se estremecía con el sólo roce de sus dedos. Los gruesos labios de Javier acariciaron su cuello para besarlo. Despacio muy despacio, recorrió el mentón y bajó por su escote. El cuerpo de ella vibraba con el aliento del hombre, cálido, húmedo. Los labios buscaron ávidos sus pezones para saborearlos, lamerlos, succionarlos... Kanya se abandonó a las caricias de aquel hombre que la seducía como ningún otro. Su espalda se arqueó al sentir la boca bajar por su vientre hacia el monte de venus, notó su sexo humedecerse con el sólo  pensamiento de sentirle dentro.Todo su cuerpo se estremecía de placer. Javier se quitó la camisa del pijama y se desnudó por completo para tenderse sobre la muchacha, piel con piel. Kanya enganchó uno de los muslos de Javier con sus piernas, como lo hacía con Wattana, para rozar su pubis en él. Luego serpenteó su cuerpo una y otra vez friccionando su clítoris con el músculo de la pierna del hombre. Javier estaba hechizado con el movimiento en vaivén de la muchacha que acercaba y alejaba su pecho y su vientre de su cuerpo para excitarle hasta límites insospechados.

Kanya siguió culebreando voluptuosamente bajo su cuerpo hasta que por fin él la penetró. Sus movimientos se acoplaban a la pelvis del hombre que la besaba en cada embestida. Un orgasmo bestial la sacudió de los pies a la cabeza.

Extenuada, se quedó relajada en los brazos de Javier.

—Ay Carrie, Carrie, me has hechizado —murmuró Javier besando sus cabellos revueltos.

—Y tú a mi, Javier —contestó ella, mirándole con aquellos ojos tan verde azulados como un mar embravecido por el viento.

Y así, enroscadas las piernas de nuevo en el muslo de Javier, mientras él la abrazaba por la cintura, se quedó profundamente dormida.

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Kanya se despertó notando el miembro erguido y vigoroso de Javier entre sus glúteos.

—Mmmmm —qué gusto despertar así, con sus manos fuertes agarrando su cintura. Se sentía tan protegida que no tenía ninguna intención de levantarse.

Javier se movió para subir la mano hasta su pecho y acariciar su pezón.

—Buenas días, preciosa —murmuró besando sus cabellos— ¿has dormido bien?

—Sííí, eres el mejor relajante muscular que existe. ¿Y tu pie?

—Mmmm no sé, se me olvidó el pie.

Kanya se desperezó y se colocó a horcajadas sobre la pelvis del hombre. Javier le tomó la cara con las manos y la acercó a él para besarla con ternura. Era tan bella. La mujer más hermosa que había conocido, pensó. El vientre de la muchacha se deslizó serpenteando sobre él, arqueando la espalda, para ofrecerle y arrebatarle sus pechos sobre la boca del hombre, una y otra vez. El intentó cogerle el pezón con la boca pero apenas lo rozó ella se echó hacia atrás para mirarle con deseo, entreabrió los labios y los humedeció, se acercó lentamente, como una culebra, rozando su vientre con el de él, sus senos mojando los labios de Javier con su lengua para después subir de nuevo elevando el cuello, el pecho, embriagando al hombre con su aroma. A Javier le estaba volviendo loco ese movimiento y la sonrisa de la muchacha que se acercaba a sus labios y se alejaba. En un arrebato de frenesí la volteó y se colocó sobre ella sujetándole las muñecas a ambos lados de la cabeza para penetrarla salvajemente.

—Me vuelves loco, Carrie. —le susurró al oído.

Kanya sentía la fuerza del hombre sobre ella, cada vez con más pasión, adentrándose en su ser hasta hacerse uno con ella. Una necesidad de abrirse de entregarse inundaba su cuerpo que se estremecía y convulsionaba con cada acometida hasta estallar en un grito de placer.

Javier se relajó agotado sobre ella.

—¡Ay, mi niña!, no sé si voy a poder levantarme.

Unos golpes en la puerta interrumpieron sus caricias.

—Jefe —era la voz de Marcos— te espero abajo, ¿estás ya?

—No, Marcos, ve bajando tú a desayunar que ahora voy.

Kanya guardó silencio y cuando escuchó los pasos alejarse se echó a reír, juguetona.

—Ja ja, ¿qué pensará tu amigo si se entera?

—Pues que tengo una suerte... ja ja, tranquila que no le diré nada, para que no me tenga envidia.

—¿Qué hora es? —preguntó Kanya, levantándose de golpe y empezando a vestirse. Había olvidado que hoy llegaba Jordi Mas, tenía que saber en qué suite iba a alojarse.

—Las ocho y media —contestó Javier mirando el reloj de pulsera que había dejado en la mesilla de noche. Se levantó también y se dirigió al cuarto de baño.

—Me voy a duchar, ¿nos duchamos juntos?

—No, no, me tengo que ir —contestó Kanya buscando sus braguitas entre las sábanas revueltas.

Javier la tomó por los brazos y la besó en los labios.

—Entonces...nos vemos luego, preciosa.

—Sí, sí, nos vemos.

Kanya escuchó correr el agua de la ducha. No podía salir sin sus braguitas. Por fin las encontró bajo la cama, se agachó y al levantarse tropezó con la chaqueta que estaba apoyada en la silla y que cayó al suelo. La cartera de Javier salió de uno de los bolsillos y se abrió. La muchacha se quedó atónita. ¡Una placa de policía!. Tomó la cartera entre sus manos. ¡Era inspector de policía! Se colocó las braguitas, se puso la bata encima de la negligé y salió apresuradamente hacia su habitación. El corazón le latía con fuerza. Se había acostado con un policía, alguien que iba a detenerla si la descubría. El hombre con el que se había sentido protegida, al que su cuerpo y su mente deseaban con un instinto desconocido para ella... era justamente al que debía evitar por todos los medios.

Después de una ducha rápida, Kanya se vistió con un pantalón negro ajustado y una blusa elegante. Se sujetó el pelo en un moño alto y se colocó las gafas de sol. Enfundó los pies en unos zapatos de tacón alto y salió al pasillo, esperando no encontrarse con Javier. Tomaría el otro ascensor, más alejado de su habitación.

Bajó hasta la recepción y se tomó un té con un croissant en la cafetería. Javier y Marcos debían de estar en el restaurante habilitado para los desayunos de los clientes del hotel. Cuando acabó se sentó en un sofá, de espaldas a la entrada para poder escuchar sin ser vista. Tomó una revista para hojearla. A media mañana le vio llegar, con su séquito. Era él, sin duda.

Kanya se había cuestionado entre comer en el restaurante del hotel o tomar un tentempié en la cafetería. Al final se decidió por la primera opción y disimuló su nerviosismo delante de Javier y Marcos al encontrarse con ellos a mediodía. Si desaparecía de repente podía levantar sospechas. Al parecer, Javier había cumplido su promesa y Marcos no sabía nada del encuentro sexual que habían tenido aquella noche y... aquella mañana... A Kanya se le escapó una sonrisa bobalicona al recordarlo. "No puede ser, es policía —se dijo— concéntrate en lo importante"

 Intentó mantenerse tranquila durante la comida, conversando con ellos sobre el tiempo que hacía en Barcelona, edificios, monumentos, comida.... Manteniendo a ralla todo lo importante  y limitándose a lo superfluo. Javier no pudo menos que mirarla embelesado, a Kanya no le pasó desapercibido su roce cuando sus codos se juntaron a la hora del postre, ni su pie al lado del suyo y su rodilla pegada a la de ella por debajo de la mesa. Un calor y un cosquilleo le subieron desde el tobillo y la pantorrilla hasta su entrepierna. Sus instintos le iban a jugar una mala pasada. Así que, después del café se retiró y se despidió de ellos con una sonrisa.

En cuanto abrió la puerta de su habitación, se dirigió a la mesa y extendió sobre ella el plano del hotel. Jordi Mas estaba en la quinta planta, la 513, una de las suites presidenciales, como había supuesto. Lawan llegaría aquella tarde con Wattana en el avión militar. Como acompañante habitual del Mariscal en jefe del aire de Tailandia, que también acudiría a la convención, tenía el salvoconducto asegurado de todo el equipaje que transportaba.

Mientras tanto, Javier y Marcos estaban muy  ocupados dirigiendo la vigilancia de todos los efectivos policiales para los asistentes a la convención internacional que tendría lugar durante un par de jornadas.

Javier era muy discreto y no le había comentado nada a Marcos, pero el ayudante le miraba de vez en cuando con curiosidad, era muy perspicaz.

—A ti te pasa algo, jefe, llevas toda el día con una sonrisa de estar flotando... sobre todo cuando has visto a la chica esa, a Carrie.

—No digas tonterías, estoy normal... como todos los días.

—Ya, ya, a ti te gusta la muchacha, no lo niegues.

—--Anda, vamos para allí, que está llegando el Jefe de las fuerzas aéreas de Tailandia. Que cada operativo esté en su puesto.

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Lawan abrió el bolso para dejar libre a Wattana. La cobra se deslizó por el suelo para reptar hasta Kanya que estaba sentada en el borde de la cama.

—Holaa, preciosa —dijo estrechándola entre sus brazos. El ofidio serpenteó sobre su hombro y alrededor de su cuello, respondiendo al abrazo.

—Kanya, tengo malas noticias para ti —Lawan, enfundada en su uniforme militar, miró seriamente a su hermana.

—¿Qué pasa?

—No puedes volver a Tailandia, —afirmó rotunda —las mafias están tras tu pista por la desaparición de las niñas. Toma —abrió su bolso y sacó de él un pasaporte nuevo.

—Y ¿dónde voy a ir? —preguntó Kanya sorprendida, cogiendo el pasaporte y abriéndolo— ¿Samantha Smith?

—Sí, ese será tu nombre, en cuanto liquidemos este asunto aquí, te vas a Madrid. Papá te ha buscado un empleo en la recepción del DoubleTree by Hilton Madrid-Prado, —le extendió un dossier —en este sobre lo tienes todo, dirección del hotel y del piso donde te vas a alojar, tu currículum, un móvil nuevo.... Ten —sacó un billete— un billete del Ave para mañana por la tarde. Si liquidamos a Jordi Mas, tendrás que desaparecer de inmediato. De Wattana ya me ocupo yo.

—De acuerdo —contestó Kanya con un suspiro de resignación, recopilando sobre la mesa toda la información sobre su nueva identidad.

—Kanya, esto se está poniendo complicado, tenemos que cambiar el centro de operaciones, no podemos seguir comprometiendo a papá. Las mafias no perdonan.

—Ya pensaremos algo. —No le gustaba  nada el tono de su hermana, sabían que estaban en peligro pero tenían que continuar con su labor —De momento ¿las niñas que hemos rescatado están a salvo en la residencia?.

—Sí, de momento —Lawan se quedó en silencio sopesando la situación —¿Ya has pensado cómo vas a entrar en la habitación?

—Está todo controlado, mándame un mensaje en cuanto veas a Jordi Mas en la cena, y me pondré en marcha.

—En principio la cena es a las nueve de la noche, pero supongo que hasta las diez no empezarán a servir. Yo te aviso en cuanto le vea aparecer. Ten mucho cuidado.

—Tranquila, lo tendré.

Las dos hermanas se despidieron dándose un abrazo. Llevaban un par de años rescatando a niñas, pero... las mafias eran más peligrosas que la policía.


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Kanya se hizo una trenza, y se colocó unas lentillas marrones. Tenía que ocultar el llamativo color de sus ojos, por si se encontraba con algún testigo.

Mientras se ponía unas zapatillas bajas, recibió el whatsapp  que esperaba de Lawan: "Ya está cenando".

Se apresuró a salir al corredor y llegar hasta el cuarto de limpieza. Con la llave maestra abrió la puerta. Se cambió de ropa para ponerse uno de los uniformes de limpiadora que había colgados y tomó uno de los carritos con toallas limpias y ropa sucia. Se dirigió primero a su habitación, para recoger a Wattana y esconderla en el contenedor de plástico bajo unas toallas y sábanas sucias. Las levantó y colocó a la cobra. La serpiente permaneció enroscada y quieta en el fondo, tapada por la ropa sucia.

Cuando se disponía a entrar en la suite de Jordi Mas, un hombre alto y corpulento le cortó el paso.

—¿Dónde va? No es hora de hacer la limpieza.

—El señor Mas ha pedido en recepción que le cambien las toallas —contestó Kanya con su mejor sonrisa.

—Levante los brazos, por favor. —le ordenó a la vez que le mostraba la placa de policía.

El hombre, que Kanya pasó un detector de metales alrededor de su  cuerpo. Luego miró bajo el montón de toallas limpias. Y cuando fue a meter la mano en la ropa sucia...

—Tenga cuidado, acabo de recoger con esas toallas el vómito de un cliente.

El policía se detuvo con expresión de asco  y añadió.

—Está bien, puede entrar.

Kanya introdujo la tarjeta maestra en la cerradura y ésta se abrió con un chasquido. Dejó la puerta entreabierta y se dirigió al cuarto de baño para colocar las toallas. Desde allí no podía verla el policía que se había quedado vigilando en la puerta. La mujer apartó la ropa sucia y tomó a Wattana para colocarla en el suelo. La cobra se deslizó por el piso hasta esconderse bajo la cama, oculta con los faldones de la colcha.

—Ya está, buenas noches —saludó Kanya al policía, saliendo de la habitación.


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Al llegar al restaurante, Kanya le envió un WhatsApp a Lawan, que estaba cenando en un comedor privado del hotel con las demás autoridades asistentes a la convención :"Wattana esperando"

"La recojo temprano" le contestó Lawan.

Kanya cerró el móvil y dirigió una amplia sonrisa a Javier y Marcos, que habían llegado antes que ella. Todo había salido según lo previsto. La cobra estaba bien entrenada, cumpliría con su cometido. Tan sólo quedaba sacarla de la habitación y del hotel antes de que la encontrasen. Lawan se ocuparía de eso. Después de dejar a Wattana y de dejar el carrito de la limpieza en su sitio, había vuelto a la habitación para cambiarse de nuevo. Se soltó la lacia melena endrina, se entalló un vestido azul turquesa que hacía juego con su ojos y potenciaba su bronceado exótico y cambió las zapatillas por unas sandalias de tacón. Respiró  hondo e Intentó relajarse.

 A Javier le brillaron los ojos al verla llegar.

—Estás preciosa.

La muchacha le miró y un centenar de mariposas revolotearon en su vientre. Se había sentido tan segura a su lado... y ahora, se iba para no volver a verle, sin dejar rastro.

Acabaron la cena y mientras se dirigían a sus habitaciones Marcos se adelantó hacia la suya para dejarles solos.

—¡Hasta mañana, jefe! ¡Buenas noches, Carrie!

Kanya y Javier le devolvieron el saludo y se quedaron en silencio frente a la habitación de Javier.

La joven miró al suelo. Mientras su cerebro le ordenaba que se fuera inmediatamente su cuerpo se negaba a obedecerle, parecía magnetizado por el cuerpo de Javier.

Él colocó  una mano al lado de su cara apoyándola sobre la pared.

—¿Quieres pasar? ¿un ratito? — y sus labios se acercaron a ella y rozaron su cuello.

Sin esperar respuesta abrió la puerta de su habitación y tomándola por la cintura la empujó dentro con suavidad.

—Javier, me tengo que ir.

Pero las manos de él ya corrían por debajo de la falda del vestido turquesa buscando sus nalgas. Su boca bajaba ávida, sedienta, por su escote, para adentrarse entre sus pechos.

—Javier, tengo que marcharme.

Pero sus labios le devolvían los besos con pasión.

—No quieres irte, dime que no quieres irte, dímelo.

La levantó del suelo tomándola por la cintura. Kanya enlazó sus piernas alrededor de su cuerpo y le mordió los labios.

Mientras, Wattana estiraba la cabeza saliendo de debajo de la cama, observando al hombre que se estaba introduciendo en el jacuzzi de la habitación luciendo en su omóplato el tatuaje de una mujer abrazada a una cobra.

Javier la llevó en volandas hasta la cama, para bajarle el vestido y devorar sus senos, Kanya le desabrochó la camisa y se pegó a su pecho desnudo, le deseaba como a nada en el mundo. Con ansia, con prisa, acabaron de desnudarse el  uno al otro, comiéndose a besos.

En la planta de arriba, Wattana se irguió sobre sí misma y se deslizó sobre la cama abierta para esconderse bajo las sábanas buscando el hueco entre el colchón y el pie de la cama. Jordi Mas salió del jacuzzi, se secó y caminó descalzo hacia la cama, abrió un cajón y se colocó el pantalón del pijama.

—Carrie, quiero que seas mía, que seas parte de mi vida, quiero acostarme y levantarme contigo —le susurraba Javier al oído mientras la hacía suya una vez más.

—Pero Javier, yo... — los besos de él la hicieron callar. Kanya se abandonó a sus últimos minutos de placer con aquel hombre que la había hechizado.

Jordi Mas se sentó en el borde de la cama, hoy no era una de aquellas noches en las que una jovencita, a veces alguna niña, le esperaba sumisa, para satisfacer sus deseos lujuriosos. Había demasiado control policial y los medios estaban siempre prestos a airear sus perversiones, devaneos y corrupciones. Nunca se explicó cómo volvió de Bangkok con un tatuaje como aquel. Aunque ya no tenía edad para tatuajes, no le desagradaba. También le robaron pero... como era dinero del contribuyente, lo recuperó pronto.

Javier subió despacio  por el cuerpo de Kanya, lamiendo sus piernas, sus glúteos, su cintura, subiendo por su espalda para mordisquear su cuello, el lóbulo de su oreja. La joven, tumbada de espaldas, presentía que  nunca más volvería a sentirse tan protegida, tan amada.

Wattana subió despacio por la espalda del hombre dormido sacando a intervalos cortos su lengua bífida hasta llegar a la altura de su cabeza. Con un movimiento rápido, veloz como un rayo, se precipitó sobre el cuello del hombre clavándole los colmillos, inyectando su veneno mortal.

Todavía era de noche. Kanya, le dio un beso a Javier que permanecía dormido, agarrado a su cintura. Con cuidado se deshizo del abrazo de su mano, se levantó de la cama y se vistió. Eran casi las cinco de la mañana cuando llegó a su habitación. Miró el móvil, todavía ningún mensaje.

 

Lawan salió a la terraza, todas las suites presidenciales tenían piscina privada, climatizada, comunicadas entre ellas por unos canales. ¿Habría recordado Kanya dejar entreabierta la puerta corredera que daba a la piscina? Pronto lo sabría. Introdujo la mano en el agua y golpeó la pared de la piscina con las llaves, un repiqueteo sutil que  originó una serie de ondas vibratorias en el agua. Durante un par de minutos repitió la operación hasta que al fin la vio llegar, emergiendo desde un canal al otro lado de la piscina, zigzagueando sobre la superficie del agua. Wattana salió del agua y se enroscó a su lado abriendo la boca. Lawan entró dentro y sacó un par de ratones de una pequeña jaula.

—Venga, toma, que te lo has ganado, campeona.

"Ahora dormirá un buen rato —pensó Lawan— En cuanto descubran el cuerpo la buscarán por todas partes. Tengo que esconderla hasta que nos marchemos por la noche" Entró en la habitación, se subió a la cama y abrió la trampilla que daba al conducto del aire acondicionado. La cobra la siguió, había acabado de comer. La miró. Serpenteando subió a la cama y trepó por el cuerpo de Lawan hasta el agujero del techo, se acomodó en el conducto y Lawan cerró la ventanilla.

Tomó el móvil y envió un whatsApp a Kanya: "Wattana a salvo, márchate cuanto antes"

Kanya, que ya había recogido el poco equipaje que llevaba, salió de la habitación y cerró la puerta. Estaba amaneciendo cuando liquidó la factura de su estancia en recepción y abandonó el hotel.

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Javier Contreras no se podía creer lo que estaba viendo. ¡Otro nuevo caso del tatuaje de la cobra, y esta vez delante de sus narices!. El cuerpo sin vida de Jordi Mas yacía boca abajo con una señal inequívoca de mordedura de serpiente y el tatuaje de la cobra en el  omóplato izquierdo.

—Esto no puede estar pasando —dijo mientras examinaba el cadáver, pasándose la mano por los cabellos hasta la nuca— Que registren ahora mismo todo el hotel, hay que encontrar esa maldita cobra —ordenó a los efectivos policiales allí presentes.

—¿Qué agente vigilaba esta planta? —añadió.

—Yo, señor, tan sólo entró una limpiadora con un carrito, a dejar unas toallas —se apresuró a contestar el policía que había interceptado a Kanya.

—¿Podrías reconocerla?

—Creo que sí.

—Que vengan todas las mujeres del personal de limpieza —ordenó a Marcos que también se había quedado atónito.

El agente pasó revista a las limpiadoras que se habían puesto en fila delante de él.

—No, no es ninguna de ellas, era muy guapa, con rasgos asiáticos.

—¿Con rasgos asiáticos?

Entre las limpiadoras había cinco asiáticas.

—¿Estás seguro que no es ninguna?

El agente volvió a mirarlas.

—No, era más alta.

—¿Recuerdas algún rasgo especial?

—No, morena, ojos marrones, con una trenza...

—Está bien, retírense —ordenó a las limpiadoras.

 

 

El personal policial registró palmo a palmo todo el hotel, habitaciones, suites, comedores, piscinas, departamentos del personal de limpieza.... Lawan no tuvo inconveniente en que revisaran sus pertenencias y su equipaje cuando los agentes llamaron a su puerta preguntando si podrían echar un vistazo.

Horas más tarde la convención internacional continuó según el horario previsto.

—No se ha encontrado nada, Javier —confesó Marcos, desalentado.

—Voy a interrogar a la acompañante del mariscal de las fuerzas aéreas de Tailandia, dile que, en cuanto tenga un momento se acerque por aquí, por favor. Tal vez nos sirva de ayuda. —el que alguien de Tailandia estuviese allí era algo sospechoso.

Lawan entró en el despacho que  el hotel había cedido a Javier.  El inspector la miró a los ojos, le recordaba a Carrie, aunque era más bajita y con la piel más oscura. Bueno, todas las tailandesas se parecían un poco. Con todo el lío, acababa de darse cuenta de que no sabía nada de Carrie, ni la había visto en toda la mañana. ¿Sería tailandesa su madre?

Después de resumirle brevemente la investigación que estaban llevando a cabo, y de rogarle su colaboración, Javier pasó a interrogarla directamente.

—¿Dónde estuvo ayer por la noche?

—Cenando, con todos los asistentes a la convención y con el mariscal. Él puede corroborarlo.

—¿Y después?

—Acabamos muy tarde y nos fuimos directamente a la habitación. Precisamente pasamos por delante de la suite del señor Mas. El creo que se retiró un poco antes.

—Está bien, lo cotejaremos con la grabación de las cámaras de esa planta. ¿No escucharon nada sospechoso durante la noche? ¿algún ruido?

—No, en absoluto.

 

 

Durante la tarde, Javier volvió a revisar las cintas de grabación de las cámaras de la planta quinta. Había visto a la limpiadora salir del ascensor con el carrito de la limpieza y dirigirse a la suite del señor Mas, curiosamente le recordaba a Carrie. El inspector meneó la cabeza, hoy todas las mujeres le recordaban a Carrie. ¿Dónde estaría? Luego al agente hablando con ella, unos minutos después se la ve salir de la suite para perderse en el ascensor. Más tarde se ve entrar al señor Mas y después pasan  la ayudante y el mariscal de Tailandia hacia sus respectivas suites. Ningún movimiento más durante la noche. Ni durante la mañana. Habían revisado la suite del señor Mas y ni rastro de la cobra.

Mientras esperaban el resultado de la autopsia, Javier pidió a Marcos que llamara al secretario del señor Mas para poder entender por qué alguien querría matarle.

—¿Había viajado el señor Mas a Tailandia, últimamente?

—Pues... sí, estuvo de vacaciones hace unos meses, en Bangkok, exactamente.

—En el hotel.... ¿Millennium Hilton?

—Exactamente. Yo mismo hice la reserva ¿cómo lo  ha sabido? —preguntó asombrado.

Javier miró a Marcos.

—Esta vez tenemos que descubrir quién está detrás de los asesinatos de la cobra.—afirmó contundente— ¿Sabe qué hizo el señor Mas en Tailandia? ¿Quién le hizo el tatuaje que llevaba en el omóplato?

—Pues... no, ni él mismo se lo explicaba.

—¿Le sucedió algo extraño en ese hotel?

—Vino muy enfadado de sus vacaciones, nos dijo que nada había salido bien.

—¿Qué era lo que tenía que salir bien? ¿Se refería a los servicios del hotel?

El secretario se acercó a ellos en actitud confidencial.

—Lo que yo les digo no saldrá de aquí ¿no? No me gustaría que lo aireara la prensa, ya saben.

—No, tranquilo. Cuéntenos...

—El señor Mas... solicitaba con frecuencia... otro tipo de servicios... ya me entiende.


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Lawan abrió la trampilla del aire acondicionado y dejó salir a Wattana. La cobra se deslizó por su brazo, enrollándose en su cuerpo hasta bajar a la cama.

No le había dicho su verdadero  nombre al inspector. Su padre la advirtió de que había un policía haciendo averiguaciones sobre los tatuajes de la cobra. Siempre las ayudaba sin preguntar, era lo mejor, mientras menos supiese de sus actuaciones menos problemas tendría con las mafias y con la policía. Pero ya estaban arriesgándole demasiado, el centro de operaciones tenía que cambiar.

La convención había acabado y el mariscal no tardaría en llamarla. Preparó a Wattana en su trasportín camuflado dentro del baúl de la ropa, con las rendijas necesarias para que la serpiente pudiese respirar. Una vez saliesen del hotel en el avión militar sacaría el trasportín; allí no tendrían ningún problema.

 

 

Javier escuchó con aversión y repugnancia las perversiones y corrupciones que el secretario les estaba relatando sobre Jordi Mas. El inocente político sexagenario era un corrupto depravado que no dudaba en utilizar el dinero público para satisfacer sus más bajos instintos con jovencitas, incluso niñas por las que pagaba a las mafias de los países del este.

El secretario parecía disfrutar vaciando el pozo de podredumbre de su alma. Debía llevar mucho tiempo callando, y ahora que su jefe había muerto necesitaba dejar en paz su conciencia.

Cuando se marchó, Javier y Marcos se miraron.

—Hay que seguir con la investigación —dijo  por fin Javier— nuestros jefes y la opinión pública van a querer repuestas.

—Ahora ya sabemos el por qué. Hasta yo querría haberle matado —confesó Marcos— Pero... ¿quién fue?

—Vamos a registrar otra vez la suite de Jordi Mas. 

 

 

 

Mientras los asistentes a la convención iban desalojando el hotel. Javier y Marcos entraron en la suite precintada. La autopsia había revelado lo que ya sabían, muerte por colapso cardiovascular producido por las neurotoxinas del veneno de cobra.

Marcos se puso los guantes y abrió un portátil que estaba colocado sobre un escritorio. Tenía contraseña. Javier sacó de su bolsillo un pendrive con una aplicación para hacerla saltar. Ya no buscaban a la cobra, sino a las personas que habían contactado con él en Tailandia para ofrecerle los servicios que buscaba. Un mafioso, algún ajuste de cuentas... Por fin saltó la contraseña y abrió un escritorio con varios iconos. En las diferentes carpetas había de todo: las cuentas de pagos y comisiones, cuentas en Suiza y varias carpetas con pornografía infantil.

—¡Vaya pájaro! —comentó Marcos— no me extraña que se lo quisieran cargar.

Javier se acercó a la cama deshecha intentando averiguar lo sucedido y dónde había estado oculta la cobra.

Entró en el cuarto de baño, allí estaban las toallas que debió de traer la enigmática limpiadora. Seguramente introdujo la serpiente en el cesto de la ropa sucia, en el carrito que suelen llevar con el cubo y las fregonas. De pronto vio algo rojo brillando en el suelo, se acercó, se puso los guantes y lo cogió, era como un diminuto rubí rojo, muy pequeño. Tomó una bolsa de plástico y lo introdujo dentro.

—Anda, coge el portátil, analizaremos luego todas esas carpetas. Vamos a cenar —le ordenó a Marcos— Por cierto, ¿has visto a Carrie? Con todo este asunto no la he visto apenas.

—No, no sé, ¿no tienes su móvil? ¿en qué habitación estaba?

—Pues... no, no lo tengo, no sé —de pronto se dio cuenta de que no sabía ni siquiera en qué habitación se alojaba.

—Bueno, pasemos por recepción allí nos lo dirán —propuso Marcos.

—¿Carrie Grey? ¿en la cuarta planta? —la recepcionista revisó en el ordenador la lista de los clientes— No hay ninguna Carrie Grey.

—¿Cómo? No puede ser —contestó Javier— revísela otra vez, por favor.

—Lo siento, señor inspector, pero... no hay ninguna Carrie Grey, hay una Grey pero no es Carrie. Era Kanya Grey.

—¿Kanya Grey? ¿Kanya? ¿Era?

—Se fue esta mañana del hotel, muy temprano.

—¿Se fue? ¿No dejó ninguna nota? —Javier no entendía nada. ¿Por qué no le había dicho su verdadero nombre? ¿De qué le sonaba Kanya Grey?

De pronto recordó su conversación con Harry Grey: "Cuando conocí a Kanya supe sin lugar a dudas que era mi hija, sus preciosos ojos azul verdoso"

—Kanya era la hija de Harry Grey —exclamó mirando a Marcos—la gerente del hotel de Bangkok. ¡Carrie es Kanya!

—¿La hija de Harry Grey? Y ¿dónde está? ¿habrá vuelto al hotel de Bangkok?

—Vamos a llamar.

En el hotel Millennium Hilton de Bangkok les dijeron que ya no trabajaba allí, que no sabían dónde encontrarla. Javier volvió a llamar a Harry Grey en varias ocasiones pero su llamada no recibió respuesta.

 

 

Aquella noche, desanimado se tumbó en la cama. Estaba tan confundido. Se sentía más contrariado por haber perdido a Carrie, o Kanya... que  por no haber encontrado a la intrépida limpiadora. Se dio media vuelta, todavía parecía escuchar sus gemidos de placer,  el olor de su cuerpo, su pecho sobre él, su amuleto colgando de su cuello, con aquel buda pequeñín con ojos rojos.... aunque... aquella última  noche. Javier tuvo un fogonazo, la visión del amuleto colgando del cuello de Carrie, ¡le faltaba un ojo! De un salto se levantó y fue a buscar el rubí que había encontrado en la habitación de Jordi Mas. Lo extrajo de la bolsa, sí, era del mismo tamaño, bien podría ser, el ojo del amuleto. Entonces..: Carrie... Kanya era... ¡la enigmática limpiadora que había introducido la serpiente en la habitación!

Volvió a recordar la conversación con Harry Grey: "Lawan, la mediana, quería entrar en la Real Fuerza Aérea Tailandesa, así que me encargué de hablar con el Mariscal en Jefe del Aire..." ¿Y si la hermana era la ayudante del mariscal a la que había interrogado? Aunque no le había dado ese nombre, Lawan... Se levantó, se vistió y bajó a recepción.

—Perdone, la ayudante del mariscal de las fuerzas aéreas de Tailandia, el que vino a la convención... ¿podría darme su nombre?

—Un momento, espere que lo busco, inspector —la recepcionista miró en el ordenador— Lawan, Lawan Grey.

—Muchas gracias. ¿Podría facilitarme su teléfono? ¿lo tiene?

—Un momento... sí, aquí en la ficha de reserva está su móvil.

Tras anotar el número Javier se dirigió a la habitación de Marcos. Había estado con las dos hermanas, ¿estaban las dos implicadas en el caso cobra? Era lo más probable. Al menos tenía una pista, el móvil de Lawan.


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Marcos no daba crédito a lo que estaba oyendo.

—Pero...¿por qué iba a querer matarle? ¿Cómo sabes que fue Kanya?

—¿Te acuerdas del amuleto que llevaba? La última noche que la vimos al buda le faltaba un ojo —y extrayendo el pequeño rubí del bolsillo— del mismo tamaño que el que estaba en la habitación. De todos modos, vamos a corroborarlo.

Javier Contreras llamó al agente que había visto a la limpiadora para ver si la reconocía en la impresión del DNI que había tomado de recepción. Tenía que cerciorarse de que, efectivamente, se trataba de Kanya.

—Tenía los ojos marrones pero sí, se parece mucho —observó el policía.

Javier tomó un lápiz y oscureció el iris de los ojos de la foto.

—¿Y ahora? debió de usar lentillas de color.

—Sí, ahora sí, es ella, la que entró con las toallas.

—Muchas gracias, agente.

Javier se volvió a Marcos.

—Y la militar que acompañaba al mariscal de Tailandia era su hermana, Lawan, lo he comprobado en recepción, no nos dio su verdadero nombre. He conseguido su número de móvil.

—¿Piensas llamarla y decirle que sabes que fue Kanya la que entró con la serpiente? ¿Crees que está implicada también?

—No sé.—Javier se quedó unos instantes pensativo— No podemos detener a la hermana, no hay pruebas contra ella.

—¿Y si nos vamos a Bangkok? La jefatura ha dado máxima prioridad al caso.

Javier se levantó, decidido.

—Nos vamos, tenemos que encontrar a Kanya, es la única pista concluyente que tenemos. Interrogaremos de nuevo a su hermana, a Lawan.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Durante las quince horas que duró el vuelo, con escala en Doha, Aeropuerto Internacional De Hamad en Quatar, Javier no dejaba de preguntarse el por qué de aquellas muertes. o asesinatos y la manera tan rebuscada de cometerlos. ¿Quién hacía los tatuajes? ¿Cómo era posible que una cobra fuese amaestrada para morder a los que lo llevaban? ¿Cual era el fin de las hermanas Green? ¿Y Carrie o Kanya? ¿Qué pintaba ella en todo este asunto? ¿Qué sentía por él? Y sobre todo, ¿cómo podía volver a verla? El recuerdo de sus ojos, su boca, la suavidad de su piel, la curva de sus caderas, el olor de su cuerpo, su enigmática sonrisa. Un cúmulo de sensaciones inefables envolvían a aquella mujer que se había colado en su vida, en su cuerpo, en su cama, de una manera tan inesperada como adictiva, no era capaz de dejar de pensar en ella. Marcos le sacó de sus elucubraciones.

—En nada, aterrizamos, jefe.

El inspector y su ayudante se alojaron en el hotel Millennium Hilton en Bangkok. Buscaron en recepción al gerente del hotel, pero... no era Kanya. Tal como les informaron por teléfono, ya no trabajaba allí, pero les dieron su dirección, un apartamento en el centro. Javier y Marcos tomaron un tuk tuk y se dirigieron allí inmediatamente. Llamaron a la puerta con insistencia. Nadie les abrió.

La policía de Bangkok no tuvo ningún inconveniente en colaborar con ellos y les firmó una orden para registrar el apartamento de la joven. Incluso les  proporcionó un agente para hacerles de guía y de traductor.

Javier y Marcos entraron en el apartamento precedidos del portero del edificio. Todo estaba como si alguien todavía estuviese viviendo allí. En el armario estaba la ropa de Kanya, comida en la nevera y una jaula con un par de ratones. Si Kanya había cambiado de alojamiento todavía  no había hecho el traslado. Claro que...  hacía menos de una semana que la habían visto en Barcelona, tal vez continuaba allí.

—Con esos ratones debía de alimentar a la cobra —comentó Marcos— pero ¿dónde está la serpiente? A ver si va a estar escondida por ahí, jefe. ¡Ten cuidado!

—Busca algún portátil, un ordenador, en algún sitio tiene que tener información de sus víctimas.

Pero no había nada.

—Si tenía algún portátil se lo habrá llevado en el viaje —comentó Marcos.

Lo que sí encontraron en el armario de su dormitorio fueron los utensilios para la elaboración de tatuajes.

—¡Era ella! —exclamó Javier— ¡Ella les tatuaba!

—Vamos a ver, recapitulemos. Kanya, gerente del hotel, por el motivo que sea, porque sean políticos corruptos, depravados o pederastas... los marca con un tatuaje —deduce Marcos.

—Tal vez les da un brebaje o algo para adormecerlos.

—Y luego, una vez en España, se lleva la cobra para matarlos. Muy rebuscado ¿no? ¿Por qué no los mata directamente en el hotel?

—Una vez lejos de allí nadie la relacionaría. Además, acuérdate de que los primeros sí que fueron atacados por una cobra en el hotel y alguno se salvó por tener el antídoto a mano. En España es más difícil encontrar antídoto contra el veneno de serpiente.

Javier revisó los cajones del dormitorio de Kanya y sus dedos tocaron con delicadeza su ropa interior. ¿Cómo una muchacha tan sutil podía ser capaz de premeditar esos asesinatos? Entró en el cuarto de baño y se acercó la toalla a la cara para olerla, todavía tenía la fragancia de su aroma.

Marcos apareció en la puerta con una carpeta.

—Mire, jefe, qué he encontrado. No sé si tendrá algo que ver pero...  estaba escondida debajo de la ropa, en un cajón del armario. Parecen dibujos infantiles.

Javier salió del cuarto de baño y tomando la carpeta se sentó en la mesa para examinarla.

Efectivamente, eran dibujos infantiles. Parecían una serie de viñetas, en cada hoja se podía ver una escena diferente. En la primera hoja estaban dibujados los que parecían miembros de una familia recibiendo dinero de un hombre y entregándoles a una niña..

—¿Tenía Kanya algún hijo?— preguntó Marcos.

—No creo, tal vez los dibujos sean suyos, de cuando era pequeña —comentó Javier— pero, ¿por qué los tendría escondidos?.

—Mira éste otro, jefe.

En el segundo dibujo, la misma niña estaba con dos hombres delante de un edificio grande y sobre la puerta había unas letras escritas.

—¿Qué pone aquí?, parece que se lee... ¿Millennium? ¿Millennium Hilton?

Javier pasó al siguiente dibujo.

Ahora estaba la niña, un señor extendiendo la mano hacia ella y una cama al fondo.

En el cuarto dibujo aparecía una chica que cogía a la niña de la mano, el señor estaba tumbado en el suelo.

Javier y Marcos se miraron.

—A través de estos dibujos, esa niña nos está explicando su historia —comentó Javier, asombrado.

—Ese del suelo podría ser... Jordi Mas o cualquier otro...

Javier pasó a otro dibujo.

La chica y la niña iban subidas en una moto.

—La que lleva la moto ¿será Kanya?, ¿eso hace? ¿Salvar a niñas que son vendidas a las mafias? ¿Las rescata de los pederastas?

—Pero aquí no sale nada del tatuaje, si es Kanya la que les tatúa, no puede ser la de la moto.

—Mira éste otro.

En el sexto dibujo la chica, con la niña de la mano, estaba delante de una casa con jardín y flores. Las dos estaban dibujadas con una gran sonrisa y había un letrero al lado de las dos figuras donde se leía Nong Kham.

—Nong Kham —leyó Javier— ¿por dónde quedará eso? Si van en moto no puede estar lejos.

En el último dibujo se veía a la niña jugando con otras niñas en el jardín de la casa, en la pared se podía leer el nombre en un letrero.

—Podría ser un colegio o una escuela —comenta Marcos—ahí parece que pone "Sunan Grey"

—Sunan era el nombre de la madre de Kanya, y Grey el apellido del padre. —observó Javier cerrando la carpeta y cogiéndola— Nos vamos a ese lugar en Nong Kham, ya buscaremos en el mapa dónde está. Debe ser un colegio o una residencia donde llevan a esas niñas rescatadas de las mafias.

—Si es así, Kanya puede estar en peligro y... si las mafias descubren ese lugar, incluso las niñas pueden ser secuestradas de nuevo.

—Vamos para allá, llamaremos a Lawan en el trayecto. También habría que hablar con Harry Grey, que debe ser el fundador de ese colegio o residencia.

—Será mejor que no digamos nada sobre ese lugar a la policía tailandesa, las mafias no se sabe nunca hasta dónde llegan —sugirió Marcos.

—De acuerdo.

 

 

 

Mientras Marcos conducía por una carretera secundaria el coche que habían alquilado, Javier llamó a Harry Grey para preguntarle por "Sunan Grey" el colegio.

—Buenas tardes, inspector, actualmente me encuentro en Nueva York. Efectivamente, yo fundé ese colegio residencia para niñas huérfanas, está a nombre de mis tres hijas. Ellas son las que se ocupan de todo.

—¿Podría decirnos dónde se encuentra Kanya? Sospechamos que está involucrada en el caso que le comenté, el del tatuaje de la cobra.

Harry Grey permaneció en silencio.

—Lo siento, no puedo ayudarles en eso, yo no me inmiscuyo en la vida de mis hijas.

—Creemos que puede estar en peligro... En ese colegio puede que haya niñas rescatadas de las mafia que se dedican a la prostitución infantil. ¿Sabe algo del asunto, es así?

—Lo siento, inspector, yo no sé lo qué hacen mis hijas ni a quién meten allí, tan sólo las ayudo económicamente al mantenimiento del colegio. Lo lamento pero tengo que colgar, estoy muy ocupado, no puedo atenderle por más tiempo.

Dicho esto, colgó el teléfono.

—Tal vez he sido indiscreto —comentó Javier —a ver si vamos a tener los teléfonos pinchados.

—No creo —observó Marcos tomando el desvío hacia una pequeña carretera bordeada de palmeras y mirando por el retrovisor corroboró lo que llevaba rato sospechando.

—Jefe, nos sigue una motocicleta con un tipo con casco. Ya iba tras nosotros en la carretera de tres carriles, pero ahora, al tomar el desvío veo que efectivamente nos está siguiendo.

—¿Podríamos despistarle? —Javier miró hacia atrás— sólo la policía sabe de nuestro registro en casa de Kanya.

—La hemos cagado, jefe. Si la policía está implicada en todo este asunto, vamos a llevar a los zorros derechitos al gallinero.

—Sí, toma una salida y volvamos al hotel de Bangkok. Es probable que a estas horas estén registrando también el piso de Kanya. Esperemos que no la encuentren.

—Al menos los dibujos los tenemos nosotros —afirmó Marcos dirigiendo la mirada al maletín que llevaban con ellos.

 

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En Madrid, Lawan acababa de llegar con Wattana a casa de Kanya. Había aprovechado unos ejercicios militares en la base FAMET de Colmenar para llevar a la cobra.

—Me ha llamado papá. Ese inspector Contreras nos está pisando los talones, Kanya. Sabe que tú estás detrás de los tatuajes de la cobra. Está ahora en Bangkok.

—¿Cómo me ha descubierto? — se preguntó sorprendida.

—No sé, dejarías algún cabo suelto.

—¿Está en Bangkok, ahora? —repitió Kanya asombrada. ¡Javier había ido a buscarla!. Las imágenes se sucedieron en su mente transmitiéndole una necesidad imperiosa de volver a verle, de volver a sentirle.

—Si han hablado con la policía y la mafia encuentra la residencia... se llevarán a las niñas. —pronosticó Lawan.

—¿Qué piensas hacer? —  preguntó Kanya, acariciando  la cobra que se había subido al sofá y se deslizaba sobre sus rodillas

—Hablaré con Harry. Tenemos que encontrarles otra ubicación lo antes posible. Hemos salvado a más de cincuenta niñas, Kanya, pero allí ya no están seguras. Hay que trasladarlas antes de que sea demasiado tarde. Si la policía española las descubre, la mafia también lo hará. La situación se está complicando, sobre todo para Malai. Conmigo no se van a atrever, tengo la protección del ejército y del mariscal. Y tú... —la miró— has hecho bien cambiándote el tono del cabello, va más acorde con tus ojos.

—Es un castaño claro, pensé que era mejor cambiarlo. —miró a Wattana— Pues sí, se está poniendo feo.

—Mañana vuelvo para Bangkok. Te tendré al corriente. En unos días estaré aquí de nuevo para el congreso internacional militar. Será la última ejecución, Kanya.

—Sí, la última res... —asintió deslizando su mano por la cabeza de Wattana que dejó escapar unos silbidos asomando por la boca su lengua bífida —de momento —puntualizó volviendo la mirada a su hermana. Las dos sabían que no podían cambiar la realidad de la sociedad en la que les había tocado vivir, pero seguirían rescatando a aquellas niñas... mientras pudieran.

 

 

 

 

Javier y Marcos aprovecharon la oscuridad de la noche para salir sin ser vistos del hotel. El tipo de la motocicleta parecía haberse marchado. Condujeron de nuevo hasta llegar a Nong Kham, vigilando que no les siguiese nadie.

El colegio residencia no era un gran edificio, como mucho podía albergar a una cincuentena de alumnas. Estaba rodeado por una valla y custodiado por un vigilante de seguridad. Al ver que eran policías españoles avisó a la directora y les dejaron pasar.

La directora, una mujer de mediana edad, con rasgos nativos y que  hablaba perfectamente inglés, les recibió con cierta desconfianza.

—Las hermanas Grey están  haciendo una gran labor con todas estas niñas que acogen.

—¿Sabe usted de dónde proceden las niñas? —preguntó Javier.

—Son huérfanas o abandonadas por sus familias porque son muy pobres.

Marcos y Harry se miraron.

—Cuentan con muchas medidas de seguridad para ser un colegio —comentó Marcos.

—Nunca son muchas para protegerlas —contestó la mujer.

—¿Las hermanas vienen por aquí habitualmente? —preguntó Javier.

—Malai viene a menudo, un par de veces a la semana. Lawan es la que nos trae a las niñas.

—¿Y Kanya? ¿La ha visto últimamente? —quiso saber, Javier.

—Kanya es raro que venga, pero cuando lo hace deja huella en las niñas, la quieren mucho, la última vez que vino una de las niñas la obsequió con unos dibujos. A Kanya le hizo muy feliz y se los llevó. Es muy cariñosa con ellas, la adoran.

A Javier no le extrañó el comentario de la mujer, en él también había dejado huella, también la adoraba y no cejaría en su empeño hasta encontrarla.

—Mire, tenemos sospechas de que, al menos algunas de las niñas, han sido rescatadas de las mafias —confesó Javier.

La mujer puso expresión de sorpresa.

—¿Las... mafias? No sabía  nada, ¡por Dios!

—Bueno, queremos que sepa que nuestra intención es protegerlas, vamos a estar por aquí algunos días, haciendo averiguaciones. Si ocurre algo, si se ven acosadas, cualquier cosa, no dude en llamarnos —añadió extendiéndole una tarjeta.

—Muchas gracias —contestó la directora tomando la tarjeta— esperemos que no ocurra, tenemos un vigilante de seguridad.

—Como usted ha dicho antes, nunca es suficiente —comentó Marcos.

 

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Kanya se metió en la bañera con agua tibia. El trabajo había sido agotador en la recepción de su nuevo puesto en el hotel, el DoubleTree by Hilton Madrid-Prado, todo tenía que estar listo para el próximo congreso militar. Sus actuales compañeros de trabajo la habían acogido muy bien, los madrileños eran encantadores. Sin embargo su estancia laboral allí iba a durar poco, un nuevo destino, un nuevo proyecto... ¿hasta cuándo? Relajó los músculos dentro del agua caliente, hundió la nuca y se abandonó a la caricia del líquido sobre sus cabellos y su piel. Lawan tenía razón, iba a ser la última ejecución. Además, Wattana se iba haciendo mayor, ¿cuantos años tenía? ¿veinte? La cobra pareció escuchar sus pensamientos porque desde dentro del agua emergió la cabeza y la miró. Su lengua bífida asomó en el centro de sus mandíbulas con movimientos espasmódicos. Kanya apoyó la cabeza en el borde de la bañera y cerró los ojos. En su mente sólo había espacio para recordar los momentos vividos con Javier, su torso desnudo sobre su pecho, su respiración jadeante, sus embestidas salvajes. Entreabrió los ojos y observó a Wattana. La cobra se deslizaba entre sus muslos, abrió las piernas para sentir todo el movimiento de sus anillos rozando su pubis...aquella fricción la excitaba. Se dejó llevar imaginando el miembro viril de Javier penetrándola, mientras la cobra continuaba en su vaivén, culebreando en su entrepierna, separando sus glúteos, enrollándose en su cintura, jugueteando con su lengua bífida con sus pezones, erizados por completo.

Pero sus pensamientos la llevaban a los brazos de Javier, sentía su cuerpo, la presión de su torso desnudo sobre ella, sus labios mordisqueando su pecho, sus besos recorriendo su cuello, su miembro buscando cobijo en la humedad de su sexo. Un intenso orgasmo la sacudió de los pies a la cabeza dejándola por unos instantes sin aliento.

—¡Aaaaah! —exclamó doblándose sobre sí misma y sacando medio cuerpo de la bañera.

A miles de kilómetros Javier se preguntaba dónde estaría y soñaba con tenerla, con poseerla de nuevo. El deseo era tan fuerte que le era imposible conciliar el sueño. La imagen de su vientre culebreando bajo su cuerpo, la calidez de su entrepierna, sus senos tan sensibles bajo sus dedos... le hacían imposible sentir otra cosa que no fuera el aroma de su piel abriéndose como una flor al envite de su falo.

El agua golpeteaba fuerte los cristales de la ventana, estaban en plena temporada de lluvias.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Después de estar todo el día intentando que su teléfono estuviese operativo, Javier Contreras consiguió por fin contactar con Lawan.

—Acabo de aterrizar en Bangkok —le contestó, perpleja por su llamada.

—Mi ayudante y yo también estamos aquí, en Bangkok, haciendo averiguaciones sobre el caso de la cobra.

—¿Y? —Lawan se puso en guardia— ya les dije que no tenía nada que ver.

—Bueno... sabemos que fue su hermana la que  introdujo la cobra en la habitación

—No sé nada de mi hermana desde hace años, no tenemos ninguna relación.

—¿Ni para gestionar Sunan Grey? Estuvimos ayer allí.

Se hizo un silencio. Lawan contestó al final.

—¿Qué es lo que quieren? En el colegio damos cobijo a unas niñas, nada más.

—Sabemos que esas niñas han sido rescatadas de las mafias, y queremos ayudarlas. Creemos que la policía está implicada indirectamente en esos turbios negocios.

—Lo sé —contestó Lawan tras otro larga pausa— Mañana mismo he quedado con Malai, vamos a trasladarlas antes de que las descubran.

—Me parece perfecto. Si le parece bien nos encontramos allí, por si necesitan ayuda.

Lawan calibró la situación. Malai, su hermana mayor que trabajaba en uno de los locales de noche, había advertido que estaba siendo vigilada por su jefe, no parecía fiarse de ella.  Habían llevado la operación al límite y tenían que andar con pies de plomo para no ser descubiertas. Si la cosa se ponía difícil no iría mal contar con un par de polis de su parte, para variar. La mayoría de los policías de Bangkok estaban sobornados por las altas cúpulas de la mafia.

—Está bien, vengan armados.

—Por supuesto —contestó Javier, preguntándose cómo iba a redactar el informe del caso cuando volviese a Barcelona.

 

No había parado de llover desde la noche anterior. Javier y Marcos conducían el pequeño vehículo alquilado a través de una cortina de agua. El limpiaparabrisas no daba abasto para retirar toda el agua. No debía de quedar mucho para llegar a Nong Kham. Truenos y relámpagos se sucedían sin cesar. La estrecha carretera bordeada de palmeras apenas era transitable debido a la gran cantidad de agua y lodo.

—Casi habríamos llegado antes en canoa —comentó Marcos que intentaba ver a través de cristal trasero si alguien les seguía.

Por fin, después de más de dos horas de viaje, conduciendo casi sin ver, llegaron a Sunan Grey, el colegio residencia.

Empapados hasta las cejas consiguieron llegar hasta la puerta. El vigilante de seguridad les reconoció y les dejó pasar.

Esta vez fue Malai quien les abrió.

—Ya me ha dicho mi hermana que ibais a venir —comentó cediéndoles el paso al interior del colegio.

—Podríais haber elegido otro día, aunque parece que no hay días buenos en estas fechas —sugirió Marcos, estrujando el agua de la camisa con las manos.

—Todos los días llueve, es el monzón —comentó Malai— pero es mejor, así será más difícil que nos sigan... espero...

 

La mujer les condujo por un largo pasillo con puertas a los lados, hasta llegar al comedor donde las niñas estaban acabando de desayunar.

Javier la observó, se parecía más a Lawan aunque era algo mayor que ella y tenía la mirada cansada y triste. En las tres hermanas se notaba el porte decidido y arriesgado, Javier no pudo menos que admirarlas, y recordó a Kanya, ¿volvería a verla? Luego se fijó en las niñas, debían de tener la edad de su hija. ¡Pobres inocentes! Por nada del mundo permitiría que alguien les hiciese daño.

La tormenta parecía haber pasado pero continuaba lloviendo. La directora retiró las cortinas de la ventana y observó el exterior. De pronto se giró alarmada.

—Malai, no veo al vigilante de seguridad.

—Voy a llamarle —Malai tomó el walkie-talkie y llamó varias veces sin obtener respuesta— No contesta.

Javier y Marcos abrieron una de las ventanas, tan solo se escuchaba el sonido de la lluvia.

—Niñas, rápido bajad al sótano —ordenó Malai.

Las caritas asustadas de las niñas obedecieron de inmediato, bajando las escaleras que daban a la parte baja de la casa.

De repente el sonido de los cristales de una ventana al romperse por una piedra, lanzada desde el exterior, los sobresaltó.

Javier se agachó a recoger la piedra. Pegado a ella había un papel con algo escrito en tailandés. El inspector se lo entregó a Malai.

—Nos han descubierto —dijo mientras leía lo que ponía la nota— quieren que les entreguemos a las niñas.

—Marcos, a la parte de atrás, yo cubriré la parte de delante —ordenó Javier sacando la pistola y yendo hacia la ventana delantera.

Marcos obedeció dirigiéndose hacia la parte posterior de la casa.

Unos golpes en la parte de abajo de la puerta les hicieron volverse.

—Abre con cuidado —ordenó Javier a Malai después de mirar de soslayo por un resquicio de la ventana— es el vigilante.

Malai abrió despacio y el cuerpo del vigilante se deslizó arrastrándose dentro.

—Me han disparado —murmuró con la mano en el muslo.

Entre la directora y Malai lo metieron dentro, el sonido de un par de balazos silbó sobre sus cabezas.

Javier contestó a los disparos dirigiendo sus descargas al lugar de donde procedían, tras los arbustos que bordeaban la casa, detrás de la valla.

 

—¿Sabes disparar? —preguntó a Malai ofreciéndole una pequeña pistola.

—Sí —la mujer tomó el arma con decisión y se colocó en otra de las ventanas laterales.

—Con cuidado, sólo mira cuando vayas a disparar.

—De acuerdo.

Varios impactos de bala en las ventanas de la casa destrozaron los cristales haciéndolos añicos.

El vigilante se arrastró hasta una de ellas y se dispuso a disparar también, aunque la herida del muslo le seguía sangrando.

La directora tomó el otro revólver del vigilante y se posicionó con Marcos para proteger la parte trasera.

Una lluvia de balazos se sucedieron con un estruendo infernal. Volaron las bombillas de las lámparas. Los platos y vasos colocados en las estanterías, las tazas del desayuno, se hicieron pedazos. Todo el suelo quedó cubierto por esquirlas punzantes.

—Aaaah —gritó Malai llevándose una mano al hombro, una bala la había alcanzado.

Un tailandés saltó la valla, pero Javier le propinó un balazo con su H.K. y acabó con él, si continuaban así se iban a quedar sin municiones.

Malai, apoyada en la pared, miraba con inquietud a Javier. ¡Estaban acorralados!. ¿Cuánto tiempo podrían aguantar así?

—¿Cómo estás? —le preguntó el inspector desde su puesto.

—Bien, no es grave.

Marcos desde el otro lado, gritó.

—Jefe, nos estamos quedando sin balas en los cargadores.

—Esperad a verlos para disparar —ordenó Javier, tiroteando a un par de tipos que se acercaban.

De repente, un fuerte ruido sobre el edificio les hizo levantar la cabeza hacia el techo.

 

Acto seguido unas ráfagas de ametralladora impactaron en los tailandeses que poco a poco se habían ido acercando rodeando la casa. Malai miró hacia arriba.

—¡Es Lawan! —gritó entusiasmada.

Un gran Chenook apareció ante sus ojos, con su doble hélice, majestuoso y providencial, con una ametralladora instalada en la panza y teledirigida por un artillero desde la cabina, estaba disparando, aniquilando a los atacantes.

Fuertes ráfagas de viento entraron por las ventanas al aterrizar el enorme helicóptero. Javier y Marcos se relajaron al ver a Lawan pilotando el Chenook, y tomando tierra.

Lawan y el artificiero abrieron la rampa y bajaron corriendo tirando cartuchos fumígenos a su paso para hacer la cobertura.

Malai desde dentro llamó a las niñas. En unos instantes una nube de humo naranja envolvió el edificio.

—Rápido —ordenó Lawan entrando en la casa— todos al helicóptero.

Mientras el artillero permanecía vigilante con su arma junto al Chenook y Lawan junto a la casa, Javier y Marcos se colocaron haciendo un pasillo en la cortina de humo hasta el helicóptero. para ir dirigiendo a las niñas.  Malai y la directora fueron sacando a las niñas.

—Vamos contándolas —ordenó Malai.

Un tailandés apareció por detrás de Javier, pero Lawan lo fulminó con un disparo en la cabeza.

—¡Gracias, colega! —exclamó el inspector.

—¡Venga, rápido! —gritó Lawan, mirando a todas partes.

Las niñas fueron corriendo, chapoteando el camino inundado, en fila hacia el helicóptero a través de la cortina de humo. Sus caritas mojadas bajo la lluvia, sus miradas asustadas, reflejaban todo el miedo y la indefensión que sentían. El artificiero las fue ayudando a subir por la rampa cogiéndolas de la mano y alzando del suelo a las más pequeñas para colocarlas dentro del Chenook.

—Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve —contó la directora— falta una.

—Si, falta una —corroboró Malai

—Voy a buscarla —decidió Javier corriendo hacia dentro.

El inspector entró en la casa y bajó  precipitadamente las escaleras hasta llegar al sótano.  Tenía la camisa empapada de lluvia y de sudor. Miró a ambos lados, y... en una esquina vio a una pequeña sentada en el suelo con las piernas recogidas, la cabeza escondida entre ellas y los bracitos cruzados cogiéndose las rodillas. Estaba temblando.

Javier la levantó del suelo y la cogió en brazos.

—Ven, pequeña, tenemos que salir de aquí.

La niña empezó a pegarle con sus bracitos gritando en tailandés. Pero el inspector no tenía tiempo para convencerla. Al salir y ver a la directora y a Malai la niña se tranquilizó.

—Vámonos ya —gritó Javier corriendo hacia el helicóptero con la pequeña en brazos— ¿Estamos todos?.

La cortina de humo empezaba a desvanecerse. Malai y la directora subieron al Chenook detrás del inspector. El artificiero y Marcos ayudaron a subir al vigilante y cerraron la compuerta. Lawan ya había tomado los mandos y arrancaba motores.

—Base, permiso para despegar —pidió  Lawan por el micro incorporado al casco—Venga, nos vamos— dijo una vez concedido, despegando el Chenook, dejando atrás el suelo encharcado y sobrevolando la residencia.

Las niñas, apretadas unas junto a otras en los asientos,  se miraron. Por primera vez se dibujo una sonrisa en sus infantiles caritas. Balanceaban las piernecillas porque sus pies no llegaban al suelo. Alguna había perdido un zapato en la carrera. Las que estaban junto a alguna ventanilla miraban por el cristal. Sus caritas blancas se reflejaban coronadas por gotas de lluvia que resbalaban sobre ellas como un llanto mudo.

El artificiero se fue hasta el botiquín y, ayudado por la directora, aplicaron una cura de emergencia con un torniquete y polvos antibióticos y desinfectantes en las heridas de bala de Malai y del vigilante.

—Vamos a una base militar clandestina —informó Lawan— allí os curarán.

—¿Y las niñas? —preguntó Javier.

—Desde allí las llevaremos en un avión militar hasta Estados Unidos.—contestó Lawan— No podemos arriesgarnos a que la policía tailandesa las detenga en uno de los  aeropuertos internacionales que hay en el país. Malai irá con ellas —miró a su hermana.

—¿No pondrán ningún impedimento en la base militar? —preguntó Javier.

—No somos las únicas en querer salvar a las niñas —contestó Lawan sin más explicaciones.

Javier y Marcos, se miraron, sin mediar palabra estaban pensando en lo mismo, casi sin darse cuenta se habían metido en una red clandestina de rescate de niñas, habían disparado contra la policía corrupta y la mafia tailandesa y a éstas alturas debían de estar buscándolos por los aeropuertos civiles de todo el país.

Lawan pareció leer sus pensamientos cuando añadió.

—En cuanto aterricemos tengo que salir en un Lockheed C-130 Hércules hacia Madrid, a un congreso internacional militar con el mariscal. Os dejaré allí, si os parece bien. Aquí en Tailandia corréis peligro.

—Sí, si, de acuerdo —contestó Javier asombrado, "esta mujer lo tiene todo calculado", pensó— Será lo mejor. Desde Madrid volveremos a Barcelona.

—Las niñas y nosotras os damos las gracias, habéis arriesgado la vida por nosotras —comentó Malai con una gran sonrisa de agradecimiento.

—Muy agradecidas —repitió la directora.

Marcos y el inspector, les devolvieron la sonrisa y miraron a todas las niñas que estaban también sonriéndoles saludándoles juntando las manitas y bajando la cabeza,  agradecidas.

—Ha merecido la pena por salvarlas —contestó Marcos, y mirando a Javier le susurró— A ver qué ponemos en el informe, jefe. 

Javier carraspeó, y miró hacia por la ventanilla hacia abajo.

—Algo pondremos, Marcos, si no nos meten en la cárcel en cuanto lleguemos a Barcelona. Verás tú los de la Generalitat lo contentos que se van a poner cuando no les demos ninguna explicación que les convenza sobre el caso Mas.

—Jefe, pues... que ha sido la mafia tailandesa, un ajuste de cuentas —contestó encogiéndose de hombros.

—Un ritual tailandés típico de aquí ¿verdad? —contestó Javier, riendo— los tatúan aquí y luego se llevan la cobra para rematarlos en España.

—Cosas más raras se han visto, jefe. Fíjate en la mafia siciliana sin ir más lejos.

 —Pues también tienes razón —contestó sonriendo —o la colombiana. La maldad existe, Marcos, ojalá desapareciera, pero existe.

—Lo legal no siempre es lo justo,

—Casi  nunca.

Kanya paseaba por la zona de la Moraleja en Alcobendas, por las inmediaciones de la casa donde vivía su próxima y última víctima, el senador Mariano Sánchez. . Llevaba días vigilándole. Aunque estaban en pleno mes de Julio la calle de la Azalea, bordeada de pinos, era fresca  Sobre el bordillo de piedra, tras la empalizada de finos juncos engarzados en una valla, se podía ver la piscina. A Wattana le sería fácil llegar hasta ella. El senador acostumbraba a bañarse en la piscina por las tardes. A no ser que tuviese alguna visita, vivía sólo.

Malai acababa de llamarla desde Trenton, Nueva Jersey. Las niñas estaban por fin en la residencia donde su padre había conseguido que las admitieran. Allí empezarían una nueva vida. Kanya se sintió feliz cuando su hermana le relató cómo las habían ayudado Marcos y Javier. En su cara se dibujó una sonrisa bobalicona.

—Se fueron con Lawan hasta Madrid y desde ahí volverán a Barcelona. —le había dicho.

¡Estaban allí, en Madrid, precisamente!. ¿Y si le preguntaba a Lawan por él? Un revuelo de mariposas se despertaron en su estómago.

"Despierta —se dijo— estás implicada en el caso de la cobra, si te ve no te va a saludar y a darte un achuchón, te va a poner las esposas y te va a llevar derechita a la comisaría de Barcelona. ¡Aléjate de él! ¡No puede encontrarte!" Pero su cuerpo se moría por volver a sentirse viva entre sus brazos.

Un mensaje de WhatsApp de Lawan en el móvil la hizo salir de sus divagaciones.

—Estoy en el hotel. Javier y Marcos han decidido alojarse también aquí, hasta que vuelvan a Barcelona. Se van a tomar el fin de semana de descanso. Ten cuidado, te están buscando.

¿En su hotel?  Su hermana, tan lacónica y escueta como siempre. Tenían muy buena relación pero Lawan no entendería su implicación sexual con el inspector.

Afortunadamente hasta el lunes no trabajaba y le tocaba el turno de noches en recepción. No era probable que la viera, aunque ninguno de los dos sabía que se encontraba en Madrid. Como mucho la ubicarían en Barcelona o de vuelta a Tailandia.

 

 

 

En el DoubleTree by Hilton Madrid-Prado, Javier y Marcos acababan de recibir la llamada del comisario.

—¿Qué cojones ha pasado en Tailandia? ¿me lo podéis explicar? Me ha llamado un poli loco de la comisaría de Bangkok diciendo no sé qué de unos polis españoles pegando tiros. Me ha pedido vuestras direcciones.

—No se las habrá dado, comisario, ya se lo explicaremos —respondió Javier.

—Por supuesto que no, Javier, a mi no me da órdenes ningún poli chino medio pirado. Pero quiero un informe lo antes posible. ¡Entendido! —gritó.

—Enseguida nos ponemos a ello, comisario.

—El lunes lo quiero en mi correo, como muy tarde.

—A sus órdenes, comisario.

Javier colgó, se llevó la mano al pelo y carraspeó. Se echó hacia atrás en la cama y miró a Marcos.

—Jefe, si quieres lo escribo yo. Contamos lo que ha pasado... más o menos...

Marcos se sentó en la mesa delante del portátil que les había proporcionado la recepción del hotel y empezó a escribir un borrador.

Javier resopló.

—Venga, ve a darte un baño a la piscina y déjame a mí —propuso el ayudante.

—A la piscina no, pero al gimnasio sí que podría ir un rato. Te espero allí cuando acabes.

—Mmm ten cuidado al bajarte de la bici, jefe, que tú ves un culo y te pierdes.

—Ja ja ja —Javier no pudo menos que recordar a lo que se refería Marcos, ¿dónde estaría Kanya? ¿la volvería a ver? Sí, era una buena decisión ir al gimnasio.

Se colocó las zapatillas, un pantalón corto y una camiseta que habían comprado al llegar, en las inmediaciones del hotel, ya que las maletas con la poca ropa que llevaron  a Bangkok se habían quedado allí.

Llevaba un rato corriendo en la cinta pensando en Kanya, cuando, a través de la ventana que daba a la piscina, le llamó la atención un tatuaje estampado en el omóplato de un joven, que estaba tomando el sol boca abajo. Se parecía mucho a los casos de la cobra.

Javier se bajó de la bici y se acercó al cristal esperando verlo mejor, desde aquella distancia no podía apreciar con precisión si se trataba del mismo tatuaje.

El joven se levantó mostrando el dibujo de una joven abrazada a una cobra en su corpulenta espalda.  No podía ser, pensó Javier, era la primera vez que veía el tatuaje en una persona viva, y joven.  Era el mismo, sin lugar a dudas. Sin pensarlo dos veces se secó el sudor con la toalla y se dirigió con rapidez hasta la piscina. Corrió por el pasillo, cruzó el amplio hall y salió  al exterior para dirigirse al recinto de la zona de aguas.

Un empleado del hotel le salió a paso.

—Perdone, señor, aquí no puede entrar así, tiene que ir con bañador.

—He de hacer unas averiguaciones, soy policía —contestó Javier, enseñando su placa.

—Está bien, puede pasar.

El inspector paseó la mirada a su alrededor, la piscina, las tumbonas, entró en los vestuarios masculinos, pero el joven ya no estaba, probablemente había subido a su habitación.

 

 

Javier abrió la puerta precipitadamente y entró. Marcos le miró asombrado.

—¿Qué pasa jefe, has visto a un fantasma?

—Si no lo encontramos, pronto será un fantasma. Acabo de ver a un hombre con el tatuaje de la cobra, el mismo que tan sólo hemos visto en cadáveres. Por lo tanto, Kanya no puede estar lejos —dijo yendo hacia el cuarto de baño quitándose la ropa.

—¿Estás seguro?

—Completamente, lo he visto en la piscina desde el gimnasio, pero cuando he llegado ya se había marchado. Pero era un hombre joven. Tenemos que encontrarle antes de que la cobra acabe con él. Voy a darme una ducha.

—Bueno, jefe, primero vamos a comer.

Marcos acabó de redactar el informe en el portátil mientras el inspector se duchaba.

Javier dejó caer el agua por su espalda. No dejaba de pensar en que Kanya estaba cerca, muy cerca, planeando su crimen. ¿Cómo lo haría? ¿Estaría Kanya en el hotel? Era un Hilton. ¿La habría colocado su padre a trabajar allí? ¿Aprovecharía el congreso militar para cargarse a otro corrupto pervertido? Pero el joven no encajaba en el perfil de los otros sexagenarios.

Unos minutos después Marcos y él salían de la habitación en dirección al comedor.

—Mañana llamaremos al comisario, tenemos que quedarnos hasta que encontremos a ese hombre. El caso cobra  no podemos darlo por zanjado.

—Como tu digas, jefe, habrá que hacer un nuevo informe.

—Luego leo el borrador que has escrito y lo mandamos.

—¿Te acuerdas del aspecto que tenía el del tatuaje? —preguntó Marcos echando un vistazo a la gente que había en el comedor.

—Pues era alto, rubio, corpulento...

Durante la comida Javier y Marcos buscaron con la mirada al tipo que debía esconder bajo su camisa el tatuaje de la cobra, alguien alto, joven, rubio, de constitución fuerte... Pero nada, nadie se acercaba a estas características.

—Habrá comido fuera —sugirió Marcos— si está de vacaciones, irá a recorrer Madrid. Vete tú a saber cuando volverá al hotel.

—Eso es cierto, tal vez regrese a la piscina más tarde.

Javier no cesaba de pensar en Kanya, en que estaba cerca, muy cerca. Deberían pedir a la dirección del hotel información sobre su plantilla para saber si se encontraba su ficha entre los empleados. Algo le decía que podría encontrarla así.

Y si la encontraba... ¿qué iba a hacer? ¿detenerla? ¿amarla? Miles de sentimientos contradictorios se agolpaban en su mente. Pensar en la calidez de la piel de la joven estremeciéndose bajo el contacto de sus dedos, hacia despertar su virilidad en toda su plenitud.

—Desde luego, aquí se come genial, jefe —dijo Marcos, interrumpiendo sus  pensamientos, apurando su café.

—Vamos a la recepción del hotel, tengo la sospecha de que Kanya forma parte de la plantilla —sugirió Javier levantándose de la silla.

—¿Tu crees?

—Si alguien con el tatuaje de la cobra está aquí ella no estará lejos.

—Y tu te mueres por volver a verla —añadió mordaz— creo que tienes más interés en encontrar a Kanya que al tipo ese del tatuaje.

Javier sonrío a su vez, tenía razón su ayudante, se moría por volver a tenerla.

La recepcionista, una señora de mediana edad con gesto agrio, les miró por encima de sus gafas.

—Porque son ustedes policías pero esto no me parece normal. Aquí trabaja mucha gente, no sé qué están buscando — a regañadientes, abrió en el ordenador el acceso al portal de empleados.

—¿Me podría facilitar los datos de los últimos que se han incorporado al trabajo en este hotel? Mujeres, concretamente.

—¿Mujeres? —repitió— últimamente se han sumado a la plantilla para la temporada de verano... cuatro a la recepción y unas diez camareras y personal de limpieza. Por aquí están.

—Empecemos por las recepcionistas —pidió Javier.

—Aquí las tiene —contestó la mujer abriendo en la pantalla una página con cuatro rostros de mujer y  haciéndose a un lado para que Javier pudiera ver las diferentes fichas en el ordenador.

—Muchas gracias, será sólo un momento. Esta no, esta tampoco... ¡¡Sí, ésta!! —el corazón empezó a latirle con fuerza, allí estaban sus preciosos ojos azul verdoso, ¡¡los ojos de Kanya!! aunque se había aclarado el pelo, era ella, sin duda—¡¡Kanya!!

—¿Kanya? perdone pero se llama Samantha, Samantha Smith, una buena chica —contestó la mujer— Empezó a trabajar aquí hace poco, sí.

—¿Samantha? ¿Podría facilitarnos su dirección? —pidió Javier apremiante— ya, ya sé que es una buena chica.

—¿Qué ha hecho? —preguntó suspicaz la mujer.

 

 

 

 

—Tan sólo queremos interrogarla sobre  un caso que llevamos —contestó Marcos, viendo la tensión en la cara de la empleada— necesitamos su ayuda.

—Si es así, seguro que colabora con ustedes, aunque es muy reservada, no habla nunca de su vida privada. Ahí está su dirección y su teléfono.

Javier miró en la pantalla los datos y les hizo una foto con la cámara del móvil.

—¿Cuando viene a trabajar? —preguntó.

La mujer consultó un gráfico clavado con chinchetas en un panel de corcho situado en la pared.

—Vamos a ver... empieza mañana el turno de noches. La podrán encontrar aquí mismo.

—Pues no la molestamos más, la esperaremos para hablar con ella. Muchas gracias —contestó Javier.

—Nada, a ver si les ayuda y resuelven ese caso —les deseó la recepcionista.

Javier y Marcos se despidieron y se dirigieron por el pasillo a sus habitaciones.

—Son las cuatro de la tarde —dijo Javier mirando su reloj— Vamos a cambiarnos de ropa y nos iremos un rato a la piscina, a ver si regresa el del tatuaje. Si Kanya no trabaja hasta mañana por la noche... todavía tenemos tiempo de detenerla.

—Ay jefe cómo te ha cambiado la cara cuando has visto su foto. ¿Qué vas a hacer? ¿llamarla? ¿convencerla? ¿detenerla? ¿achucharla? jajaja.

—No lo sé, Marcos, cuando la vea lo sabré.

Javier miró los datos que había tomado en la pantalla de su móvil, ahora sabía dónde encontrarla y cómo llamarla, pero esperaría a verla al día siguiente, no quería asustarla y que desapareciera.

 

 

 

 

Kanya aparcó en la calle Azalea, a pocos metros del adosado del senador, el coche que había alquilado. Para no ser vista desde dentro, se acercó a la empalizada de juncos, frente al seto que bordeaba la piscina, Con unas tijeras de podar y calculando el grosor de la serpiente practicó unas incisiones en la valla, justo por encima del zócalo de piedra, para crear una abertura. La madera se rompió sin oponer resistencia. Un par de cortes más y el agujero estaría listo. Wattana se deslizaría perfectamente por allí. Miró a ambos lados, a esa hora de la tarde del domingo la gente estaba echando la siesta y no había movimiento de vehículos en toda la zona.

Una suave brisa hizo ondear sus cabellos. Volvió al coche y sacó el trasportín del maletero. La cobra se movió inquieta. Kanya volvió a mirar a ambos lados. Desde su posición podía vislumbrar la silueta del senador tomando el sol boca abajo en su hamaca, era el momento idóneo.

—Venga, bonita, ya sabes lo que tienes que hacer, aquí  te espero —le dijo mientras abría la compuerta justo delante del agujero. Wattana serpenteó sacando su cuerpo del habitáculo para deslizarlo pared abajo frente al seto y arrastrarse hasta llegar al césped.

Escondida entre la hierba, su lomo anaranjado parecía un reflejo de oro surcando el mar que formaban las ondas de césped movidas por el aire. El sonido de su cuerpo reptando se confundía con el susurro de las hojas de los árboles movidas por el viento. En pocos minutos llegó al borde de la piscina. En la hamaca el somnoliento senador se dio la vuelta para colocarse de costado. El tatuaje de la cobra se irguió en su omóplato justo delante de los ojos dorados, de pupilas elípticas de Wattana, que levantándose del suelo, veloz como un relámpago, asestó su mordedura mortal en el cuello del hombre.

 

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Recostado en la tumbona de la piscina del hotel el inspector revisaba el informe que había escrito su ayudante. Estaba prácticamente correcto. La investigación les había llevado hasta el tráfico y venta de las niñas y se habían visto implicados en su rescate de la mafia tailandesa. Intencionadamente obviaba en el relato a Kanya.

—¿Tu crees que el comisario se quedará satisfecho? —preguntó a Marcos que se acababa de dar la vuelta —creo que dejamos varios cabos sueltos.

—Bueno, por probar... siempre hay tiempo de añadir datos.

—No sé... —Javier se atusó los cabellos con una mano y miró el reloj— las cinco y media.

—Voy a darme un chapuzón —indicó Marcos, levantándose y yendo hacia el borde de la piscina.

Javier echó un vistazo a su alrededor y a los clientes que se estaban bañando. De pronto le vio, el joven rubio y alto estaba en el borde de la piscina hablando con una mujer. El inspector se levantó de inmediato y fue hacia él. Pasó rodeando las tumbonas y cuando estuvo detrás de él pudo apreciar de cerca el tatuaje de la cobra en su omóplato, indudablemente era el mismo dibujo pero la tinta parecía diferente. Sin dudarlo le dio unos golpecitos en el hombro, haciendo que el joven se girara a mirarle.

—Perdone, he visto su tatuaje.

—Es chulo ¿verdad? —contestó el joven sonriendo.

—¿Dónde se lo han hecho? ¿En... Tailandia?

—No, no, no he estado nunca en Tailandia. Me lo hicieron aquí en Madrid, por Recoletos.

—¿Por Recoletos? —Javier se quedó perplejo, ¿habría puesto Kanya un negocio de tatuajes? ¿estaba tatuando con la cobra a diestro y siniestro? ¿para qué? ¿para despistarles?

Ante la cara de asombro del inspector, el joven continuó.

—La verdad es que se lo he copiado a mi jefe, lleva uno como éste y le dije si le importaba que le hiciera una foto para hacerme uno igual.

—¿Su... jefe?

—Ese sí que ha estado en Tailandia. No vive bien ni nada, el tío...

—Perdone...¿quién es su jefe?

—¿Qué pasa tío? ¿eres poli o qué? —contestó el joven empezando a impacientarse ante tanta pregunta.

Javier sacó la cartera de su bolsillo y le enseñó la placa.

—Efectivamente, soy  policía.

—¡Ah, bien, perdone! —contestó cambiando el gesto— Soy uno de los guardaespaldas del senador Mariano Sánchez.

—¿El senador? ¿Mariano Sánchez? ¿Dónde vive? Tenemos que verle urgentemente.

—¿Le ha ocurrido algo? —preguntó sobresaltado el joven— Hoy no  iba  a salir de casa, me dijo. Vive en la Moraleja. ¡Cómo no!

—Deme su dirección, por favor.

—En el 114 de la calle Azalea.

—Muchas gracias —contestó sin darle más explicaciones y girándose hacia Marcos que, saliendo de la piscina, ya iba hacia él

—¿Es él? —pregunto Marcos.

—Vamos a cambiarnos, tomaremos un taxi a la Moraleja, por el camino te cuento. —contestó Javier.

 

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La voz de Sarah Brightman en su Adagio, inundaba la estancia. Kanya se reclinó en el sofá con un whisky con hielo entre las manos. Tomó un sorbo y cerró los ojos dejándose envolver por la suave melodía. Wattana dormía en su camastro después de haberse comido un par de roedores bien  hermosos como premio a su última hazaña.

Hacía calor en su piso de la calle Echegaray, pero acostumbrada al clima húmedo de Bangkok, el calor seco de Madrid era más que soportable. Ataviada con una blusa abotonada por delante estiró sus piernas desnudas en el sofá. Se haría algo ligero para cenar y llamaría a Lawan. Pronto las noticias confirmarían la muerte del senador. Su padre ya le había buscado un nuevo destino, el Hilton de Nueva York, pero su hermana tenía que ocuparse del transporte de la cobra hasta allí.

Bebió un sorbo más. ¡Cómo echaba de menos a Javier, sus manos, su desnudez sobre su cuerpo...! Metió los dedos bajo sus braguitas. y acarició su monte de venus. Su espalda se arqueó y echó la cabeza hacia atrás recordando el falo de Javier. De pronto unos golpes insistentes en la puerta la interrumpieron.¿Quién sería a estas horas? ¿su hermana? Aparte de ella no tenía relación con nadie más en Madrid. Miró por la mirilla de la puerta y su corazón se aceleró, era Javier, y venía sólo. Antes de que su mente le dijese lo contrario, abrió la puerta y le echó los brazos al cuello.

Javier, incapaz de decir nada, la estrechó contra su pecho con tanta fuerza que a Kanya casi le falta la respiración. Sus labios la besaban, la devoraban.

—¡Javier! —murmuró Kanya besándole.

El inspector tomándola por la cintura y las nalgas la levantó del suelo y la joven enlazó las piernas alrededor de sus caderas.

Javier cerró la puerta tras él. Kanya le miró a los ojos, aquellos ojos negros, profundos como un abismo en el que quería sucumbir.

—Kanya ¿por qué lo has hecho? —preguntó Javier apesadumbrado— lo sé todo.

Kanya se bajó de sus caderas y le tomó de la mano.

—Anda, ven —dijo conduciéndole hasta su habitación.

—No, Kanya ¿qué tengo que hacer ahora? —protestó dejándose llevar— Has matado a un senador, y a cuatro más... que se sepa.

—Aquí en España sí. Este era el último. Te lo prometo —añadió sonriendo llevándole hasta su alcoba y besándole.

—A mi me parece bien que hayas rescatado a las niñas, yo tengo una hija de esa edad y la defendería  contra el mundo si intentasen hacerle daño. Sabes que Marcos y yo ayudamos a tu  hermana a salvar a aquellas niñas, pero... los asesinatos con la cobra... ¿por qué?

 —Porque tenía que hacerlo. Si acabamos con los que compran, acabaremos con los que venden.

—Kanya, siempre habrá quién compre, no lo entiendes... no puedes luchar contra las mafias, van a acabar matándote.

Pero Kanya le hizo callar con sus besos en la boca, en el cuello.

Javier empezó a desabrocharle la blusa mientras ella desabrochaba los botones de su camisa.

—Y... ¿qué tengo que hacer ahora? ¿eh? —le dijo entre besos, acariciándole el cabello, mirándola embobado— ¿te das cuenta del lío en que me has metido? —le preguntó mientras la tumbaba sobre la cama y le lamía los pezones— ¿qué tengo que hacer? ¿detenerte?

Javier la sujetó  por las muñecas y las colocó a la altura de la cabeza de la joven, para besarla en la boca con pasión.

—Soy toda tuya, mi amor, haz lo que tengas que  hacer.

Y Javier siguió mordisqueando sus pechos, su  vientre, su pubis, hasta coger las braguitas con los dientes y deslizarlas por las piernas desnudas. En pocos segundos se quitó la ropa y se tumbó sobre ella. Sus manos recorrieron sus nalgas, y apretaron sus glúteos.

—No vuelvas a marcharte, te quiero, lo sabes —le murmuró al oído mientras su falo buscaba la hendidura de su vulva para penetrarla con pasión.

—¡Javier, Javier, yo también te quiero!

Kanya rodó sobre la cama para colocarse a horcajadas sobre él. Su cuerpo empezó a moverse acompasadamente sobre la pelvis del hombre para sentirle más adentro, más profundamente. Javier estaba extasiado con el vaivén de sus senos, que se balanceaban tersos y voluptuosos antes sus ojos. Kanya bajó la cabeza para besarle. Él la tomó por la cintura y la hizo girar para colocarse de nuevo sobre ella. Le gustaba tenerla así, tan suya, jadeando bajo su pecho, entregada, acoplándose a su sexo como ninguna otra mujer.

Un intenso orgasmo sacudió el cuerpo de Kanya como un latigazo, haciéndola estremecerse de los pies a la cabeza.

Y la voz de Sarah Brightman interpretaba ahora su Harem, la canción preferida de... Wattana.

https://www.youtube.com/watch?v=U2EE3fWBaVg

 

El reptil se removió en su camastro y abrió los ojos, su mirada ámbar de pupilas elípticas observaron la puerta de la habitación de su dueña, era la música que Kanya le ponía cuando se deslizaba sobre ella para masajear su cuerpo.

Pero Kanya ni siquiera se dio cuenta de la canción, tan sólo podía sentir el envite de la verga de Javier moviéndose en su vagina, con aquella fuerza que la desarmaba que la hacía desearle con todo su ser. El hombre la seguía penetrando una y otra vez, con vehemencia, con pasión, mordiéndole los labios, el cuello, besándola, devorándola,  hasta que por fin se derramó. Un fuerte y prolongado orgasmo sacudió a los amantes hasta dejarlos exhaustos. Javier se abandonó sobre el cuerpo palpitante de la joven.

Kanya no la escuchó arrastrándose por el suelo reptando hasta el hueco de la puerta entreabierta de la habitación, no se dio cuenta de su sigiloso movimiento culebreando hasta la cama, sólo abrió los ojos aterrada al escuchar el silbido de su lengua bífida, el silbido de Wattana.

—¡¡Noooo!! —gritó.

Pero la cobra fue más rápida y asestó un mordisco al hombre que estaba usurpando su lugar.

Javier sintió un latigazo en su hombro y se llevó la mano a la espalda, girándose estupefacto. Allí estaba, una enorme cobra, levantándose casi dos metros del suelo, mirándole.

—¡¡Wattana, fuera!! —ordeno Kanya levantándose, tomando a la cobra por el cuello y sacándola de la habitación.

La serpiente obedeció y volvió a su camastro.

Kanya corrió al lado de Javier.

—No te muevas, mi amor, no te muevas.

Tenía tan sólo quince minutos, con suerte media hora, antes de que el efecto de las neurotoxinas del veneno fuera irreversible. Voló hasta el frigorífico y sacó un bote de cristal con una etiqueta "suero antiofídico monovalente: cobra real" .

Javier tumbado en la cama apenas podía moverse sentía un dolor agudo en la espalda, su visión era borrosa, tenia vértigos y le invadía una especie de somnolencia.

Kanya sacó una jeringuilla y absorbió todo el liquido del frasco. Con rapidez limpió con un algodón empapado en alcohol la vena del brazo de Javier y le inyectó el antídoto.

—No te preocupes, mi amor, enseguida te recuperarás. No te muevas.

—¡Kanya! —murmuró, antes de desmayarse.

Cuando despertó no quedaba ni rastro de Kanya ni de la cobra. Se levantó de la cama, aturdido, y fue hacia el cuarto de baño. Se echó agua en la cara, y se miró al espejo, en el hombro, junto a la marca de los colmillos del mordisco del ofidio,  Kanya le había dejado su recuerdo, la marca de sus labios al darle un beso.

****************************************************

 

 

Dos meses más tarde, Javier caminaba por la Rambla hacia su casa en Barcelona. Aquel fin de semana estaba con su hija Carolina y tenía ganas de llegar.

El caso de la cobra al acabar con la vida del senador despertó mucho interés mediático,. El informe presentado al comisario y su percance con la cobra al intentar detener a su dueña, una tal Samantha Smith, estadounidense, de la que nunca más se supo, arriesgando su vida, lo convirtió poco menos que en un héroe. Se resolvió el caso como un ajuste de cuentas de la mafia tailandesa al no querer la diplomacia del partido que se airearan los trapos sucios del senador.

Lo único que lamentaba Javier era haber perdido el contacto con Kanya. No había vuelto a saber de ella, ni de Lawan.

Llegó a casa y abrió el buzón.

Una carta del banco, otra de Hacienda y otra de... ¿"Hotel Hilton Times Square de Nueva York"? ¿¿Hilton??

El corazón le dio un vuelco. Abrió la carta con apremio. Estaba escrita en inglés:

"Distinguished Mr. Contreras:

 The Hilton Times Square hotel is pleased to invite you and your daughter to our hotel, full board, for the weekend of your choice.

Sincerely, the hotel reception".

(Distinguido señor Contreras:

El hotel Hilton Times Square se complace en invitarles a usted y a su hija a nuestro hotel, a pensión completa, para el fin de semana que elijan.

Atentamente, la recepción del hotel)

Firmado.... la huella de unos labios...¡¡¡los labios de Kanya!!!.

 

                                   FIN

 

 

 

 

 

 

 

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