El inspector de policía analizó
el cadáver tumbado boca abajo en el suelo de la habitación. El mismo tatuaje en
el omóplato, una mujer abrazada a una enorme cobra, y la misma mordedura del
presumible ofidio. Era el tercero registrado aquel mes.
Se quitó los guantes y
carraspeó. Javier Contreras era un hombre alto, de complexión fuerte, tez
morena y ojos oscuros, con cierto parecido a Andy García en sus mejores
tiempos. Un mechón de pelo negro, lacio, le caía rebelde sobre la frente.
Marcos, su ayudante, se acercó
a él.
—¿Has averiguado si tiene
alguna conexión con los anteriores? ¿Aparte del tatuaje y de la mordedura?
—Pues, algo curioso, todos
estuvieron hace unos meses en Tailandia. Pero... evidentemente la cobra no les
mordió allí. Aunque el tatuaje sí que podrían habérselo hecho durante su
estancia.
—Tres víctimas, todos hombres,
sexagenarios... —Javier se echó el mechón del flequillo hacia atrás con la
mano— Hay mucho turismo sexual en Tailandia, tal vez el motivo de su viaje fue
ese... Averigua dónde se alojaron exactamente los tres.
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Kanya finalizó el tatuaje de la
mujer abrazada a una cobra sobre el omóplato del hombre que yacía, drogado,
sobre la cama.
—Bueno, esto ya está listo, no
te van a quedar ganas de volver por aquí a buscar a niñas que satisfagan tu
libido, ¡cerdo asqueroso!
La joven echó su larga melena
endrina hacia atrás y recogió los enseres de la impresión del tatuaje en su
bolsa. Luego registró el pantalón y la chaqueta del individuo hasta encontrar
la cartera. Tomó un fajo de billetes y lo guardó en el canalillo de su pecho.
Miró hacia ambos lados antes de salir de la habitación del hotel y
sigilosamente, tal y como había entrado, se marchó.
Wattana haría el resto, cuando
el hombre ya estuviese lejos de allí. Ella tan sólo se ocupaba de marcarlos,
como se marca una res.
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— Casualmente todos se alojaron
en el hotel Millennium Hilton de Bangkok, inspector, cerca del río Chao Phraya,
un largo río que atraviesa Tailandia.
—Vaya, vaya, hotel de lujo, ¿en
viajes de negocios? —preguntó Javier, el inspector, mientras veía en el
ordenador las fotos de las tres víctimas del mordisco de la cobra.
—Pues... algo así, a todo lujo,
con cargo a sus empresas. Lo extraño es que todos decidieran hacerse un tatuaje
del mismo estilo, no es algo habitual entre empresarios.
—No, no lo es, uno no se va de
vacaciones o de "viaje de negocios" para cargar a la empresa la
factura y se hace un tatuaje de esa índole —dedujo el inspector. A sus casi
cuarenta años y unos quince de servicio tenía la sospecha de que si encontraban
al autor o autora de los tatuajes tendrían un hilo que les llevaría a resolver
el caso del mordisco de la cobra.
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Kanya tomó un tuk tuk al salir
del trabajo para volver a casa. Todo había salido a la perfección, en el bolso
llevaba los datos que había tomado del fichero en la recepción del hotel. Su
cargo como gerente le permitía moverse como pez en el agua por todos los
departamentos sin tener que dar explicaciones a ningún subalterno.
Nadie conocía su afición como
tatuadora ni de la existencia de Wattana que, en más de una ocasión, la salvó
de ser secuestrada en el suburbio donde vivió de niña. Ahora, toda una mujer,
vivía en la ciudad en su apartamento con vistas al río y estaba decidida a
acabar con aquellos pederastas que compraban lo que no debería comprarse nunca.
Wattana se deslizó entre sus
piernas al verla llegar y cerrar la puerta. Kanya dejó las llaves en el mueble
y se sentó en el sofá para dejarse acariciar por la enorme cobra real que se
acomodó junto a ella.
—Hola, preciosa. Pronto tendrás
que hacer un nuevo viaje.
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Javier entreabrió la ventana
para encender un cigarro y exhaló el humo mientras divisaba el conglomerado de
barcos del puerto de Barcelona. Había estado investigando el lugar donde se
habían encontrado los cuerpos de las tres víctimas de la cobra: el primero en
su chalet, acostado en su hamaca, presuntamente atacado cuando tomaba el sol,
el segundo en el despacho de su casa sentado al ordenador y el tercero en la
habitación de un hotel mientras se bañaba.
—¿De dónde demonios sale una
cobra real en Barcelona? —se preguntó volviéndose hacia Marcos, su ayudante.
—Alguien ha tenido que traerla
hasta aquí, de algún circo o algún local donde se hagan shows con cobras, habrá
que buscar por ahí.
—¿Y ese alguien tiene acceso al
chalet del primero, a la casa del segundo y al hotel del tercero? Y una cobra
no es algo que se meta en un bolsillo o en un bolso de mano, son grandes.
Se hizo un silencio. Marcos,
que llevaba con el inspector diez años de sus treinta y cinco, continuó con sus
elucubraciones.
—Bueno, han muerto por veneno
de cobra, ¿y si les inyectaron el veneno? ___________________________________________________________________
Después de cenar un poco de
guiso de cocodrilo y de darle un par de ratones a Wattana, Kanya se asomó a la
ventana de su apartamento desde donde se divisaban las luces de los diferentes
locales de diversión al borde del río. El verano traía aquel hedor de sus
aguas, y el hedor de los "farang" que pululaban medio borrachos
acompañados de tailandesas jóvenes, casi niñas, que bien podrían ser sus hijas
o sus nietas.
Cerró los ojos y recordó cómo
empezó todo aquella noche interminable, cuando Wattana se cobró su primera
víctima para protegerla de un "farang" que quería abusar de ella.
Su madre era encantadora de
serpientes. Ella y sus dos hermanas vivían en los suburbios de Bangkok. Kanya
tenía tan sólo siete años cuando ayudó a incubar uno de los huevos de una cobra
real hasta que eclosionó. Wattana y ella se hicieron inseparables, jugaban
juntas, comían una al lado de la otra, incluso la niña le hacía un hueco en su
cama para dormir con ella.
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Javier desechó la idea que
había sugerido Marcos. Las marcas eran de mordisco de cobra, no de inyección.
Conectó con la policía de Bangkok para saber si se habían producido ataques
similares de cobras a turistas. Pero la mayoría se habían salvado al
inocularles el antídoto a tiempo.
—Claro, allí es más habitual y
están preparados, aquí no —dedujo Marcos, pasándose los dedos por los rubios
cabellos.
—Por lo visto hubo algunos
casos de mordedura de cobra en el hotel que me dijiste, el Millennium Hilton, a
turistas, pero les administraron el antídoto y tan sólo uno falleció. Es raro
que una cobra se cuele en un hotel de ese prestigio. ¿No te parece?
—He estado averiguando lo de
los espectáculos de encantadores de cobras en Bangkok. Aquí tienes la lista de
los que he encontrado con su información personal.
Javier revisó una serie de
nombres intentando que su intuición le llevase a una pista. Entre ellos había
una mujer que llamó su atención, había fallecido hacía unos años pero, antes de
morir, se había casado con un rico empresario norteamericano, uno de los
accionistas del Millennium Hilton. ¡Qué curioso...!
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Malai, su hermana mayor,
trabajaba en una cantina y Lawan, la mediana, ayudaba a su madre en los
espectáculos con las cobras. Ella se ocupaba de hacer las tareas domésticas
cuando volvía del colegio. De su padre no supo nada hasta que su madre enfermó
gravemente.
Wattana, serpenteando hasta la
habitación, interrumpió sus pensamientos. Seguían durmiendo juntas. Kanya se
quitó la ropa y se tumbó boca abajo, estaba tan cansada... A sus veintisiete
años lucia una figura espectacular, mitad norteamericana y mitad asiática, su
estatura era bastante superior a la de sus hermanas, sus largas y estilizadas piernas
descansaron desnudas sobre las sábanas. La cobra emitió un silbido sacando su
lengua bífida un par de veces y subió a la cama.
—Mmm... Wattana, qué bien me
vienen tus masajes, nadie como tú para relajarme.
Wattana rozó sus piernas
reptando sobre ellas, a Kanya le encantaba la presión de la serpiente sobre sus
pantorrillas, el roce de los anillos de su cuerpo entre sus glúteos. La música
y la voz delicada de Sarah
Brightman con "Harem"
inundaba la estancia mientras Wattana subía por su espalda hasta el cuello, su
lengua bífida se metió entre los negros cabellos. Kanya giró sobre sí misma
para que la cobra bordeara su cabeza e iniciase el recorrido de vuelta
serpenteando entre sus voluptuosos senos. Wattana continuó reptando sobre su
piel, bajando por el vientre, rozando su pubis, excitando su libido y
metiéndose entre sus muslos, para bajar de nuevo por sus pantorrillas hasta sus
pies. La joven se volteaba de nuevo y la cobra volvía a subir por la espalda,
se enrollaba en su cintura, era una
danza que excitaba a la mujer como no lo había conseguido ningún hombre. Tras
unos minutos de roces, Kanya se abrazada a la cobra y se sujetaba a ella con
ambas piernas y en pocos segundos un orgasmo bestial la recorría con una
sacudida que hacía serpentear su cuerpo acoplado a la piel del ofidio.
Y así, abrazada a Wattana, se
quedó profundamente dormida.
El sonido del móvil vibrando la
despertó, miró el reloj, las siete de la mañana. Era Malai.
—¡Buenos días! ¿Qué pasa?
—contestó somnolienta.
—Hay que marcar una nueva res,
esta noche.
—Está bien, aunque tan
seguidos, no me convence mucho, éste será el último, que pronto llegarán las
lluvias y habrá que hacer el viaje.
—Ok. Aviso a Lawan y me voy a
dormir, que he pasado una noche... Por WhatsApp os mando el número de la
habitación y la hora.
—Lo tendré todo preparado. Ten cuidado.
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—¿Hablo con Harry Grey?
—preguntó Javier tras marcar el número que le había facilitado Marcos.
—El mismo, me ha dicho mi
secretaria que me llamaba un inspector de policía. ¿En qué puedo ayudarle?
—Verá, mi nombre es Javier
Contreras y soy inspector de policía del distrito 35 de Barcelona. Es una
pregunta un tanto personal —carraspeó— se trata de su matrimonio con Sunan Darawan,
en Tailandia.
—¿Sunan Darawan? —sobresaltado—
Lamentablemente murió hace unos años —su tono de voz se entristeció— ¿a qué se
debe su interés?
—Estamos resolviendo un caso de
mordeduras de cobra y sabemos que era encantadora de serpientes. ¿Qué fue de
las cobras después de su muerte?
—Hay muchos encantadores de
cobras en Tailandia. ¿Por qué me pregunta por Sunan?
—Bueno, todas las víctimas de
la cobra se alojaron en el hotel del que usted es el principal accionista y...
simplemente queríamos saber si podría orientarnos un poco en este asunto...
Espero no molestarle.
—No, no me molesta... El caso
es que... no sé qué sucedió con las cobras, tal vez sus hijas las traspasaron a
algún otro colega de profesión.
—¿Tenía hijas?
—Sí, tres... Malai, Lawan y
Kanya. La verdad es que... me casé con ella cuando me enteré de que Kanya era
hija mía.
Harry Grey le confesó que tuvo
una relación con Sunan en una de sus estancias en Bangkok, la conoció cuando
ella hacía un espectáculo en el hotel, con sus cobras. Se enamoraron y pasaron
unos meses juntos, amándose, pero tuvo que volver a Norteamérica donde vivía
con su familia y sus hijos ya que se había metido en política y no quería
enturbiar su prestigio. Pero años después cuando enviudó volvió a buscarla
aunque ya era demasiado tarde, Sunan estaba enferma y le confesó que Kanya era
hija suya. Las dos hijas mayores eran fruto de su matrimonio con un tailandés
que las abandonó.
—Cuando conocí a Kanya,
—continuó Harry, emocionado— supe sin lugar a dudas que era mi hija, sus
preciosos ojos azul verdoso eran como los míos. Tenía diez años, y su belleza
era ya excepcional. Sus ojos claros y angelicales destacaban en sus rasgos
nativos, su piel era un tanto más clara que la de su raza pero sus gruesos
labios y su pelo eran como los de su madre, exótica y sensual.
—¿Y decidió casarse con Sunan?
—Javier seguía escuchando la historia, más por curiosidad que por interés, ya
que empezaba a desechar la hipótesis de que el conocerla le llevase a resolver
el caso de la cobra.
—Era lo menos que podía hacer,
me hice cargo de la custodia de las hijas, cuando murió su madre. Malai, la
mayor, tenía ya dieciséis años y no quería saber nada de mí, siguió trabajando
en las cantinas y bares de la noche de Bangkok. Lawan, la mediana, sí que me aceptó,
tenía catorce años y quería entrar en la Real Fuerza Aérea Tailandesa, así que
me encargué de hablar con el Mariscal en Jefe del Aire, Itthaporn Subhawong,
para que la admitiera en la Base Don Muang de Bangkok cuando cumplió los
dieciocho.
—¿Y qué fue de Kanya?
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Kanya revisó en el ordenador de
la recepción del hotel el registro de la suite 332, como le había indicado
Malai. Efectivamente, estaba reservada a nombre de Jordi Mas. Cogió las llaves
de la habitación y las de una de las habitaciones contiguas, la que estaba
vacía. Siempre lo hacía así por si la situación se complicaba y tenía que
escapar por la terraza.
El cliente se había marchado a cenar y todavía
tardaría en volver.
Lawan le salió al paso por el
corredor que llevaba a la suite. Era más bajita que Kanya, su tez era más
oscura, los labios finos, el cabello corto, a lo garçon. Iba vestida con
pantalón negro, ceñido al cuerpo, camiseta negra de manga corta y zapatillas de
deporte.
—¡Hola! —saludó Kanya en un
susurro.
—¿Todo bien? —preguntó Lawan—
¿preparada?
—Todo preparado —contestó.
Miraron a ambos lados. Como
siempre, Kanya había activado un gif para que la cámara de seguridad que
controlaba ese ala del hotel no detectase su presencia aquella noche.
Abrió la puerta y Lawan entró
sin encender la luz. Tan sólo tenía que esperar la llegada del hombre sin ser
vista. Aquellas suites eran lo suficientemente grandes como para buscar
cualquier escondite en alguna de sus dependencias. A Lawan le encantaban los
amplios cortinajes de las ventanas, eran perfectos.
Kanya la dejó allí, cerró con
llave y bajó de nuevo al hall. Alejó a la empleada con un pretexto que la
tuviese ocupada para hacerse cargo ella de la recepción. Al cabo de un rato les
vio llegar. Dos hombres, uno tailandés, de unos cincuenta años, con gesto
huraño, con una niña nativa de la mano, que no tendría ni diez años y el
farang, calvo, con la nariz roja como un semáforo y barrigudo. Kanya tuvo que
disimular su repulsión y sonrío.
—Un cóctel —dijo amablemente,
extendiendo una copa al turista—, invitación de la casa.
—Oh, muchas gracias —contestó
el hombre tomando la copa, halagado por el detalle de tan hermosa mujer—
aunque... ya he bebido demasiado.
Kanya observó al farang, debía
rondar los sesenta y a la niña que miraba al suelo asustada. Iba vestida con
una faldita corta, zapatos desgastados y camiseta de tirantes, Con una mano se
agarraba una de las trencitas y se la llevaba a la boca para mordisquearla.
—Ah... son unos parientes
—añadió el hombre al ver la mirada de Kanya sobre la niña—. Han venido a
acompañarme al hotel.
Se tomó de un trago la copa y
la dejó sobre el mostrador.
Kanya les vio perderse en el
ascensor, en menos de media hora la droga le haría efecto.
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—A Kanya la hizo muy feliz
conocer por fin a su padre, y que me ocupase de ella —contestó Harry—. Me
encargué de sus estudios y cuando cumplió la mayoría de edad le di un puesto en
mi hotel. Ahora es gerente del mismo.
—¿Se trasladó usted a vivir a
Bangkok?
—Actualmente paso unas
temporadas aquí y otras en Nueva York. Ahora en la época de lluvias volveré a
América.
—¿Sabe de alguien en su hotel
que se dedique a hacer tatuajes? —preguntó Javier, intentando encontrar alguna
pista.
—¿Tatuajes? Déjeme pensar...
Había un compañero de Sunan, que actuaba con ella... cómo se llamaba...
Somchai, sí, Somchai también era encantador de cobras y hacía tatuajes.
—¡Estupendo! —exclamó Javier,
por fin una pista, pensó—. Muchas gracias señor Grey. Tal vez, al morir su
mujer, las cobras pasaron a él.
—Pues... probablemente.
—Ha sido un placer escucharle,
nos ha sido de gran ayuda. ¿Recuerda el apellido de... Somchai?
—Pues no, no recuerdo, puedo
averiguarlo si le va a ser de ayuda. Somchai era, aparte de compañero, amigo de
Sunan y las niñas. Seguro que ellas lo saben. Les preguntaré.
—Llámeme en cuanto lo sepa, por
favor.
—Descuide, lo haré, inspector.
Javier colgó el teléfono, tal
vez había encontrado al tatuador del caso cobra.
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No tardó ni veinte minutos en
bajar el tailandés, seguramente volvería horas más tarde a por la niña. Salió
por la cafetería del hotel para no despertar sospechas ni tener que dar
explicaciones a la recepcionista.
En la suite, Lawan, dispuesta a
intervenir si era necesario, observaba al hombre cómo se acercaba a la
atemorizada niña que daba un paso atrás hacia la puerta. El hombre extendió la
mano pero no llegó a tocarla, se desplomó y cayó al suelo.
La niña se quedó quieta,
estupefacta, mirando al hombre y se sobresaltó al ver a la mujer salir de
detrás de los cortinajes.
—No tengas miedo, yo te sacaré
de aquí. La tomó de la mano y abrió la puerta. Kanya se encontraba ya
esperándolas al otro lado.
—Ten cuidado, Lawan. —Dijo
entrando en la habitación con el bolso en la mano.
—Tú también.
Lawan bajó con la niña por la
escalera de incendios hasta llegar a un patio trasero donde había aparcado su
moto.
Kanya miró el cuerpo del farang
boca abajo sobre el parqué, era hora de hacer su trabajo, de marcar la res.
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"La niña ya está en la residencia, durmiendo"
Mientras caminaba por las
Ramblas de vuelta a casa, Javier no paraba de darle vueltas al caso de la
cobra. ¿Era... Somchai el que tatuaba a las víctimas?, ¿y venía luego a España
a matarlos con su cobra amaestrada?, ¿pero... por qué?, ¿qué daño habían hecho
esos hombres sexagenarios a punto de jubilarse? ¿Habría algún asunto de drogas
o explotación sexual de por medio?... Sacudió la cabeza, tenía que desconectar,
al menos durante este fin de semana que venía su hija, tenía que relajarse y
olvidar el caso. Desde que se separó de su mujer esperaba ansioso el fin de
semana en el que le tocaba ver a la pequeña.
—¡Papáááá! —Carolina salió
corriendo en cuanto oyó la puerta y le echó los brazos al cuello.
—¡Holaaa, princesa! —Javier
abrazó a la pequeña que acababa de cumplir nueve años.
Su ex mujer apareció detrás de la pequeña sonriendo.
—Bueno, que lo paséis bien
—tras darle un par de besitos a la niña, se despidió de él brevemente— Hasta el
domingo.
—Yo te la llevo por la tarde
—contestó Javier acompañándola hasta la puerta —Buen finde para ti también.
Después de cenar, tras el
torrente de conversaciones alegres y burbujeantes de su hija relatándole con
todo lujo de detalles sus problemas con la profe que le tenía manía, con su
amiguita que se hacía la sabiondilla y con el niño de la otra clase que le
tiraba de las coletas y le quitaba la pelota, Carolina se quedó profundamente
dormida en el sofá sobre el regazo de su padre.
Con el mando a distancia Javier
fue pasando las distintas cadenas hasta detenerse en un documental sobre el
turismo sexual en Tailandia. Miró a su pequeña, tan inocente, tan indefensa y
le acarició la carita y el pelo revuelto, aquellas pobres niñas víctimas del
abuso sexual infantil debían de tener su edad.
"Si alguien fuese capaz de
hacerle daño a mi niña... lo mataría" —pensó indignado.
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Ya estaba recogiendo los
utensilios del tatuaje y guardando el dinero en el bolso, cuando unos
golpecitos en la puerta la interrumpieron.
Kanya se quedó paralizada, miró
el reloj, había pasado casi hora y media, ésta vez se había demorado demasiado.
Los golpes se repitieron y el
farang se movió en el suelo. Kanya se separó de él sigilosa y se acercó a la
puerta corredera que daba a la estrecha terraza, la abrió y salió intentando no
hacer ruido y volviendo a cerrarla. Desde detrás del cristal atisbó al hombre
levantarse aturdido y dirigirse a la puerta mirando a todos lados. El corazón
le latía con fuerza, se acercó al muro que separaba las terrazas y de un salto
lo trepó y se deslizó dentro de la suite contigua. Como siempre tenía un plan
B, había tomado la llave de la habitación 330, que no estaba ocupada.
Desde el otro lado de la pared
escuchó a los hombres discutir, el tailandés preguntando por la niña y por el
dinero, el farang, desconcertado, diciendo que le habían robado, que iba a
llamar a la policía, el tailandés gritando que quería su dinero y a la niña,
que no llamase a la policía o acabaría en la cárcel.
Kanya escuchó unos pasos
acercarse por el corredor. Debía de ser la recepcionista.
Jordi Mas seguía confundido con
la situación, pero indudablemente el tailandés tenía razón, su billete de
vuelta era para el día siguiente y presentar una denuncia... no era la mejor
opción.
La recepcionista aporreando la
puerta les interrumpió.
—¿Qué sucede? ¿Algún problema?
El tailandés entreabrió la
puerta.
—No, ningún problema, y... ¿la
otra recepcionista?
—No hay otra recepcionista,
hagan el favor de no hacer tanto ruido.
Y sin más, dio media vuelta y
se marchó tomando el ascensor.
El tailandés estaba furioso,
era la segunda niña que perdía en ese hotel, ¿se escaparían por algún sitio?
No, eran muy sumisas y estaban asustadas, carecían de la suficiente decisión
para hacerlo.
Kanya escuchó la puerta
cerrarse de nuevo, no había sido una buena idea marcar un par de reses en tan poco
espacio de tiempo. Seguramente el farang todavía no había descubierto su
tatuaje. La vez anterior puso el cóctel en la bandeja de la camarera, por lo
tanto, el tailandés no la conocía.
Escuchó los pasos del farang
dirigirse hacia la terraza, seguido del tailandés. Era necesario salir de allí
cuanto antes. Ahora los dos hombres estaban hablando fuera. Con la llave en la
mano abrió sigilosamente la puerta de la suite y cerró sin hacer ruido. Miró a
ambos lados. Nadie. Muy despacio caminó hasta la escalera de emergencia. No
podía usar el ascensor. Bajó a toda prisa hasta el patio donde había dejado la
moto junto a la de Lawan.
Un mensaje de whatsapp en el
móvil la hizo sonreír satisfecha, era de su hermana:
Perfecto. Miró de soslayo hacia
arriba, el ruido de la moto había alertado a los hombres que la estaban
observando.
—¿No es esa mujer la
recepcionista que nos atendió al llegar? —preguntó Jordi Mas.
—Eso parece, habrán hecho el
cambio de turno —contestó el tailandés— todavía no me explico cómo pudo escapar
la niña y usted no darse cuenta.
—Debí pasarme con la bebida y
el último cóctel me acabó de rematar. No recuerdo nada, me caí redondo, y debió
de aprovechar la niña para robarme y escapar —dedujo no muy convencido— Aunque
esta terraza es muy alta, tal vez salió por la puerta directamente, no estaba
cerrada.
—Es muy raro, hace poco me
sucedió lo mismo con otra niña, el jefe no se va a quedar de brazos cruzados.
Kanya salió a toda velocidad,
no le preocupaba la policía pero sí la mafia que había detrás de aquel
asqueroso negocio. Si la relacionaban con la desaparición de las niñas estaba
perdida.
Javier echó un vistazo al caso
cobra, las averiguaciones sobre Somchai no le habían llevado a ninguna parte,
al parecer se había jubilado y ya no hacía espectáculos con serpientes, ni
había viajado nunca a Europa. En los últimos meses no se habían vuelto a dar
casos de víctimas por mordedura de cobra, así que... tal vez debería archivarlo
con los casos sin resolver.
Estaban en pleno mes de junio y
el calor había llegado ya a Barcelona. Se dirigió al hotel Hilton Diagonal Mar
donde había una convención internacional y se había requerido la presencia del
servicio policial de su distrito para controlar la seguridad de los asistentes.
Javier sonrío, al menos estaría
alojado en el mejor hotel de la ciudad durante toda la semana. Algo de bueno
tenían estos servicios especiales.
Se sentó en el lujoso
restaurante situado en la terraza con vistas al mar con Marcos, su ayudante.
Estaban saboreando una exquisita ensalada de salmón cuando un perfume sensual y
embriagador precedió a un vaporoso vestido blanco que pasó junto a su mesa
rozando el brazo de Javier como el aleteo de una mariposa. Sus ojos recorrieron
la escultural figura que se sentó un par de mesas más allá, delante de ellos.
—¡Vaya morenaza! —exclamó
Marcos siguiéndola con los ojos.
La mujer se quitó las gafas de
sol y les dedicó un saludo de cortesía con la cabeza. Los dos hombres se
quedaron hechizados por aquella mirada de ojos azul verdosos.
—Es... preciosa —murmuró
Javier.
—Tiene pinta de filipina o de
por ahí, pero ¡qué ojos y qué cuerpazo! una mezcla con algún occidental.
Desde su separación Javier
había tenido relaciones esporádicas con mujeres, pero no había vuelto a
enamorarse, ni había profundizado seriamente con ninguna.
Mientras el camarero les servía
el segundo plato, el inspector siguió mirando disimuladamente a la mujer hasta
que ella fijó sus ojos en él y le
sonrió. Javier, al verse descubierto, le devolvió la sonrisa.
—¡Uy jefe, aquí hay tema...
pero vamos! Aunque estemos de servicio, una canita al aire no le iría mal. Que
yo estoy casado, pero usted... Que lo que pase aquí, aquí se queda, jefe.
—Anda, no digas tonterías, si
es muy joven... —contestó Javier. Sin embargo, aquella mirada, aquel escote y
aquella dulce sonrisa de labios sensuales, habían avivado la llama de una
libido que llevaba tiempo dormida.
Kanya cruzó las piernas, no
quería llamar la atención pero la mirada de aquel hombre moreno y fuerte la
estaba poniendo nerviosa. Echó un vistazo al móvil sobre la mesa al escuchar la
vibración de un mensaje de Whatsapp. Lo abrió mientras deleitaba su paladar con un trozo de rosbif,
nada que ver con el guiso de cocodrilo, la ternera estaba deliciosa.
Era de Lawan: "Jordi Mas
llegará mañana, averigua la habitación, te llevaré a Wattana por la
tarde".
Esperaría su llegada. Aunque
había pasado cierto tiempo y en Bangkok estaba algo bebido no podía arriesgarse
a que Jordi Mas la reconociera. Le seguiría de lejos. Seguramente estaría en
una de las suites presidenciales, como
consejero de interior de la Generalitat que era. Iba a ser más complicado que
con los anteriores, el hotel estaría lleno de policías. Paseó la mirada a su
alrededor, tenía los planos del edificio y la ubicación de los diferentes
departamentos. Acabó de tomarse el café,
se levantó y miró de soslayo a los dos hombres que interrumpieron su
conversación para mirarla. Al pasar junto a ellos, intercambiaron sonrisas y
saludos de cortesía y la mujer salió del restaurante camino de su habitación.
En cuanto supiera exactamente cuál era la suite que iba a ocupar "la
res", empezaría a planear su ejecución.
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Después de dirigir y organizar
la vigilancia de los efectivos policiales en sus respectivos puntos
estratégicos, Javier y Marcos decidieron pasar un par de horas en el gimnasio.
Hasta el día siguiente no empezarían a llegar los asistentes de la convención,
era mejor hacer un poco de ejercicio para no perder el tono.
Y allí, corriendo en la cinta,
la volvió a ver. Parecía absorta en sus pensamientos o en la música que debía
de estar escuchando en sus cascos. No les vio llegar pues la máquina estaba
colocada frente al ventanal que daba al mar. Javier y Marcos optaron por subir
a un par de bicicletas colocadas tras ella.
Javier se quedó absorto en el
vaivén de los glúteos de la joven, que cada vez corría más deprisa sobre la
cinta. Estaba tan embelesado mirándola que al bajar de la bicicleta, apoyó mal
el pie y cayó al suelo todo lo largo que era, al lado de la muchacha.
Marcos se echó a reír
estrepitosamente mientras Kanya, que había
detenido la cinta de inmediato, se agachaba a ayudarle.
—¿Te has hecho daño? —preguntó,
cogiéndole por el brazo— vaya golpe.
—Sí, qué caída más tonta. Creo que
no —intentó apoyar el pie que se había torcido y sintió un fuerte dolor— ¡Aaah!
Marcos se acercó sonriendo.
—Venga, Javier, no será para
tanto.
Pero el tobillo no parecía
pensar lo mismo y acabaron en el botiquín del hotel donde le aplicaron un vendaje
compresivo.
—¿Puedes apoyar el pie?
—preguntó Kanya que les se había ofrecido para acompañarles.
—Sí, creo que sí —contestó
Javier haciéndose el fuerte, intentando andar.
—Le dejo una muleta —añadió la
enfermera del hotel acercándole una—. No apoye demasiado.
—Me voy a descansar el pie a la
habitación, a la noche ya estaré bien —contestó Javier tomando la muleta y
caminando despacio.
Kanya y Marcos le siguieron por
el pasillo hasta llegar a la habitación. Javier se sentía molesto por aquel
contratiempo tan tremendamente estúpido. Menuda situación, parecía un
jovenzuelo poniéndose nervioso por una jovencita. Al llegar al descansillo se
giró hacia la muchacha.
—Muchas gracias.... —preguntó
interrogativo Javier dejando la frase en el aire esperando que ella le
contestase.
—Me llamo Carrie, Carrie Grey
—contestó Kanya, extendiéndole la mano. No podía desvelar su verdadero nombre.
—Encantado, Javier Contreras
—estrechando la mano y acercando la mejilla para darle dos besos y capturar de
nuevo su aroma.
—Yo, Marcos —acercó su cara a
la de ella en un saludo cordial y agregó —Vamos a bajar luego a cenar al
comedor. Tal vez coincidamos de nuevo.
—Sí, sí. Probablemente.
—contestó Kanya sin acabar de decidir si quería volver a entablar conversación
con aquella pareja de desconocidos o no. Tal vez una charla distendida e
insustancial la relajaría de la tensión acumulada durante todo el día.
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Y así fue. Al llegar al comedor
Javier y Marcos se acercaron junto a su mesa.
—¿Podemos acompañarte?
—Si, por supuesto, sin
problema, encantada. —contestó Kanya sonriendo.
Durante la cena Javier se fijó
en el colgante que pendía del cuello de la joven. Era una especie de duende
budista con los ojos rojos.
—¿Qué representa? —le preguntó.
—Es un amuleto, me lo regaló mi
madre.
—¿De dónde era tu madre?
—preguntó Marcos—porque tu nombre no es asiático pero tú...
—Yo nací en Estados Unidos,
pero mi madre sí era asiática, mi padre no.
Kanya no quería dar muchas
explicaciones.
—¿Qué haces en Barcelona?
¿Turismo? —preguntó Javier.
—¿Es esto un interrogatorio? —contestó
poniéndose a la defensiva —¿Y vosotros?
—Perdona, no queríamos
molestarte. Estamos trabajando. —contestó Marcos.
—¿En el hotel?
—Más o menos —dijo Javier.
Se hizo un silencio tenso que
Marcos se apresuró a cortar de inmediato.
—El pescado está delicioso
—comentó con un gesto de paladear el sabor.
—Sí, muy bueno —asintió Kanya—
y el vino.
—Excelente —corroboró
Javier—una cena exquisita y la compañía aún más.
—¡Gracias! —contestó Kanya, con
una dulce sonrisa— ¿qué tal tu tobillo? ¿mejor?
—Sí, sí, mucho mejor.
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Kanya no podía dormir, estaba
acostumbrada a abrazarse a Wattana y a sus exóticos masajes y no paraba de dar
vueltas en la cama. Al final optó por levantarse. Se asomó a la terraza de la
habitación. Desde allí se veía la piscina. Se enfundó en una bata y se dirigió
al pasillo hasta llegar al ascensor. Tal vez en el botiquín del hotel tendrían
algo para ayudarla a dormir. Tenía que descansar para poder estar totalmente
despejada y alerta durante el día. Al abrir la puerta de la sala del botiquín
casi choca con alguien que salía.
—Oh, perdón.
—¡Carrie! —una grata sonrisa se
dibujó en el semblante de Javier— ¿Cómo tú por aquí?
—¡Oh, Javier! Pues... no podía
dormir y he bajado a ver si me dan algo, ¿y tú? ¿Te molesta el tobillo?
—Sí, me han dado un ibuprofeno,
debe de estar inflamado. Te espero.
Kanya consiguió que la
enfermera le diese un relajante muscular para poder conciliar el sueño.
—Me ha dicho que son muy
efectivos. No sé, ya veremos. —le miró, sonrió.
Caminaron despacio por el
pasillo. Javier estaba agobiado con la muleta.
—¡Qué caída tan tonta he
tenido, desde luego! Esto sólo me pasa a mi, te debo de parecer un estúpido.
—No, hombre, le podría haber
pasado a cualquiera.
—Ya, estaba mirando cómo
corrías y, al bajar.... —sonrió y se llevó la mano a la cabeza—qué torpe soy.
Se nota que te gusta correr deprisa.
—Me gusta, sí.
Habían llegado a los
ascensores.
—¿En qué habitación estás?—preguntó Javier apretando
el botón. — Marcos y yo estamos en la cuarta planta.
—Anda, yo también.
Kanya dejó pasar primero a Javier con su muleta. Aquel hombre la
excitaba y a la vez le infundía seguridad, su cercanía le provocaba un impulso
irresistible de dejarse envolver por aquellos brazos tan grandes y tan fuertes.
Desde pequeña sintió la necesidad de protegerse y hasta ahora era Wattana la
que satisfacía esa carencia. Javier se deleitó de nuevo con
el perfume de la muchacha, la negligé de color azul turquesa dejaba entrever la
exhuberancia de sus senos. Sin poderlo evitar sus ojos se fueron hacia el
canalillo que los separaba. Al llegar a la cuarta planta y abrirse la puerta Javier
puso la mano en la cintura de Kanya y la empujó suavemente fuera del ascensor
para salir tras ella. Los dos cuerpos estaban cerca, muy cerca, demasiado cerca.
Se sonrieron y la sonrisa se convirtió en deseo.
La muchacha percibió el calor que subía desde las puntas de los dedos
de él y recorría todo su cuerpo. Sin apartar su mano, Javier dio unos pasos por
el pasillo hasta llegar a su habitación.
—Aquí estoy, en la 413 —dijo
mirando el número y soltando a la mujer para coger la llave del bolsillo— si...
quieres pasar... y nos tomamos algo del minibar, ya que no podemos dormir...
—Eeeh, no, no, mi habitación
está más allá —contestó, señalando con la mano el final del pasillo.
—Como quieras—dijo mirándola
intensamente con aquellos ojos negros, penetrantes, que turbaban a la muchacha,
haciéndola sentir pequeña y vulnerable— Bueno, pues... buenas noches, Carrie
—se despidió abriendo la puerta.
—Buenas noches, Javier, que te
mejores del tobillo —añadió mirando hacia su pie.
—Sí, y tú que puedas dormir —le
acercó la cara para darle dos besos en las mejillas.
—Eso espero —el olor del cuerpo
del hombre penetró en todas sus células haciéndola estremecer y al apartar la
mejilla sus labios se rozaron.
Fue tan solo un instante el que
tardó Javier en tomarla por la cintura y besarla apasionadamente, Kanya,
perpleja, tras unos instantes de confusión, se dejó llevar, enlazó sus manos
tras su cuello y le devolvió el beso apretando su cuerpo contra él y enlazando
su pierna desnuda alrededor del muslo del hombre.
Toda la calidez del pubis de la
muchacha pasó a través del pantalón de hilo del hombre exacerbando su libido, y
soltando la muleta y cogiendo a Kanya con sus fuertes brazos la levantó del
suelo y cerró la puerta. La joven enlazó sus piernas alrededor de la cintura
del hombre y siguió besándole haciéndole perder el equilibrio y cayendo los dos
sobre la cama.
—Ja ja ja, ¡cuidado! —rió la
muchacha, ante la inusitada caída— ¡qué tontos!
—Sí —afirmó sonriendo.
Se quedaron en silencio,
mirándose.
Javier se colocó a un lado de
la muchacha para deleitarse con la visión de su cuerpo, sus ojos la recorrieron
despacio de los pies a la cabeza.
—Eres... tan bella.
Sus manos deshicieron los lazos
de la negligé para liberar un pecho que se estremecía con el sólo roce de sus
dedos. Los gruesos labios de Javier acariciaron su cuello para besarlo.
Despacio muy despacio, recorrió el mentón y bajó por su escote. El cuerpo de ella
vibraba con el aliento del hombre, cálido, húmedo. Los labios buscaron ávidos sus
pezones para saborearlos, lamerlos, succionarlos... Kanya se abandonó a las
caricias de aquel hombre que la seducía como ningún otro. Su espalda se arqueó
al sentir la boca bajar por su vientre hacia el monte de venus, notó su sexo
humedecerse con el sólo pensamiento de
sentirle dentro.Todo su cuerpo se estremecía de placer. Javier se quitó la
camisa del pijama y se desnudó por completo para tenderse sobre la muchacha,
piel con piel. Kanya enganchó uno de los muslos de Javier con sus piernas, como
lo hacía con Wattana, para rozar su pubis en él. Luego serpenteó su cuerpo una
y otra vez friccionando su clítoris con el músculo de la pierna del hombre.
Javier estaba hechizado con el movimiento en vaivén de la muchacha que acercaba
y alejaba su pecho y su vientre de su cuerpo para excitarle hasta límites
insospechados.
Kanya siguió culebreando voluptuosamente
bajo su cuerpo hasta que por fin él la penetró. Sus movimientos se acoplaban a
la pelvis del hombre que la besaba en cada embestida. Un orgasmo bestial la
sacudió de los pies a la cabeza.
Extenuada, se quedó relajada en
los brazos de Javier.
—Ay Carrie, Carrie, me has
hechizado —murmuró Javier besando sus cabellos revueltos.
—Y tú a mi, Javier —contestó
ella, mirándole con aquellos ojos tan verde azulados como un mar embravecido
por el viento.
Y así, enroscadas las piernas
de nuevo en el muslo de Javier, mientras él la abrazaba por la cintura, se
quedó profundamente dormida.
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Kanya se despertó notando el
miembro erguido y vigoroso de Javier entre sus glúteos.
—Mmmmm —qué gusto despertar
así, con sus manos fuertes agarrando su cintura. Se sentía tan protegida que no
tenía ninguna intención de levantarse.
Javier se movió para subir la
mano hasta su pecho y acariciar su pezón.
—Buenas días, preciosa —murmuró
besando sus cabellos— ¿has dormido bien?
—Sííí, eres el mejor relajante
muscular que existe. ¿Y tu pie?
—Mmmm no sé, se me olvidó el
pie.
Kanya se desperezó y se colocó
a horcajadas sobre la pelvis del hombre. Javier le tomó la cara con las manos y
la acercó a él para besarla con ternura. Era tan bella. La mujer más hermosa
que había conocido, pensó. El vientre de la muchacha se deslizó serpenteando
sobre él, arqueando la espalda, para ofrecerle y arrebatarle sus pechos sobre
la boca del hombre, una y otra vez. El intentó cogerle el pezón con la boca
pero apenas lo rozó ella se echó hacia atrás para mirarle con deseo, entreabrió
los labios y los humedeció, se acercó lentamente, como una culebra, rozando su
vientre con el de él, sus senos mojando los labios de Javier con su lengua para
después subir de nuevo elevando el cuello, el pecho, embriagando al hombre con
su aroma. A Javier le estaba volviendo loco ese movimiento y la sonrisa de la
muchacha que se acercaba a sus labios y se alejaba. En un arrebato de frenesí
la volteó y se colocó sobre ella sujetándole las muñecas a ambos lados de la
cabeza para penetrarla salvajemente.
—Me vuelves loco, Carrie. —le
susurró al oído.
Kanya sentía la fuerza del
hombre sobre ella, cada vez con más pasión, adentrándose en su ser hasta
hacerse uno con ella. Una necesidad de abrirse de entregarse inundaba su cuerpo
que se estremecía y convulsionaba con cada acometida hasta estallar en un grito
de placer.
Javier se relajó agotado sobre
ella.
—¡Ay, mi niña!, no sé si voy a
poder levantarme.
Unos golpes en la puerta
interrumpieron sus caricias.
—Jefe —era la voz de Marcos— te
espero abajo, ¿estás ya?
—No, Marcos, ve bajando tú a
desayunar que ahora voy.
Kanya guardó silencio y cuando
escuchó los pasos alejarse se echó a reír, juguetona.
—Ja ja, ¿qué pensará tu amigo
si se entera?
—Pues que tengo una suerte...
ja ja, tranquila que no le diré nada, para que no me tenga envidia.
—¿Qué hora es? —preguntó Kanya,
levantándose de golpe y empezando a vestirse. Había olvidado que hoy llegaba
Jordi Mas, tenía que saber en qué suite iba a alojarse.
—Las ocho y media —contestó
Javier mirando el reloj de pulsera que había dejado en la mesilla de noche. Se
levantó también y se dirigió al cuarto de baño.
—Me voy a duchar, ¿nos duchamos
juntos?
—No, no, me tengo que ir
—contestó Kanya buscando sus braguitas entre las sábanas revueltas.
Javier la tomó por los brazos y
la besó en los labios.
—Entonces...nos vemos luego,
preciosa.
—Sí, sí, nos vemos.
Kanya escuchó correr el agua de
la ducha. No podía salir sin sus braguitas. Por fin las encontró bajo la cama,
se agachó y al levantarse tropezó con la chaqueta que estaba apoyada en la
silla y que cayó al suelo. La cartera de Javier salió de uno de los bolsillos y
se abrió. La muchacha se quedó atónita. ¡Una placa de policía!. Tomó la cartera
entre sus manos. ¡Era inspector de policía! Se colocó las braguitas, se puso la
bata encima de la negligé y salió apresuradamente hacia su habitación. El
corazón le latía con fuerza. Se había acostado con un policía, alguien que iba
a detenerla si la descubría. El hombre con el que se había sentido protegida,
al que su cuerpo y su mente deseaban con un instinto desconocido para ella...
era justamente al que debía evitar por todos los medios.
Después de una ducha rápida,
Kanya se vistió con un pantalón negro ajustado y una blusa elegante. Se sujetó
el pelo en un moño alto y se colocó las gafas de sol. Enfundó los pies en unos
zapatos de tacón alto y salió al pasillo, esperando no encontrarse con Javier.
Tomaría el otro ascensor, más alejado de su habitación.
Bajó hasta la recepción y se
tomó un té con un croissant en la cafetería. Javier y Marcos debían de estar en
el restaurante habilitado para los desayunos de los clientes del hotel. Cuando
acabó se sentó en un sofá, de espaldas a la entrada para poder escuchar sin ser
vista. Tomó una revista para hojearla. A media mañana le vio llegar, con su
séquito. Era él, sin duda.
Kanya se había cuestionado
entre comer en el restaurante del hotel o tomar un tentempié en la cafetería.
Al final se decidió por la primera opción y disimuló su nerviosismo delante de
Javier y Marcos al encontrarse con ellos a mediodía. Si desaparecía de repente
podía levantar sospechas. Al parecer, Javier había cumplido su promesa y Marcos
no sabía nada del encuentro sexual que habían tenido aquella noche y... aquella
mañana... A Kanya se le escapó una sonrisa bobalicona al recordarlo. "No
puede ser, es policía —se dijo— concéntrate en lo importante"
Intentó mantenerse tranquila durante la
comida, conversando con ellos sobre el tiempo que hacía en Barcelona,
edificios, monumentos, comida.... Manteniendo a ralla todo lo importante y limitándose a lo superfluo. Javier no pudo
menos que mirarla embelesado, a Kanya no le pasó desapercibido su roce cuando
sus codos se juntaron a la hora del postre, ni su pie al lado del suyo y su
rodilla pegada a la de ella por debajo de la mesa. Un calor y un cosquilleo le
subieron desde el tobillo y la pantorrilla hasta su entrepierna. Sus instintos
le iban a jugar una mala pasada. Así que, después del café se retiró y se
despidió de ellos con una sonrisa.
En cuanto abrió la puerta de su
habitación, se dirigió a la mesa y extendió sobre ella el plano del hotel.
Jordi Mas estaba en la quinta planta, la 513, una de las suites presidenciales,
como había supuesto. Lawan llegaría aquella tarde con Wattana en el avión
militar. Como acompañante habitual del Mariscal en jefe del aire de Tailandia,
que también acudiría a la convención, tenía el salvoconducto asegurado de todo
el equipaje que transportaba.
Mientras tanto, Javier y Marcos
estaban muy ocupados dirigiendo la
vigilancia de todos los efectivos policiales para los asistentes a la convención
internacional que tendría lugar durante un par de jornadas.
Javier era muy discreto y no le
había comentado nada a Marcos, pero el ayudante le miraba de vez en cuando con
curiosidad, era muy perspicaz.
—A ti te pasa algo, jefe,
llevas toda el día con una sonrisa de estar flotando... sobre todo cuando has
visto a la chica esa, a Carrie.
—No digas tonterías, estoy
normal... como todos los días.
—Ya, ya, a ti te gusta la
muchacha, no lo niegues.
—--Anda, vamos para allí, que
está llegando el Jefe de las fuerzas aéreas de Tailandia. Que cada operativo
esté en su puesto.
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Lawan abrió el bolso para dejar
libre a Wattana. La cobra se deslizó por el suelo para reptar hasta Kanya que
estaba sentada en el borde de la cama.
—Holaa, preciosa —dijo
estrechándola entre sus brazos. El ofidio serpenteó sobre su hombro y alrededor
de su cuello, respondiendo al abrazo.
—Kanya, tengo malas noticias
para ti —Lawan, enfundada en su uniforme militar, miró seriamente a su hermana.
—¿Qué pasa?
—No puedes volver a Tailandia, —afirmó
rotunda —las mafias están tras tu pista por la desaparición de las niñas. Toma
—abrió su bolso y sacó de él un pasaporte nuevo.
—Y ¿dónde voy a ir? —preguntó
Kanya sorprendida, cogiendo el pasaporte y abriéndolo— ¿Samantha Smith?
—Sí, ese será tu nombre, en
cuanto liquidemos este asunto aquí, te vas a Madrid. Papá te ha buscado un
empleo en la recepción del DoubleTree by Hilton
Madrid-Prado,
—le extendió un dossier —en este sobre lo tienes todo, dirección del hotel y
del piso donde te vas a alojar, tu currículum, un móvil nuevo.... Ten —sacó un
billete— un billete del Ave para mañana por la tarde. Si liquidamos a Jordi
Mas, tendrás que desaparecer de inmediato. De Wattana ya me ocupo yo.
—De acuerdo —contestó Kanya con
un suspiro de resignación, recopilando sobre la mesa toda la información sobre
su nueva identidad.
—Kanya, esto se está poniendo
complicado, tenemos que cambiar el centro de operaciones, no podemos seguir
comprometiendo a papá. Las mafias no perdonan.
—Ya pensaremos algo. —No le
gustaba nada el tono de su hermana,
sabían que estaban en peligro pero tenían que continuar con su labor —De
momento ¿las niñas que hemos rescatado están a salvo en la residencia?.
—Sí, de momento —Lawan se quedó
en silencio sopesando la situación —¿Ya has pensado cómo vas a entrar en la
habitación?
—Está todo controlado, mándame
un mensaje en cuanto veas a Jordi Mas en la cena, y me pondré en marcha.
—En principio la cena es a las
nueve de la noche, pero supongo que hasta las diez no empezarán a servir. Yo te
aviso en cuanto le vea aparecer. Ten mucho cuidado.
—Tranquila, lo tendré.
Las dos hermanas se despidieron
dándose un abrazo. Llevaban un par de años rescatando a niñas, pero... las
mafias eran más peligrosas que la policía.
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Kanya se hizo una trenza, y se
colocó unas lentillas marrones. Tenía que ocultar el llamativo color de sus
ojos, por si se encontraba con algún testigo.
Mientras se ponía unas zapatillas
bajas, recibió el whatsapp que esperaba
de Lawan: "Ya está cenando".
Se apresuró a salir al corredor
y llegar hasta el cuarto de limpieza. Con la llave maestra abrió la puerta. Se
cambió de ropa para ponerse uno de los uniformes de limpiadora que había
colgados y tomó uno de los carritos con toallas limpias y ropa sucia. Se
dirigió primero a su habitación, para recoger a Wattana y esconderla en el
contenedor de plástico bajo unas toallas y sábanas sucias. Las levantó y colocó
a la cobra. La serpiente permaneció enroscada y quieta en el fondo, tapada por
la ropa sucia.
Cuando se disponía a entrar en
la suite de Jordi Mas, un hombre alto y corpulento le cortó el paso.
—¿Dónde va? No es hora de hacer
la limpieza.
—El señor Mas ha pedido en
recepción que le cambien las toallas —contestó Kanya con su mejor sonrisa.
—Levante los brazos, por favor.
—le ordenó a la vez que le mostraba la placa de policía.
El hombre, que Kanya pasó un
detector de metales alrededor de su
cuerpo. Luego miró bajo el montón de toallas limpias. Y cuando fue a
meter la mano en la ropa sucia...
—Tenga cuidado, acabo de
recoger con esas toallas el vómito de un cliente.
El policía se detuvo con
expresión de asco y añadió.
—Está bien, puede entrar.
Kanya introdujo la tarjeta
maestra en la cerradura y ésta se abrió con un chasquido. Dejó la puerta
entreabierta y se dirigió al cuarto de baño para colocar las toallas. Desde
allí no podía verla el policía que se había quedado vigilando en la puerta. La
mujer apartó la ropa sucia y tomó a Wattana para colocarla en el suelo. La
cobra se deslizó por el piso hasta esconderse bajo la cama, oculta con los
faldones de la colcha.
—Ya está, buenas noches —saludó
Kanya al policía, saliendo de la habitación.
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Al llegar al restaurante, Kanya
le envió un WhatsApp a Lawan, que estaba cenando en un comedor privado del
hotel con las demás autoridades asistentes a la convención :"Wattana
esperando"
"La recojo temprano"
le contestó Lawan.
Kanya cerró el móvil y dirigió
una amplia sonrisa a Javier y Marcos, que habían llegado antes que ella. Todo
había salido según lo previsto. La cobra estaba bien entrenada, cumpliría con
su cometido. Tan sólo quedaba sacarla de la habitación y del hotel antes de que
la encontrasen. Lawan se ocuparía de eso. Después de dejar a Wattana y de dejar
el carrito de la limpieza en su sitio, había vuelto a la habitación para
cambiarse de nuevo. Se soltó la lacia melena endrina, se entalló un vestido
azul turquesa que hacía juego con su ojos y potenciaba su bronceado exótico y
cambió las zapatillas por unas sandalias de tacón. Respiró hondo e Intentó relajarse.
A Javier le brillaron los ojos al verla llegar.
—Estás preciosa.
La muchacha le miró y un
centenar de mariposas revolotearon en su vientre. Se había sentido tan segura a
su lado... y ahora, se iba para no volver a verle, sin dejar rastro.
Acabaron la cena y mientras se
dirigían a sus habitaciones Marcos se adelantó hacia la suya para dejarles
solos.
—¡Hasta mañana, jefe! ¡Buenas
noches, Carrie!
Kanya y Javier le devolvieron
el saludo y se quedaron en silencio frente a la habitación de Javier.
La joven miró al suelo.
Mientras su cerebro le ordenaba que se fuera inmediatamente su cuerpo se negaba
a obedecerle, parecía magnetizado por el cuerpo de Javier.
Él colocó una mano al lado de su cara apoyándola sobre
la pared.
—¿Quieres pasar? ¿un ratito? —
y sus labios se acercaron a ella y rozaron su cuello.
Sin esperar respuesta abrió la
puerta de su habitación y tomándola por la cintura la empujó dentro con
suavidad.
—Javier, me tengo que ir.
Pero las manos de él ya corrían
por debajo de la falda del vestido turquesa buscando sus nalgas. Su boca bajaba
ávida, sedienta, por su escote, para adentrarse entre sus pechos.
—Javier, tengo que marcharme.
Pero sus labios le devolvían
los besos con pasión.
—No quieres irte, dime que no
quieres irte, dímelo.
La levantó del suelo tomándola
por la cintura. Kanya enlazó sus piernas alrededor de su cuerpo y le mordió los
labios.
Mientras, Wattana estiraba la
cabeza saliendo de debajo de la cama, observando al hombre que se estaba
introduciendo en el jacuzzi de la habitación luciendo en su omóplato el tatuaje
de una mujer abrazada a una cobra.
Javier la llevó en volandas
hasta la cama, para bajarle el vestido y devorar sus senos, Kanya le desabrochó
la camisa y se pegó a su pecho desnudo, le deseaba como a nada en el mundo. Con
ansia, con prisa, acabaron de desnudarse el
uno al otro, comiéndose a besos.
En la planta de arriba, Wattana
se irguió sobre sí misma y se deslizó sobre la cama abierta para esconderse
bajo las sábanas buscando el hueco entre el colchón y el pie de la cama. Jordi
Mas salió del jacuzzi, se secó y caminó descalzo hacia la cama, abrió un cajón
y se colocó el pantalón del pijama.
—Carrie, quiero que seas mía,
que seas parte de mi vida, quiero acostarme y levantarme contigo —le susurraba
Javier al oído mientras la hacía suya una vez más.
—Pero Javier, yo... — los besos
de él la hicieron callar. Kanya se abandonó a sus últimos minutos de placer con
aquel hombre que la había hechizado.
Jordi Mas se sentó en el borde
de la cama, hoy no era una de aquellas noches en las que una jovencita, a veces
alguna niña, le esperaba sumisa, para satisfacer sus deseos lujuriosos. Había
demasiado control policial y los medios estaban siempre prestos a airear sus
perversiones, devaneos y corrupciones. Nunca se explicó cómo volvió de Bangkok
con un tatuaje como aquel. Aunque ya no tenía edad para tatuajes, no le
desagradaba. También le robaron pero... como era dinero del contribuyente, lo
recuperó pronto.
Javier subió despacio por el cuerpo de Kanya, lamiendo sus piernas,
sus glúteos, su cintura, subiendo por su espalda para mordisquear su cuello, el
lóbulo de su oreja. La joven, tumbada de espaldas, presentía que nunca más volvería a sentirse tan protegida,
tan amada.
Wattana subió despacio por la
espalda del hombre dormido sacando a intervalos cortos su lengua bífida hasta
llegar a la altura de su cabeza. Con un movimiento rápido, veloz como un rayo,
se precipitó sobre el cuello del hombre clavándole los colmillos, inyectando su
veneno mortal.
Todavía era de noche. Kanya, le
dio un beso a Javier que permanecía dormido, agarrado a su cintura. Con cuidado
se deshizo del abrazo de su mano, se levantó de la cama y se vistió. Eran casi
las cinco de la mañana cuando llegó a su habitación. Miró el móvil, todavía
ningún mensaje.
Lawan salió a la terraza, todas
las suites presidenciales tenían piscina privada, climatizada, comunicadas
entre ellas por unos canales. ¿Habría recordado Kanya dejar entreabierta la
puerta corredera que daba a la piscina? Pronto lo sabría. Introdujo la mano en
el agua y golpeó la pared de la piscina con las llaves, un repiqueteo sutil
que originó una serie de ondas
vibratorias en el agua. Durante un par de minutos repitió la operación hasta
que al fin la vio llegar, emergiendo desde un canal al otro lado de la piscina,
zigzagueando sobre la superficie del agua. Wattana salió del agua y se enroscó
a su lado abriendo la boca. Lawan entró dentro y sacó un par de ratones de una
pequeña jaula.
—Venga, toma, que te lo has
ganado, campeona.
"Ahora dormirá un buen
rato —pensó Lawan— En cuanto descubran el cuerpo la buscarán por todas partes.
Tengo que esconderla hasta que nos marchemos por la noche" Entró en la
habitación, se subió a la cama y abrió la trampilla que daba al conducto del
aire acondicionado. La cobra la siguió, había acabado de comer. La miró.
Serpenteando subió a la cama y trepó por el cuerpo de Lawan hasta el agujero
del techo, se acomodó en el conducto y Lawan cerró la ventanilla.
Tomó el móvil y envió un
whatsApp a Kanya: "Wattana a salvo, márchate cuanto antes"
Kanya, que ya había recogido el
poco equipaje que llevaba, salió de la habitación y cerró la puerta. Estaba
amaneciendo cuando liquidó la factura de su estancia en recepción y abandonó el
hotel.
_______________________________________________________
Javier Contreras no se podía
creer lo que estaba viendo.
¡Otro nuevo caso del tatuaje de la cobra, y esta vez delante de sus narices!.
El cuerpo sin vida de Jordi Mas yacía boca abajo con una señal inequívoca de
mordedura de serpiente y el tatuaje de la cobra en el omóplato izquierdo.
—Esto no puede estar pasando —dijo mientras examinaba el cadáver,
pasándose la mano por los cabellos hasta la nuca— Que registren ahora mismo
todo el hotel, hay que encontrar esa maldita cobra —ordenó a los efectivos
policiales allí presentes.
—¿Qué agente vigilaba esta planta? —añadió.
—Yo, señor, tan sólo entró una limpiadora con un carrito, a dejar unas
toallas —se apresuró a contestar el policía que había interceptado a Kanya.
—¿Podrías reconocerla?
—Creo que sí.
—Que vengan todas las mujeres del personal de limpieza —ordenó a Marcos
que también se había quedado atónito.
El agente pasó revista a las limpiadoras que se habían puesto en fila
delante de él.
—No, no es ninguna de ellas, era muy guapa, con rasgos asiáticos.
—¿Con rasgos asiáticos?
Entre las limpiadoras había cinco asiáticas.
—¿Estás seguro que no es ninguna?
El agente volvió a mirarlas.
—No, era más alta.
—¿Recuerdas algún rasgo especial?
—No, morena, ojos marrones, con una trenza...
—Está bien, retírense —ordenó a las limpiadoras.
El personal policial registró palmo a palmo todo el hotel, habitaciones,
suites, comedores, piscinas, departamentos del personal de limpieza.... Lawan
no tuvo inconveniente en que revisaran sus pertenencias y su equipaje cuando
los agentes llamaron a su puerta preguntando si podrían echar un vistazo.
Horas más tarde la convención internacional continuó según el horario
previsto.
—No se ha encontrado nada, Javier —confesó Marcos, desalentado.
—Voy a interrogar a la acompañante del mariscal de las fuerzas aéreas de
Tailandia, dile que, en cuanto tenga un momento se acerque por aquí, por favor.
Tal vez nos sirva de ayuda. —el que alguien de Tailandia estuviese allí era
algo sospechoso.
Lawan entró en el despacho que el
hotel había cedido a Javier. El
inspector la miró a los ojos, le recordaba a Carrie, aunque era más bajita y
con la piel más oscura. Bueno, todas las tailandesas se parecían un poco. Con
todo el lío, acababa de darse cuenta de que no sabía nada de Carrie, ni la
había visto en toda la mañana. ¿Sería tailandesa su madre?
Después de resumirle brevemente la investigación que estaban llevando a
cabo, y de rogarle su colaboración, Javier pasó a interrogarla directamente.
—¿Dónde estuvo ayer por la noche?
—Cenando, con todos los asistentes a la convención y con el mariscal. Él
puede corroborarlo.
—¿Y después?
—Acabamos muy tarde y nos fuimos directamente a la habitación.
Precisamente pasamos por delante de la suite del señor Mas. El creo que se
retiró un poco antes.
—Está bien, lo cotejaremos con la grabación de las cámaras de esa
planta. ¿No escucharon nada sospechoso durante la noche? ¿algún ruido?
—No, en absoluto.
Durante la tarde, Javier volvió a revisar las cintas de grabación de las
cámaras de la planta quinta. Había visto a la limpiadora salir del ascensor con
el carrito de la limpieza y dirigirse a la suite del señor Mas, curiosamente le
recordaba a Carrie. El inspector meneó la cabeza, hoy todas las mujeres le
recordaban a Carrie. ¿Dónde estaría? Luego al agente hablando con ella, unos
minutos después se la ve salir de la suite para perderse en el ascensor. Más
tarde se ve entrar al señor Mas y después pasan
la ayudante y el mariscal de Tailandia hacia sus respectivas suites.
Ningún movimiento más durante la noche. Ni durante la mañana. Habían revisado
la suite del señor Mas y ni rastro de la cobra.
Mientras esperaban el resultado de la autopsia, Javier pidió a Marcos
que llamara al secretario del señor Mas para poder entender por qué alguien
querría matarle.
—¿Había viajado el señor Mas a Tailandia, últimamente?
—Pues... sí, estuvo de vacaciones hace unos meses, en Bangkok,
exactamente.
—En el hotel.... ¿Millennium Hilton?
—Exactamente. Yo mismo hice la reserva ¿cómo lo ha sabido? —preguntó asombrado.
Javier miró a Marcos.
—Esta vez tenemos que descubrir quién está detrás de los asesinatos de
la cobra.—afirmó contundente— ¿Sabe qué hizo el señor Mas en Tailandia? ¿Quién
le hizo el tatuaje que llevaba en el omóplato?
—Pues... no, ni él mismo se lo explicaba.
—¿Le sucedió algo extraño en ese hotel?
—Vino muy enfadado de sus vacaciones, nos dijo que nada había salido
bien.
—¿Qué era lo que tenía que salir bien? ¿Se refería a los servicios del
hotel?
El secretario se acercó a ellos en actitud confidencial.
—Lo que yo les digo no saldrá de aquí ¿no? No me gustaría que lo aireara
la prensa, ya saben.
—No, tranquilo. Cuéntenos...
—El señor Mas... solicitaba con frecuencia... otro tipo de servicios...
ya me entiende.
************************************************************
Lawan abrió la trampilla del aire acondicionado y dejó salir a Wattana.
La cobra se deslizó por su brazo, enrollándose en su cuerpo hasta bajar a la
cama.
No le había dicho su verdadero
nombre al inspector. Su padre la advirtió de que había un policía
haciendo averiguaciones sobre los tatuajes de la cobra. Siempre las ayudaba sin
preguntar, era lo mejor, mientras menos supiese de sus actuaciones menos
problemas tendría con las mafias y con la policía. Pero ya estaban
arriesgándole demasiado, el centro de operaciones tenía que cambiar.
La convención había acabado y el mariscal no tardaría en llamarla.
Preparó a Wattana en su trasportín camuflado dentro del baúl de la ropa, con
las rendijas necesarias para que la serpiente pudiese respirar. Una vez
saliesen del hotel en el avión militar sacaría el trasportín; allí no tendrían
ningún problema.
Javier escuchó con aversión y repugnancia las perversiones y corrupciones
que el secretario les estaba relatando sobre Jordi Mas. El inocente político
sexagenario era un corrupto depravado que no dudaba en utilizar el dinero
público para satisfacer sus más bajos instintos con jovencitas, incluso niñas
por las que pagaba a las mafias de los países del este.
El secretario parecía disfrutar vaciando el pozo de podredumbre de su
alma. Debía llevar mucho tiempo callando, y ahora que su jefe había muerto
necesitaba dejar en paz su conciencia.
Cuando se marchó, Javier y Marcos se miraron.
—Hay que seguir con la investigación —dijo por fin Javier— nuestros jefes y la opinión
pública van a querer repuestas.
—Ahora ya sabemos el por qué. Hasta yo querría haberle matado —confesó
Marcos— Pero... ¿quién fue?
—Vamos a registrar otra vez la suite de Jordi Mas.
Mientras los asistentes a la convención iban desalojando el hotel.
Javier y Marcos entraron en la suite precintada. La autopsia había revelado lo
que ya sabían, muerte por colapso cardiovascular producido por las neurotoxinas
del veneno de cobra.
Marcos se puso los guantes y abrió un portátil que estaba colocado sobre
un escritorio. Tenía contraseña. Javier sacó de su bolsillo un pendrive con una
aplicación para hacerla saltar. Ya no buscaban a la cobra, sino a las personas
que habían contactado con él en Tailandia para ofrecerle los servicios que
buscaba. Un mafioso, algún ajuste de cuentas... Por fin saltó la contraseña y
abrió un escritorio con varios iconos. En las diferentes carpetas había de
todo: las cuentas de pagos y comisiones, cuentas en Suiza y varias carpetas con
pornografía infantil.
—¡Vaya pájaro! —comentó Marcos— no me extraña que se lo quisieran
cargar.
Javier se acercó a la cama deshecha intentando averiguar lo sucedido y
dónde había estado oculta la cobra.
Entró en el cuarto de baño, allí estaban las toallas que debió de traer
la enigmática limpiadora. Seguramente introdujo la serpiente en el cesto de la
ropa sucia, en el carrito que suelen llevar con el cubo y las fregonas. De
pronto vio algo rojo brillando en el suelo, se acercó, se puso los guantes y lo
cogió, era como un diminuto rubí rojo, muy pequeño. Tomó una bolsa de plástico
y lo introdujo dentro.
—Anda, coge el portátil, analizaremos luego todas esas carpetas. Vamos a
cenar —le ordenó a Marcos— Por cierto, ¿has visto a Carrie? Con todo este
asunto no la he visto apenas.
—No, no sé, ¿no tienes su móvil? ¿en qué habitación estaba?
—Pues... no, no lo tengo, no sé —de pronto se dio cuenta de que no sabía
ni siquiera en qué habitación se alojaba.
—Bueno, pasemos por recepción allí nos lo dirán —propuso Marcos.
—¿Carrie Grey? ¿en la cuarta planta? —la recepcionista revisó en el
ordenador la lista de los clientes— No hay ninguna Carrie Grey.
—¿Cómo? No puede ser —contestó Javier— revísela otra vez, por favor.
—Lo siento, señor inspector, pero... no hay ninguna Carrie Grey, hay una
Grey pero no es Carrie. Era Kanya Grey.
—¿Kanya Grey? ¿Kanya? ¿Era?
—Se fue esta mañana del hotel, muy temprano.
—¿Se fue? ¿No dejó ninguna nota? —Javier no entendía nada. ¿Por qué no
le había dicho su verdadero nombre? ¿De qué le sonaba Kanya Grey?
De pronto recordó su conversación con Harry Grey: "Cuando conocí a
Kanya supe sin lugar a dudas que era mi hija, sus preciosos ojos azul verdoso"
—Kanya era la hija de Harry Grey —exclamó
mirando a Marcos—la gerente del hotel de Bangkok. ¡Carrie es Kanya!
—¿La hija de Harry Grey? Y ¿dónde está?
¿habrá vuelto al hotel de Bangkok?
—Vamos a llamar.
En el hotel Millennium Hilton de Bangkok les dijeron
que ya no trabajaba allí, que no sabían dónde encontrarla. Javier volvió a
llamar a Harry Grey en varias ocasiones pero su llamada no recibió respuesta.
Aquella noche, desanimado se tumbó en la cama. Estaba tan confundido. Se
sentía más contrariado por haber perdido a Carrie, o Kanya... que por no haber encontrado a la intrépida
limpiadora. Se dio media vuelta, todavía parecía escuchar sus gemidos de
placer, el olor de su cuerpo, su pecho
sobre él, su amuleto colgando de su cuello, con aquel buda pequeñín con ojos
rojos.... aunque... aquella última
noche. Javier tuvo un fogonazo, la visión del amuleto colgando del
cuello de Carrie, ¡le faltaba un ojo! De un salto se levantó y fue a buscar el
rubí que había encontrado en la habitación de Jordi Mas. Lo extrajo de la
bolsa, sí, era del mismo tamaño, bien podría ser, el ojo del amuleto.
Entonces..: Carrie... Kanya era... ¡la enigmática limpiadora que había
introducido la serpiente en la habitación!
Volvió a recordar la conversación con Harry Grey: "Lawan, la
mediana, quería entrar en la Real Fuerza Aérea Tailandesa, así que me encargué
de hablar con el Mariscal en Jefe del Aire..." ¿Y si la hermana era la
ayudante del mariscal a la que había interrogado? Aunque no le había dado ese
nombre, Lawan... Se levantó, se vistió y bajó a recepción.
—Perdone, la ayudante del mariscal de las fuerzas aéreas de Tailandia,
el que vino a la convención... ¿podría darme su nombre?
—Un momento, espere que lo busco, inspector —la recepcionista miró en el
ordenador— Lawan, Lawan Grey.
—Muchas gracias. ¿Podría facilitarme su teléfono? ¿lo tiene?
—Un momento... sí, aquí en la ficha de reserva está su móvil.
Tras anotar el número Javier se dirigió a la habitación de Marcos. Había
estado con las dos hermanas, ¿estaban las dos implicadas en el caso cobra? Era
lo más probable. Al menos tenía una pista, el móvil de Lawan.
***************************************************
Marcos no daba crédito a lo que
estaba oyendo.
—Pero...¿por qué iba a querer
matarle? ¿Cómo sabes que fue Kanya?
—¿Te acuerdas del amuleto que
llevaba? La última noche que la vimos al buda le faltaba un ojo —y extrayendo
el pequeño rubí del bolsillo— del mismo tamaño que el que estaba en la
habitación. De todos modos, vamos a corroborarlo.
Javier Contreras llamó al
agente que había visto a la limpiadora para ver si la reconocía en la impresión
del DNI que había tomado de recepción. Tenía que cerciorarse de que,
efectivamente, se trataba de Kanya.
—Tenía los ojos marrones pero
sí, se parece mucho —observó el policía.
Javier tomó un lápiz y
oscureció el iris de los ojos de la foto.
—¿Y ahora? debió de usar
lentillas de color.
—Sí, ahora sí, es ella, la que
entró con las toallas.
—Muchas gracias, agente.
Javier se volvió a Marcos.
—Y la militar que acompañaba al
mariscal de Tailandia era su hermana, Lawan, lo he comprobado en recepción, no
nos dio su verdadero nombre. He conseguido su número de móvil.
—¿Piensas llamarla y decirle
que sabes que fue Kanya la que entró con la serpiente? ¿Crees que está
implicada también?
—No sé.—Javier se quedó unos
instantes pensativo— No podemos detener a la hermana, no hay pruebas contra
ella.
—¿Y si nos vamos a Bangkok? La
jefatura ha dado máxima prioridad al caso.
Javier se levantó, decidido.
—Nos vamos, tenemos que
encontrar a Kanya, es la única pista concluyente que tenemos. Interrogaremos de
nuevo a su hermana, a Lawan.
Durante las quince horas que
duró el vuelo, con escala en Doha, Aeropuerto Internacional De Hamad en Quatar, Javier no dejaba de
preguntarse el por qué de aquellas muertes. o asesinatos y la manera tan
rebuscada de cometerlos. ¿Quién hacía los tatuajes? ¿Cómo era posible que una
cobra fuese amaestrada para morder a los que lo llevaban? ¿Cual era el fin de
las hermanas Green? ¿Y Carrie o Kanya? ¿Qué pintaba ella en todo este
asunto? ¿Qué sentía por él? Y sobre todo, ¿cómo podía volver a verla? El
recuerdo de sus ojos, su boca, la suavidad de su piel, la curva de sus caderas,
el olor de su cuerpo, su enigmática sonrisa. Un cúmulo de sensaciones inefables
envolvían a aquella mujer que se había colado en su vida, en su cuerpo, en su cama,
de una manera tan inesperada como adictiva, no era capaz de dejar de pensar en
ella. Marcos le sacó de sus elucubraciones.
—En nada, aterrizamos, jefe.
El inspector y su ayudante se
alojaron en el hotel Millennium
Hilton en Bangkok. Buscaron en recepción al gerente del hotel, pero...
no era Kanya. Tal como les informaron por teléfono, ya no trabajaba allí, pero
les dieron su dirección, un apartamento en el centro. Javier y Marcos tomaron
un tuk tuk y se dirigieron allí inmediatamente. Llamaron a la puerta con
insistencia. Nadie les abrió.
La policía de Bangkok no tuvo
ningún inconveniente en colaborar con ellos y les firmó una orden para
registrar el apartamento de la joven. Incluso les proporcionó un agente para hacerles de guía y
de traductor.
Javier y Marcos entraron en el
apartamento precedidos del portero del edificio. Todo estaba como si alguien
todavía estuviese viviendo allí. En el armario estaba la ropa de Kanya, comida
en la nevera y una jaula con un par de ratones. Si Kanya había cambiado de alojamiento
todavía no había hecho el traslado.
Claro que... hacía menos de una semana
que la habían visto en Barcelona, tal vez continuaba allí.
—Con esos ratones debía de
alimentar a la cobra —comentó Marcos— pero ¿dónde está la serpiente? A ver si
va a estar escondida por ahí, jefe. ¡Ten cuidado!
—Busca algún portátil, un
ordenador, en algún sitio tiene que tener información de sus víctimas.
Pero no había nada.
—Si tenía algún portátil se lo
habrá llevado en el viaje —comentó Marcos.
Lo que sí encontraron en el
armario de su dormitorio fueron los utensilios para la elaboración de tatuajes.
—¡Era ella! —exclamó Javier—
¡Ella les tatuaba!
—Vamos a ver, recapitulemos.
Kanya, gerente del hotel, por el motivo que sea, porque sean políticos
corruptos, depravados o pederastas... los marca con un tatuaje —deduce Marcos.
—Tal vez les da un brebaje o
algo para adormecerlos.
—Y luego, una vez en España, se
lleva la cobra para matarlos. Muy rebuscado ¿no? ¿Por qué no los mata
directamente en el hotel?
—Una vez lejos de allí nadie la
relacionaría. Además, acuérdate de que los primeros sí que fueron atacados por
una cobra en el hotel y alguno se salvó por tener el antídoto a mano. En España
es más difícil encontrar antídoto contra el veneno de serpiente.
Javier revisó los cajones del
dormitorio de Kanya y sus dedos tocaron con delicadeza su ropa interior. ¿Cómo
una muchacha tan sutil podía ser capaz de premeditar esos asesinatos? Entró en
el cuarto de baño y se acercó la toalla a la cara para olerla, todavía tenía la
fragancia de su aroma.
Marcos apareció en la puerta
con una carpeta.
—Mire, jefe, qué he encontrado.
No sé si tendrá algo que ver pero...
estaba escondida debajo de la ropa, en un cajón del armario. Parecen
dibujos infantiles.
Javier salió del cuarto de baño
y tomando la carpeta se sentó en la mesa para examinarla.
Efectivamente, eran dibujos
infantiles. Parecían una serie de viñetas, en cada hoja se podía ver una escena
diferente. En la primera hoja estaban dibujados los que parecían miembros de
una familia recibiendo dinero de un hombre y entregándoles a una niña..
—¿Tenía Kanya algún hijo?—
preguntó Marcos.
—No creo, tal vez los dibujos
sean suyos, de cuando era pequeña —comentó Javier— pero, ¿por qué los tendría
escondidos?.
—Mira éste otro, jefe.
En el segundo dibujo, la misma
niña estaba con dos hombres delante de un edificio grande y sobre la puerta
había unas letras escritas.
—¿Qué pone aquí?, parece que se lee... ¿Millennium?
¿Millennium Hilton?
Javier pasó al siguiente dibujo.
Ahora estaba la niña, un señor extendiendo la mano hacia ella y una cama
al fondo.
En el cuarto dibujo aparecía una chica que cogía a la niña de la mano,
el señor estaba tumbado en el suelo.
Javier y Marcos se miraron.
—A través de estos dibujos, esa niña nos está explicando su historia
—comentó Javier, asombrado.
—Ese del suelo podría ser... Jordi Mas o cualquier otro...
Javier pasó a otro dibujo.
La chica y la niña iban subidas en una moto.
—La que lleva la moto ¿será Kanya?, ¿eso hace? ¿Salvar a niñas que son
vendidas a las mafias? ¿Las rescata de los pederastas?
—Pero aquí no sale nada del tatuaje, si es Kanya la que les tatúa, no
puede ser la de la moto.
—Mira éste otro.
En el sexto dibujo la chica, con la niña de la mano, estaba delante de
una casa con jardín y flores. Las dos estaban dibujadas con una gran sonrisa y
había un letrero al lado de las dos figuras donde se leía Nong Kham.
—Nong Kham —leyó Javier— ¿por dónde quedará eso? Si van en moto no puede
estar lejos.
En el último dibujo se veía a la niña jugando con otras niñas en el
jardín de la casa, en la pared se podía leer el nombre en un letrero.
—Podría ser un colegio o una escuela —comenta Marcos—ahí parece que pone
"Sunan Grey"
—Sunan era el nombre de la madre de Kanya, y Grey el apellido del padre.
—observó Javier cerrando la carpeta y cogiéndola— Nos vamos a ese lugar en Nong
Kham, ya buscaremos en el mapa dónde está. Debe ser un colegio o una residencia
donde llevan a esas niñas rescatadas de las mafias.
—Si es así, Kanya puede estar en peligro y... si las mafias descubren
ese lugar, incluso las niñas pueden ser secuestradas de nuevo.
—Vamos para allá, llamaremos a Lawan en el trayecto. También habría que
hablar con Harry Grey, que debe ser el fundador de ese colegio o residencia.
—Será mejor que no digamos nada sobre ese lugar a la policía tailandesa,
las mafias no se sabe nunca hasta dónde llegan —sugirió Marcos.
—De acuerdo.
Mientras Marcos conducía por una carretera secundaria el coche que
habían alquilado, Javier llamó a Harry Grey para preguntarle por "Sunan
Grey" el colegio.
—Buenas tardes, inspector, actualmente me encuentro en Nueva York.
Efectivamente, yo fundé ese colegio residencia para niñas huérfanas, está a
nombre de mis tres hijas. Ellas son las que se ocupan de todo.
—¿Podría decirnos dónde se encuentra Kanya? Sospechamos que está
involucrada en el caso que le comenté, el del tatuaje de la cobra.
Harry Grey permaneció en silencio.
—Lo siento, no puedo ayudarles en eso, yo no me inmiscuyo en la vida de
mis hijas.
—Creemos que puede estar en peligro... En ese colegio puede que haya
niñas rescatadas de las mafia que se dedican a la prostitución infantil. ¿Sabe
algo del asunto, es así?
—Lo siento, inspector, yo no sé lo qué hacen mis hijas ni a quién meten
allí, tan sólo las ayudo económicamente al mantenimiento del colegio. Lo
lamento pero tengo que colgar, estoy muy ocupado, no puedo atenderle por más
tiempo.
Dicho esto, colgó el teléfono.
—Tal vez he sido indiscreto —comentó Javier —a ver si vamos a tener los
teléfonos pinchados.
—No creo —observó Marcos tomando el desvío hacia una pequeña carretera
bordeada de palmeras y mirando por el retrovisor corroboró lo que llevaba rato
sospechando.
—Jefe, nos sigue una motocicleta con un tipo con casco. Ya iba tras
nosotros en la carretera de tres carriles, pero ahora, al tomar el desvío veo
que efectivamente nos está siguiendo.
—¿Podríamos despistarle? —Javier miró hacia atrás— sólo la policía sabe
de nuestro registro en casa de Kanya.
—La hemos cagado, jefe. Si la policía está implicada en todo este
asunto, vamos a llevar a los zorros derechitos al gallinero.
—Sí, toma una salida y volvamos al hotel de Bangkok. Es probable que a
estas horas estén registrando también el piso de Kanya. Esperemos que no la
encuentren.
—Al menos los dibujos los tenemos nosotros —afirmó Marcos dirigiendo la
mirada al maletín que llevaban con ellos.
*******************************************************************
En Madrid, Lawan acababa de llegar con Wattana a casa de Kanya. Había
aprovechado unos ejercicios militares en la base FAMET de Colmenar para llevar
a la cobra.
—Me ha llamado papá. Ese inspector Contreras nos está pisando los
talones, Kanya. Sabe que tú estás detrás de los tatuajes de la cobra. Está
ahora en Bangkok.
—¿Cómo me ha descubierto? — se preguntó sorprendida.
—No sé, dejarías algún cabo suelto.
—¿Está en Bangkok, ahora? —repitió Kanya asombrada. ¡Javier había ido a
buscarla!. Las imágenes se sucedieron en su mente transmitiéndole una necesidad
imperiosa de volver a verle, de volver a sentirle.
—Si han hablado con la policía y la mafia encuentra la residencia... se
llevarán a las niñas. —pronosticó Lawan.
—¿Qué piensas hacer? — preguntó
Kanya, acariciando la cobra que se había
subido al sofá y se deslizaba sobre sus rodillas
—Hablaré con Harry. Tenemos que encontrarles otra ubicación lo antes
posible. Hemos salvado a más de cincuenta niñas, Kanya, pero allí ya no están
seguras. Hay que trasladarlas antes de que sea demasiado tarde. Si la policía
española las descubre, la mafia también lo hará. La situación se está
complicando, sobre todo para Malai. Conmigo no se van a atrever, tengo la
protección del ejército y del mariscal. Y tú... —la miró— has hecho bien
cambiándote el tono del cabello, va más acorde con tus ojos.
—Es un castaño claro, pensé que era mejor cambiarlo. —miró a Wattana—
Pues sí, se está poniendo feo.
—Mañana vuelvo para Bangkok. Te tendré al corriente. En unos días estaré
aquí de nuevo para el congreso internacional militar. Será la última ejecución,
Kanya.
—Sí, la última res... —asintió deslizando su mano por la cabeza de
Wattana que dejó escapar unos silbidos asomando por la boca su lengua bífida
—de momento —puntualizó volviendo la mirada a su hermana. Las dos sabían que no
podían cambiar la realidad de la sociedad en la que les había tocado vivir,
pero seguirían rescatando a aquellas niñas... mientras pudieran.
Javier y Marcos aprovecharon la oscuridad de la noche para salir sin ser
vistos del hotel. El tipo de la motocicleta parecía haberse marchado. Condujeron
de nuevo hasta llegar a Nong Kham, vigilando que no les siguiese nadie.
El colegio residencia no era un gran edificio, como mucho podía albergar
a una cincuentena de alumnas. Estaba rodeado por una valla y custodiado por un
vigilante de seguridad. Al ver que eran policías españoles avisó a la directora
y les dejaron pasar.
La directora, una mujer de mediana edad, con rasgos nativos y que hablaba perfectamente inglés, les recibió con
cierta desconfianza.
—Las hermanas Grey están haciendo
una gran labor con todas estas niñas que acogen.
—¿Sabe usted de dónde proceden las niñas? —preguntó Javier.
—Son huérfanas o abandonadas por sus familias porque son muy pobres.
Marcos y Harry se miraron.
—Cuentan con muchas medidas de seguridad para ser un colegio —comentó
Marcos.
—Nunca son muchas para protegerlas —contestó la mujer.
—¿Las hermanas vienen por aquí habitualmente? —preguntó Javier.
—Malai viene a menudo, un par de veces a la semana. Lawan es la que nos
trae a las niñas.
—¿Y Kanya? ¿La ha visto últimamente? —quiso saber, Javier.
—Kanya es raro que venga, pero cuando lo hace deja huella en las niñas,
la quieren mucho, la última vez que vino una de las niñas la obsequió con unos
dibujos. A Kanya le hizo muy feliz y se los llevó. Es muy cariñosa con ellas,
la adoran.
A Javier no le extrañó el comentario de la mujer, en él también había
dejado huella, también la adoraba y no cejaría en su empeño hasta encontrarla.
—Mire, tenemos sospechas de que, al menos algunas de las niñas, han sido
rescatadas de las mafias —confesó Javier.
La mujer puso expresión de sorpresa.
—¿Las... mafias? No sabía nada,
¡por Dios!
—Bueno, queremos que sepa que nuestra intención es protegerlas, vamos a
estar por aquí algunos días, haciendo averiguaciones. Si ocurre algo, si se ven
acosadas, cualquier cosa, no dude en llamarnos —añadió extendiéndole una
tarjeta.
—Muchas gracias —contestó la directora tomando la tarjeta— esperemos que
no ocurra, tenemos un vigilante de seguridad.
—Como usted ha dicho antes, nunca es suficiente —comentó Marcos.
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Kanya se metió en la bañera con agua tibia. El trabajo había sido
agotador en la recepción de su nuevo puesto en el hotel, el DoubleTree
by Hilton Madrid-Prado, todo tenía que estar listo para el próximo congreso militar. Sus
actuales compañeros de trabajo la habían acogido muy bien, los madrileños eran
encantadores. Sin embargo su estancia laboral allí iba a durar poco, un nuevo
destino, un nuevo proyecto... ¿hasta cuándo? Relajó los músculos dentro del
agua caliente, hundió la nuca y se abandonó a la caricia del líquido sobre sus
cabellos y su piel. Lawan tenía razón, iba a ser la última ejecución. Además,
Wattana se iba haciendo mayor, ¿cuantos años tenía? ¿veinte? La cobra pareció
escuchar sus pensamientos porque desde dentro del agua emergió la cabeza y la
miró. Su lengua bífida asomó en el centro de sus mandíbulas con movimientos
espasmódicos. Kanya apoyó la cabeza en el borde de la bañera y cerró los ojos.
En su mente sólo había espacio para recordar los momentos vividos con Javier,
su torso desnudo sobre su pecho, su respiración jadeante, sus embestidas
salvajes. Entreabrió los ojos y observó a Wattana. La cobra se deslizaba entre
sus muslos, abrió las piernas para sentir todo el movimiento de sus anillos
rozando su pubis...aquella fricción la excitaba. Se dejó llevar imaginando el
miembro viril de Javier penetrándola, mientras la cobra continuaba en su
vaivén, culebreando en su entrepierna, separando sus glúteos, enrollándose en
su cintura, jugueteando con su lengua bífida con sus pezones, erizados por
completo.
Pero sus pensamientos la llevaban a los brazos de Javier, sentía su
cuerpo, la presión de su torso desnudo sobre ella, sus labios mordisqueando su
pecho, sus besos recorriendo su cuello, su miembro buscando cobijo en la
humedad de su sexo. Un intenso orgasmo la sacudió de los pies a la cabeza
dejándola por unos instantes sin aliento.
—¡Aaaaah! —exclamó doblándose sobre sí misma y sacando medio cuerpo de
la bañera.
A miles de kilómetros Javier se preguntaba dónde estaría y soñaba con
tenerla, con poseerla de nuevo. El deseo era tan fuerte que le era imposible
conciliar el sueño. La imagen de su vientre culebreando bajo su cuerpo, la
calidez de su entrepierna, sus senos tan sensibles bajo sus dedos... le hacían
imposible sentir otra cosa que no fuera el aroma de su piel abriéndose como una
flor al envite de su falo.
El agua golpeteaba fuerte los cristales de la ventana, estaban en plena
temporada de lluvias.
Después de estar todo el día intentando que su teléfono estuviese
operativo, Javier Contreras consiguió por fin contactar con Lawan.
—Acabo de aterrizar en Bangkok —le contestó, perpleja por su llamada.
—Mi ayudante y yo también estamos aquí, en Bangkok, haciendo
averiguaciones sobre el caso de la cobra.
—¿Y? —Lawan se puso en guardia— ya les dije que no tenía nada que ver.
—Bueno... sabemos que fue su hermana la que introdujo la cobra en la habitación
—No sé nada de mi hermana desde hace años, no tenemos ninguna relación.
—¿Ni para gestionar Sunan Grey? Estuvimos ayer allí.
Se hizo un silencio. Lawan contestó al final.
—¿Qué es lo que quieren? En el colegio damos cobijo a unas niñas, nada
más.
—Sabemos que esas niñas han sido rescatadas de las mafias, y queremos
ayudarlas. Creemos que la policía está implicada indirectamente en esos turbios
negocios.
—Lo sé —contestó Lawan tras otro larga pausa— Mañana mismo he quedado
con Malai, vamos a trasladarlas antes de que las descubran.
—Me parece perfecto. Si le parece bien nos encontramos allí, por si
necesitan ayuda.
Lawan calibró la situación. Malai, su hermana mayor que trabajaba en uno
de los locales de noche, había advertido que estaba siendo vigilada por su
jefe, no parecía fiarse de ella. Habían
llevado la operación al límite y tenían que andar con pies de plomo para no ser
descubiertas. Si la cosa se ponía difícil no iría mal contar con un par de
polis de su parte, para variar. La mayoría de los policías de Bangkok estaban sobornados
por las altas cúpulas de la mafia.
—Está bien, vengan armados.
—Por supuesto —contestó Javier, preguntándose cómo iba a redactar el
informe del caso cuando volviese a Barcelona.
No había parado de llover desde
la noche anterior. Javier y Marcos conducían el pequeño vehículo alquilado a
través de una cortina de agua. El limpiaparabrisas no daba abasto para retirar
toda el agua. No debía de quedar mucho para llegar a Nong Kham. Truenos y
relámpagos se sucedían sin cesar. La estrecha carretera bordeada de palmeras
apenas era transitable debido a la gran cantidad de agua y lodo.
—Casi habríamos llegado antes
en canoa —comentó Marcos que intentaba ver a través de cristal trasero si
alguien les seguía.
Por fin, después de más de dos
horas de viaje, conduciendo casi sin ver, llegaron a Sunan Grey, el colegio
residencia.
Empapados hasta las cejas
consiguieron llegar hasta la puerta. El vigilante de seguridad les reconoció y
les dejó pasar.
Esta vez fue Malai quien les
abrió.
—Ya me ha dicho mi hermana que
ibais a venir —comentó cediéndoles el paso al interior del colegio.
—Podríais haber elegido otro
día, aunque parece que no hay días buenos en estas fechas —sugirió Marcos,
estrujando el agua de la camisa con las manos.
—Todos los días llueve, es el
monzón —comentó Malai— pero es mejor, así será más difícil que nos sigan...
espero...
La mujer les condujo por un
largo pasillo con puertas a los lados, hasta llegar al comedor donde las niñas
estaban acabando de desayunar.
Javier la observó, se parecía
más a Lawan aunque era algo mayor que ella y tenía la mirada cansada y triste. En
las tres hermanas se notaba el porte decidido y arriesgado, Javier no pudo
menos que admirarlas, y recordó a Kanya, ¿volvería a verla? Luego se fijó en
las niñas, debían de tener la edad de su hija. ¡Pobres inocentes! Por nada del
mundo permitiría que alguien les hiciese daño.
La tormenta parecía haber
pasado pero continuaba lloviendo. La directora retiró las cortinas de la
ventana y observó el exterior. De pronto se giró alarmada.
—Malai, no veo al vigilante de
seguridad.
—Voy a llamarle —Malai tomó el
walkie-talkie y llamó varias veces sin obtener respuesta— No contesta.
Javier y Marcos abrieron una de
las ventanas, tan solo se escuchaba el sonido de la lluvia.
—Niñas, rápido bajad al sótano
—ordenó Malai.
Las caritas asustadas de las
niñas obedecieron de inmediato, bajando las escaleras que daban a la parte baja
de la casa.
De repente el sonido de los
cristales de una ventana al romperse por una piedra, lanzada desde el exterior,
los sobresaltó.
Javier se agachó a recoger la
piedra. Pegado a ella había un papel con algo escrito en tailandés. El
inspector se lo entregó a Malai.
—Nos han descubierto —dijo
mientras leía lo que ponía la nota— quieren que les entreguemos a las niñas.
—Marcos, a la parte de atrás,
yo cubriré la parte de delante —ordenó Javier sacando la pistola y yendo hacia
la ventana delantera.
Marcos obedeció dirigiéndose
hacia la parte posterior de la casa.
Unos golpes en la parte de
abajo de la puerta les hicieron volverse.
—Abre con cuidado —ordenó
Javier a Malai después de mirar de soslayo por un resquicio de la ventana— es
el vigilante.
Malai abrió despacio y el
cuerpo del vigilante se deslizó arrastrándose dentro.
—Me han disparado —murmuró con
la mano en el muslo.
Entre la directora y Malai lo
metieron dentro, el sonido de un par de balazos silbó sobre sus cabezas.
Javier contestó a los disparos
dirigiendo sus descargas al lugar de donde procedían, tras los arbustos que
bordeaban la casa, detrás de la valla.
—¿Sabes disparar? —preguntó a
Malai ofreciéndole una pequeña pistola.
—Sí —la mujer tomó el arma con
decisión y se colocó en otra de las ventanas laterales.
—Con cuidado, sólo mira cuando
vayas a disparar.
—De acuerdo.
Varios impactos de bala en las
ventanas de la casa destrozaron los cristales haciéndolos añicos.
El vigilante se arrastró hasta
una de ellas y se dispuso a disparar también, aunque la herida del muslo le
seguía sangrando.
La directora tomó el otro
revólver del vigilante y se posicionó con Marcos para proteger la parte
trasera.
Una lluvia de balazos se
sucedieron con un estruendo infernal. Volaron las bombillas de las lámparas.
Los platos y vasos colocados en las estanterías, las tazas del desayuno, se
hicieron pedazos. Todo el suelo quedó cubierto por esquirlas punzantes.
—Aaaah —gritó Malai llevándose
una mano al hombro, una bala la había alcanzado.
Un tailandés saltó la valla,
pero Javier le propinó un balazo con su H.K. y acabó con él, si continuaban así
se iban a quedar sin municiones.
Malai, apoyada en la pared,
miraba con inquietud a Javier. ¡Estaban acorralados!. ¿Cuánto tiempo podrían
aguantar así?
—¿Cómo estás? —le preguntó el
inspector desde su puesto.
—Bien, no es grave.
Marcos desde el otro lado,
gritó.
—Jefe, nos estamos quedando sin
balas en los cargadores.
—Esperad a verlos para disparar
—ordenó Javier, tiroteando a un par de tipos que se acercaban.
De repente, un fuerte ruido
sobre el edificio les hizo levantar la cabeza hacia el techo.
Acto seguido unas ráfagas de
ametralladora impactaron en los tailandeses que poco a poco se habían ido
acercando rodeando la casa. Malai miró hacia arriba.
—¡Es Lawan! —gritó
entusiasmada.
Un gran Chenook apareció ante
sus ojos, con su doble hélice, majestuoso y providencial, con una ametralladora
instalada en la panza y teledirigida por un artillero desde la cabina, estaba
disparando, aniquilando a los atacantes.
Fuertes ráfagas de viento
entraron por las ventanas al aterrizar el enorme helicóptero. Javier y Marcos
se relajaron al ver a Lawan pilotando el Chenook, y tomando tierra.
Lawan y el artificiero abrieron
la rampa y bajaron corriendo tirando cartuchos fumígenos a su paso para hacer
la cobertura.
Malai desde dentro llamó a las
niñas. En unos instantes una nube de humo naranja envolvió el edificio.
—Rápido —ordenó Lawan entrando
en la casa— todos al helicóptero.
Mientras el artillero
permanecía vigilante con su arma junto al Chenook y Lawan junto a la casa,
Javier y Marcos se colocaron haciendo un pasillo en la cortina de humo hasta el
helicóptero. para ir dirigiendo a las niñas.
Malai y la directora fueron sacando a las niñas.
—Vamos contándolas —ordenó
Malai.
Un tailandés apareció por
detrás de Javier, pero Lawan lo fulminó con un disparo en la cabeza.
—¡Gracias, colega! —exclamó el
inspector.
—¡Venga, rápido! —gritó Lawan,
mirando a todas partes.
Las niñas fueron corriendo,
chapoteando el camino inundado, en fila hacia el helicóptero a través de la
cortina de humo. Sus caritas mojadas bajo la lluvia, sus miradas asustadas,
reflejaban todo el miedo y la indefensión que sentían. El artificiero las fue
ayudando a subir por la rampa cogiéndolas de la mano y alzando del suelo a las
más pequeñas para colocarlas dentro del Chenook.
—Cuarenta y ocho, cuarenta y
nueve —contó la directora— falta una.
—Si, falta una —corroboró Malai
—Voy a buscarla —decidió Javier
corriendo hacia dentro.
El inspector entró en la casa y
bajó precipitadamente las escaleras
hasta llegar al sótano. Tenía la camisa
empapada de lluvia y de sudor. Miró a ambos lados, y... en una esquina vio a
una pequeña sentada en el suelo con las piernas recogidas, la cabeza escondida
entre ellas y los bracitos cruzados cogiéndose las rodillas. Estaba temblando.
Javier la levantó del suelo y
la cogió en brazos.
—Ven, pequeña, tenemos que
salir de aquí.
La niña empezó a pegarle con
sus bracitos gritando en tailandés. Pero el inspector no tenía tiempo para
convencerla. Al salir y ver a la directora y a Malai la niña se tranquilizó.
—Vámonos ya —gritó Javier corriendo
hacia el helicóptero con la pequeña en brazos— ¿Estamos todos?.
La cortina de humo empezaba a
desvanecerse. Malai y la directora subieron al Chenook detrás del inspector. El
artificiero y Marcos ayudaron a subir al vigilante y cerraron la compuerta. Lawan
ya había tomado los mandos y arrancaba motores.
—Base, permiso para despegar
—pidió Lawan por el micro incorporado al
casco—Venga, nos vamos— dijo una vez concedido, despegando el Chenook, dejando
atrás el suelo encharcado y sobrevolando la residencia.
Las niñas, apretadas unas junto
a otras en los asientos, se miraron. Por
primera vez se dibujo una sonrisa en sus infantiles caritas. Balanceaban las
piernecillas porque sus pies no llegaban al suelo. Alguna había perdido un
zapato en la carrera. Las que estaban junto a alguna ventanilla miraban por el
cristal. Sus caritas blancas se reflejaban coronadas por gotas de lluvia que
resbalaban sobre ellas como un llanto mudo.
El artificiero se fue hasta el
botiquín y, ayudado por la directora, aplicaron una cura de emergencia con un
torniquete y polvos antibióticos y desinfectantes en las heridas de bala de
Malai y del vigilante.
—Vamos a una base militar
clandestina —informó Lawan— allí os curarán.
—¿Y las niñas? —preguntó
Javier.
—Desde allí las llevaremos en
un avión militar hasta Estados Unidos.—contestó Lawan— No podemos arriesgarnos
a que la policía tailandesa las detenga en uno de los aeropuertos internacionales que hay en el
país. Malai irá con ellas —miró a su hermana.
—¿No pondrán ningún impedimento
en la base militar? —preguntó Javier.
—No somos las únicas en querer
salvar a las niñas —contestó Lawan sin más explicaciones.
Javier y Marcos, se miraron,
sin mediar palabra estaban pensando en lo mismo, casi sin darse cuenta se
habían metido en una red clandestina de rescate de niñas, habían disparado
contra la policía corrupta y la mafia tailandesa y a éstas alturas debían de
estar buscándolos por los aeropuertos civiles de todo el país.
Lawan pareció leer sus
pensamientos cuando añadió.
—En cuanto aterricemos tengo
que salir en un Lockheed C-130 Hércules hacia
Madrid, a un congreso internacional militar con el mariscal. Os dejaré allí, si
os parece bien. Aquí en Tailandia corréis peligro.
—Sí, si, de acuerdo —contestó
Javier asombrado, "esta mujer lo tiene todo calculado", pensó— Será
lo mejor. Desde Madrid volveremos a Barcelona.
—Las niñas y nosotras os damos
las gracias, habéis arriesgado la vida por nosotras —comentó Malai con una gran
sonrisa de agradecimiento.
—Muy agradecidas —repitió la
directora.
Marcos y el inspector, les
devolvieron la sonrisa y miraron a todas las niñas que estaban también
sonriéndoles saludándoles juntando las manitas y bajando la cabeza, agradecidas.
—Ha merecido la pena por
salvarlas —contestó Marcos, y mirando a Javier le susurró— A ver qué ponemos en
el informe, jefe.
Javier carraspeó, y miró hacia
por la ventanilla hacia abajo.
—Algo pondremos, Marcos, si no
nos meten en la cárcel en cuanto lleguemos a Barcelona. Verás tú los de la
Generalitat lo contentos que se van a poner cuando no les demos ninguna
explicación que les convenza sobre el caso Mas.
—Jefe, pues... que ha sido la
mafia tailandesa, un ajuste de cuentas —contestó encogiéndose de hombros.
—Un ritual tailandés típico de
aquí ¿verdad? —contestó Javier, riendo— los tatúan aquí y luego se llevan la
cobra para rematarlos en España.
—Cosas más raras se han visto,
jefe. Fíjate en la mafia siciliana sin ir más lejos.
—Pues también tienes razón —contestó sonriendo
—o la colombiana. La maldad existe, Marcos, ojalá desapareciera, pero existe.
—Lo legal no siempre es lo
justo,
—Casi nunca.
Kanya paseaba por la zona de la
Moraleja en Alcobendas, por las inmediaciones de la casa donde vivía su próxima
y última víctima, el senador Mariano Sánchez. . Llevaba días vigilándole.
Aunque estaban en pleno mes de Julio la calle de la Azalea, bordeada de pinos,
era fresca Sobre el bordillo de piedra,
tras la empalizada de finos juncos engarzados en una valla, se podía ver la
piscina. A Wattana le sería fácil llegar hasta ella. El senador acostumbraba a
bañarse en la piscina por las tardes. A no ser que tuviese alguna visita, vivía
sólo.
Malai acababa de llamarla desde
Trenton, Nueva Jersey. Las niñas estaban por fin en la residencia donde su
padre había conseguido que las admitieran. Allí empezarían una nueva vida.
Kanya se sintió feliz cuando su hermana le relató cómo las habían ayudado
Marcos y Javier. En su cara se dibujó una sonrisa bobalicona.
—Se fueron con Lawan hasta
Madrid y desde ahí volverán a Barcelona. —le había dicho.
¡Estaban allí, en Madrid,
precisamente!. ¿Y si le preguntaba a Lawan por él? Un revuelo de mariposas se
despertaron en su estómago.
"Despierta —se dijo— estás
implicada en el caso de la cobra, si te ve no te va a saludar y a darte un achuchón,
te va a poner las esposas y te va a llevar derechita a la comisaría de
Barcelona. ¡Aléjate de él! ¡No puede encontrarte!" Pero su cuerpo se moría
por volver a sentirse viva entre sus brazos.
Un mensaje de WhatsApp de Lawan
en el móvil la hizo salir de sus divagaciones.
—Estoy en el hotel. Javier y
Marcos han decidido alojarse también aquí, hasta que vuelvan a Barcelona. Se
van a tomar el fin de semana de descanso. Ten cuidado, te están buscando.
¿En su hotel? Su hermana, tan lacónica y escueta como
siempre. Tenían muy buena relación pero Lawan no entendería su implicación
sexual con el inspector.
Afortunadamente hasta el lunes
no trabajaba y le tocaba el turno de noches en recepción. No era probable que
la viera, aunque ninguno de los dos sabía que se encontraba en Madrid. Como
mucho la ubicarían en Barcelona o de vuelta a Tailandia.
En el
DoubleTree by Hilton
Madrid-Prado, Javier y
Marcos acababan de recibir la llamada del comisario.
—¿Qué cojones ha
pasado en Tailandia? ¿me lo podéis explicar? Me ha llamado un poli loco de la
comisaría de Bangkok diciendo no sé qué de unos polis españoles pegando tiros.
Me ha pedido vuestras direcciones.
—No se las habrá
dado, comisario, ya se lo explicaremos —respondió Javier.
—Por supuesto que
no, Javier, a mi no me da órdenes ningún poli chino medio pirado. Pero quiero
un informe lo antes posible. ¡Entendido! —gritó.
—Enseguida nos
ponemos a ello, comisario.
—El lunes lo
quiero en mi correo, como muy tarde.
—A sus órdenes,
comisario.
Javier colgó, se
llevó la mano al pelo y carraspeó. Se echó hacia atrás en la cama y miró a
Marcos.
—Jefe, si quieres
lo escribo yo. Contamos lo que ha pasado... más o menos...
Marcos se sentó
en la mesa delante del portátil que les había proporcionado la recepción del
hotel y empezó a escribir un borrador.
Javier resopló.
—Venga, ve a
darte un baño a la piscina y déjame a mí —propuso el ayudante.
—A la piscina no,
pero al gimnasio sí que podría ir un rato. Te espero allí cuando acabes.
—Mmm ten cuidado
al bajarte de la bici, jefe, que tú ves un culo y te pierdes.
—Ja ja ja —Javier
no pudo menos que recordar a lo que se refería Marcos, ¿dónde estaría Kanya?
¿la volvería a ver? Sí, era una buena decisión ir al gimnasio.
Se colocó las zapatillas, un
pantalón corto y una camiseta que habían comprado al llegar, en las
inmediaciones del hotel, ya que las maletas con la poca ropa que llevaron a Bangkok se habían quedado allí.
Llevaba un rato corriendo en la
cinta pensando en Kanya, cuando, a través de la ventana que daba a la piscina,
le llamó la atención un tatuaje estampado en el omóplato de un joven, que
estaba tomando el sol boca abajo. Se parecía mucho a los casos de la cobra.
Javier se bajó de la bici y se
acercó al cristal esperando verlo mejor, desde aquella distancia no podía
apreciar con precisión si se trataba del mismo tatuaje.
El joven se levantó mostrando
el dibujo de una joven abrazada a una cobra en su corpulenta espalda. No podía ser, pensó Javier, era la primera
vez que veía el tatuaje en una persona viva, y joven. Era el mismo, sin lugar a dudas. Sin pensarlo
dos veces se secó el sudor con la toalla y se dirigió con rapidez hasta la
piscina. Corrió por el pasillo, cruzó el amplio hall y salió al exterior para dirigirse al recinto de la
zona de aguas.
Un empleado del hotel le salió
a paso.
—Perdone, señor, aquí no puede
entrar así, tiene que ir con bañador.
—He de hacer unas
averiguaciones, soy policía —contestó Javier, enseñando su placa.
—Está bien, puede pasar.
El inspector paseó la mirada a
su alrededor, la piscina, las tumbonas, entró en los vestuarios masculinos,
pero el joven ya no estaba, probablemente había subido a su habitación.
Javier abrió la puerta
precipitadamente y entró. Marcos le miró asombrado.
—¿Qué pasa jefe, has visto a un
fantasma?
—Si no lo encontramos, pronto
será un fantasma. Acabo de ver a un hombre con el tatuaje de la cobra, el mismo
que tan sólo hemos visto en cadáveres. Por lo tanto, Kanya no puede estar lejos
—dijo yendo hacia el cuarto de baño quitándose la ropa.
—¿Estás seguro?
—Completamente, lo he visto en
la piscina desde el gimnasio, pero cuando he llegado ya se había marchado. Pero
era un hombre joven. Tenemos que encontrarle antes de que la cobra acabe con
él. Voy a darme una ducha.
—Bueno, jefe, primero vamos a
comer.
Marcos acabó de redactar el
informe en el portátil mientras el inspector se duchaba.
Javier dejó caer el agua por su
espalda. No dejaba de pensar en que Kanya estaba cerca, muy cerca, planeando su
crimen. ¿Cómo lo haría? ¿Estaría Kanya en el hotel? Era un Hilton. ¿La habría
colocado su padre a trabajar allí? ¿Aprovecharía el congreso militar para
cargarse a otro corrupto pervertido? Pero el joven no encajaba en el perfil de
los otros sexagenarios.
Unos minutos después Marcos y
él salían de la habitación en dirección al comedor.
—Mañana llamaremos al
comisario, tenemos que quedarnos hasta que encontremos a ese hombre. El caso
cobra no podemos darlo por zanjado.
—Como tu digas, jefe, habrá que
hacer un nuevo informe.
—Luego leo el borrador que has
escrito y lo mandamos.
—¿Te acuerdas del aspecto que
tenía el del tatuaje? —preguntó Marcos echando un vistazo a la gente que había
en el comedor.
—Pues era alto, rubio,
corpulento...
Durante la comida Javier y
Marcos buscaron con la mirada al tipo que debía esconder bajo su camisa el
tatuaje de la cobra, alguien alto, joven, rubio, de constitución fuerte... Pero
nada, nadie se acercaba a estas características.
—Habrá comido fuera —sugirió
Marcos— si está de vacaciones, irá a recorrer Madrid. Vete tú a saber cuando
volverá al hotel.
—Eso es cierto, tal vez regrese
a la piscina más tarde.
Javier no cesaba de pensar en
Kanya, en que estaba cerca, muy cerca. Deberían pedir a la dirección del hotel
información sobre su plantilla para saber si se encontraba su ficha entre los
empleados. Algo le decía que podría encontrarla así.
Y si la encontraba... ¿qué iba
a hacer? ¿detenerla? ¿amarla? Miles de sentimientos contradictorios se
agolpaban en su mente. Pensar en la calidez de la piel de la joven
estremeciéndose bajo el contacto de sus dedos, hacia despertar su virilidad en
toda su plenitud.
—Desde luego, aquí se come
genial, jefe —dijo Marcos, interrumpiendo sus
pensamientos, apurando su café.
—Vamos a la recepción del
hotel, tengo la sospecha de que Kanya forma parte de la plantilla —sugirió
Javier levantándose de la silla.
—¿Tu crees?
—Si alguien con el tatuaje de
la cobra está aquí ella no estará lejos.
—Y tu te mueres por volver a
verla —añadió mordaz— creo que tienes más interés en encontrar a Kanya que al
tipo ese del tatuaje.
Javier sonrío a su vez, tenía
razón su ayudante, se moría por volver a tenerla.
La recepcionista, una señora de
mediana edad con gesto agrio, les miró por encima de sus gafas.
—Porque son ustedes policías
pero esto no me parece normal. Aquí trabaja mucha gente, no sé qué están
buscando — a regañadientes, abrió en el ordenador el acceso al portal de
empleados.
—¿Me podría facilitar los datos
de los últimos que se han incorporado al trabajo en este hotel? Mujeres,
concretamente.
—¿Mujeres? —repitió—
últimamente se han sumado a la plantilla para la temporada de verano... cuatro
a la recepción y unas diez camareras y personal de limpieza. Por aquí están.
—Empecemos por las
recepcionistas —pidió Javier.
—Aquí las tiene —contestó la mujer
abriendo en la pantalla una página con cuatro rostros de mujer y haciéndose a un lado para que Javier pudiera
ver las diferentes fichas en el ordenador.
—Muchas gracias, será sólo un
momento. Esta no, esta tampoco... ¡¡Sí, ésta!! —el corazón empezó a latirle con
fuerza, allí estaban sus preciosos ojos azul verdoso, ¡¡los ojos de Kanya!!
aunque se había aclarado el pelo, era ella, sin duda—¡¡Kanya!!
—¿Kanya? perdone pero se llama
Samantha, Samantha Smith, una buena chica —contestó la mujer— Empezó a trabajar
aquí hace poco, sí.
—¿Samantha? ¿Podría
facilitarnos su dirección? —pidió Javier apremiante— ya, ya sé que es una buena
chica.
—¿Qué ha hecho? —preguntó
suspicaz la mujer.
—Tan sólo queremos interrogarla
sobre un caso que llevamos —contestó Marcos,
viendo la tensión en la cara de la empleada— necesitamos su ayuda.
—Si es así, seguro que colabora
con ustedes, aunque es muy reservada, no habla nunca de su vida privada. Ahí
está su dirección y su teléfono.
Javier miró en la pantalla los
datos y les hizo una foto con la cámara del móvil.
—¿Cuando viene a trabajar?
—preguntó.
La mujer consultó un gráfico
clavado con chinchetas en un panel de corcho situado en la pared.
—Vamos a ver... empieza mañana
el turno de noches. La podrán encontrar aquí mismo.
—Pues no la molestamos más, la
esperaremos para hablar con ella. Muchas gracias —contestó Javier.
—Nada, a ver si les ayuda y
resuelven ese caso —les deseó la recepcionista.
Javier y Marcos se despidieron
y se dirigieron por el pasillo a sus habitaciones.
—Son las cuatro de la tarde
—dijo Javier mirando su reloj— Vamos a cambiarnos de ropa y nos iremos un rato
a la piscina, a ver si regresa el del tatuaje. Si Kanya no trabaja hasta mañana
por la noche... todavía tenemos tiempo de detenerla.
—Ay jefe cómo te ha cambiado la
cara cuando has visto su foto. ¿Qué vas a hacer? ¿llamarla? ¿convencerla?
¿detenerla? ¿achucharla? jajaja.
—No lo sé, Marcos, cuando la
vea lo sabré.
Javier miró los datos que había
tomado en la pantalla de su móvil, ahora sabía dónde encontrarla y cómo
llamarla, pero esperaría a verla al día siguiente, no quería asustarla y que
desapareciera.
Kanya aparcó en la calle
Azalea, a pocos metros del adosado del senador, el coche que había alquilado. Para
no ser vista desde dentro, se acercó a la empalizada de juncos, frente al seto
que bordeaba la piscina, Con unas tijeras de podar y calculando el grosor de la
serpiente practicó unas incisiones en la valla, justo por encima del zócalo de
piedra, para crear una abertura. La madera se rompió sin oponer resistencia. Un
par de cortes más y el agujero estaría listo. Wattana se deslizaría
perfectamente por allí. Miró a ambos lados, a esa hora de la tarde del domingo
la gente estaba echando la siesta y no había movimiento de vehículos en toda la
zona.
Una suave brisa hizo ondear sus
cabellos. Volvió al coche y sacó el trasportín del maletero. La cobra se movió
inquieta. Kanya volvió a mirar a ambos lados. Desde su posición podía
vislumbrar la silueta del senador tomando el sol boca abajo en su hamaca, era
el momento idóneo.
—Venga, bonita, ya sabes lo que
tienes que hacer, aquí te espero —le
dijo mientras abría la compuerta justo delante del agujero. Wattana serpenteó
sacando su cuerpo del habitáculo para deslizarlo pared abajo frente al seto y
arrastrarse hasta llegar al césped.
Escondida entre la hierba, su
lomo anaranjado parecía un reflejo de oro surcando el mar que formaban las ondas
de césped movidas por el aire. El sonido de su cuerpo reptando se confundía con
el susurro de las hojas de los árboles movidas por el viento. En pocos minutos
llegó al borde de la piscina. En la hamaca el somnoliento senador se dio la
vuelta para colocarse de costado. El tatuaje de la cobra se irguió en su
omóplato justo delante de los ojos dorados, de pupilas elípticas de Wattana,
que levantándose del suelo, veloz como un relámpago, asestó su mordedura mortal
en el cuello del hombre.
******************************************************
Recostado en la tumbona de la piscina
del hotel el inspector revisaba el informe que había escrito su ayudante.
Estaba prácticamente correcto. La investigación les había llevado hasta el
tráfico y venta de las niñas y se habían visto implicados en su rescate de la
mafia tailandesa. Intencionadamente obviaba en el relato a Kanya.
—¿Tu crees que el comisario se quedará
satisfecho? —preguntó a Marcos que se acababa de dar la vuelta —creo que
dejamos varios cabos sueltos.
—Bueno, por probar... siempre hay
tiempo de añadir datos.
—No sé... —Javier se atusó los cabellos
con una mano y miró el reloj— las cinco y media.
—Voy a darme un chapuzón —indicó
Marcos, levantándose y yendo hacia el borde de la piscina.
Javier echó un vistazo a su alrededor y
a los clientes que se estaban bañando. De pronto le vio, el joven rubio y alto
estaba en el borde de la piscina hablando con una mujer. El inspector se
levantó de inmediato y fue hacia él. Pasó rodeando las tumbonas y cuando estuvo
detrás de él pudo apreciar de cerca el tatuaje de la cobra en su omóplato,
indudablemente era el mismo dibujo pero la tinta parecía diferente. Sin dudarlo
le dio unos golpecitos en el hombro, haciendo que el joven se girara a mirarle.
—Perdone, he visto su tatuaje.
—Es chulo ¿verdad? —contestó el joven
sonriendo.
—¿Dónde se lo han hecho? ¿En...
Tailandia?
—No, no, no he estado nunca en
Tailandia. Me lo hicieron aquí en Madrid, por Recoletos.
—¿Por Recoletos? —Javier se quedó
perplejo, ¿habría puesto Kanya un negocio de tatuajes? ¿estaba tatuando con la
cobra a diestro y siniestro? ¿para qué? ¿para despistarles?
Ante la cara de asombro del inspector,
el joven continuó.
—La verdad es que se lo he copiado a mi jefe, lleva uno como éste y le
dije si le importaba que le hiciera una foto para hacerme uno igual.
—¿Su... jefe?
—Ese sí que ha estado en Tailandia. No vive bien ni nada, el tío...
—Perdone...¿quién es su jefe?
—¿Qué pasa tío? ¿eres poli o qué? —contestó el joven empezando a
impacientarse ante tanta pregunta.
Javier sacó la cartera de su bolsillo y le enseñó la placa.
—Efectivamente, soy policía.
—¡Ah, bien, perdone! —contestó cambiando el gesto— Soy uno de los
guardaespaldas del senador Mariano Sánchez.
—¿El senador? ¿Mariano Sánchez? ¿Dónde vive? Tenemos que verle
urgentemente.
—¿Le ha ocurrido algo? —preguntó sobresaltado el joven— Hoy no iba a
salir de casa, me dijo. Vive en la Moraleja. ¡Cómo no!
—Deme su dirección, por favor.
—En el 114 de la calle Azalea.
—Muchas gracias —contestó sin darle más explicaciones y girándose hacia
Marcos que, saliendo de la piscina, ya iba hacia él
—¿Es él? —pregunto Marcos.
—Vamos a cambiarnos, tomaremos un taxi a la Moraleja, por el camino te
cuento. —contestó Javier.
************************************************************************
La voz de Sarah Brightman en su Adagio, inundaba la estancia. Kanya se
reclinó en el sofá con un whisky con hielo entre las manos. Tomó un sorbo y
cerró los ojos dejándose envolver por la suave melodía. Wattana dormía en su
camastro después de haberse comido un par de roedores bien hermosos como premio a su última hazaña.
Hacía calor en su piso de la calle Echegaray, pero acostumbrada al clima
húmedo de Bangkok, el calor seco de Madrid era más que soportable. Ataviada con
una blusa abotonada por delante estiró sus piernas desnudas en el sofá. Se
haría algo ligero para cenar y llamaría a Lawan. Pronto las noticias
confirmarían la muerte del senador. Su padre ya le había buscado un nuevo
destino, el Hilton de Nueva York, pero su hermana tenía que ocuparse del
transporte de la cobra hasta allí.
Bebió un sorbo más. ¡Cómo echaba de menos a Javier, sus manos, su
desnudez sobre su cuerpo...! Metió los dedos bajo sus braguitas. y acarició su
monte de venus. Su espalda se arqueó y echó la cabeza hacia atrás recordando el
falo de Javier. De pronto unos golpes insistentes en la puerta la interrumpieron.¿Quién
sería a estas horas? ¿su hermana? Aparte de ella no tenía relación con nadie
más en Madrid. Miró por la mirilla de la puerta y su corazón se aceleró, era
Javier, y venía sólo. Antes de que su mente le dijese lo contrario, abrió la
puerta y le echó los brazos al cuello.
Javier, incapaz de decir nada, la estrechó contra su pecho con tanta
fuerza que a Kanya casi le falta la respiración. Sus labios la besaban, la
devoraban.
—¡Javier! —murmuró Kanya besándole.
El inspector tomándola por la cintura y las nalgas la levantó del suelo
y la joven enlazó las piernas alrededor de sus caderas.
Javier cerró la puerta tras él. Kanya le miró a los ojos, aquellos ojos
negros, profundos como un abismo en el que quería sucumbir.
—Kanya ¿por qué lo has hecho? —preguntó Javier apesadumbrado— lo sé
todo.
Kanya se bajó de sus caderas y le tomó de la mano.
—Anda, ven —dijo conduciéndole hasta su habitación.
—No, Kanya ¿qué tengo que hacer ahora? —protestó dejándose llevar— Has
matado a un senador, y a cuatro más... que se sepa.
—Aquí en España sí. Este era el último. Te lo prometo —añadió sonriendo
llevándole hasta su alcoba y besándole.
—A mi me parece bien que hayas rescatado a las niñas, yo tengo una hija
de esa edad y la defendería contra el
mundo si intentasen hacerle daño. Sabes que Marcos y yo ayudamos a tu hermana a salvar a aquellas niñas, pero...
los asesinatos con la cobra... ¿por qué?
—Porque tenía que hacerlo. Si
acabamos con los que compran, acabaremos con los que venden.
—Kanya, siempre habrá quién compre, no lo entiendes... no puedes luchar
contra las mafias, van a acabar matándote.
Pero Kanya le hizo callar con sus besos en la boca, en el cuello.
Javier empezó a desabrocharle la blusa mientras ella desabrochaba los
botones de su camisa.
—Y... ¿qué tengo que hacer ahora? ¿eh? —le dijo entre besos,
acariciándole el cabello, mirándola embobado— ¿te das cuenta del lío en que me
has metido? —le preguntó mientras la tumbaba sobre la cama y le lamía los
pezones— ¿qué tengo que hacer? ¿detenerte?
Javier la sujetó por las muñecas
y las colocó a la altura de la cabeza de la joven, para besarla en la boca con
pasión.
—Soy toda tuya, mi amor, haz lo que tengas que hacer.
Y Javier siguió mordisqueando sus pechos, su vientre, su pubis, hasta coger las braguitas
con los dientes y deslizarlas por las piernas desnudas. En pocos segundos se
quitó la ropa y se tumbó sobre ella. Sus manos recorrieron sus nalgas, y
apretaron sus glúteos.
—No vuelvas a marcharte, te quiero, lo sabes —le murmuró al oído mientras
su falo buscaba la hendidura de su vulva para penetrarla con pasión.
—¡Javier, Javier, yo también te quiero!
Kanya rodó sobre la cama para colocarse a horcajadas sobre él. Su cuerpo
empezó a moverse acompasadamente sobre la pelvis del hombre para sentirle más
adentro, más profundamente. Javier estaba extasiado con el vaivén de sus senos,
que se balanceaban tersos y voluptuosos antes sus ojos. Kanya bajó la cabeza
para besarle. Él la tomó por la cintura y la hizo girar para colocarse de nuevo
sobre ella. Le gustaba tenerla así, tan suya, jadeando bajo su pecho,
entregada, acoplándose a su sexo como ninguna otra mujer.
Un intenso orgasmo sacudió el cuerpo de Kanya como un latigazo,
haciéndola estremecerse de los pies a la cabeza.
Y la voz de Sarah Brightman interpretaba ahora su Harem, la canción
preferida de... Wattana.
https://www.youtube.com/watch?v=U2EE3fWBaVg
El reptil se removió en su camastro y abrió los ojos, su mirada ámbar de
pupilas elípticas observaron la puerta de la habitación de su dueña, era la
música que Kanya le ponía cuando se deslizaba sobre ella para masajear su
cuerpo.
Pero Kanya ni siquiera se dio cuenta de la canción, tan sólo podía
sentir el envite de la verga de Javier moviéndose en su vagina, con aquella
fuerza que la desarmaba que la hacía desearle con todo su ser. El hombre la
seguía penetrando una y otra vez, con vehemencia, con pasión, mordiéndole los
labios, el cuello, besándola, devorándola,
hasta que por fin se derramó. Un fuerte y prolongado orgasmo sacudió a
los amantes hasta dejarlos exhaustos. Javier se abandonó sobre el cuerpo
palpitante de la joven.
Kanya no la escuchó arrastrándose por el suelo reptando hasta el hueco
de la puerta entreabierta de la habitación, no se dio cuenta de su sigiloso
movimiento culebreando hasta la cama, sólo abrió los ojos aterrada al escuchar
el silbido de su lengua bífida, el silbido de Wattana.
—¡¡Noooo!! —gritó.
Pero la cobra fue más rápida y asestó un mordisco al hombre que estaba
usurpando su lugar.
Javier sintió un latigazo en su hombro y se llevó la mano a la espalda,
girándose estupefacto. Allí estaba, una enorme cobra, levantándose casi dos
metros del suelo, mirándole.
—¡¡Wattana, fuera!! —ordeno Kanya levantándose, tomando a la cobra por
el cuello y sacándola de la habitación.
La serpiente obedeció y volvió a su camastro.
Kanya corrió al lado de Javier.
—No te muevas, mi amor, no te muevas.
Tenía tan sólo quince minutos, con suerte media hora, antes de que el
efecto de las neurotoxinas del veneno fuera irreversible. Voló hasta el
frigorífico y sacó un bote de cristal con una etiqueta "suero antiofídico
monovalente: cobra real" .
Javier tumbado en la cama apenas podía moverse sentía un dolor agudo en
la espalda, su visión era borrosa, tenia vértigos y le invadía una especie de
somnolencia.
Kanya sacó una jeringuilla y absorbió todo el liquido del frasco. Con
rapidez limpió con un algodón empapado en alcohol la vena del brazo de Javier y
le inyectó el antídoto.
—No te preocupes, mi amor, enseguida te recuperarás. No te muevas.
—¡Kanya! —murmuró, antes de desmayarse.
Cuando despertó no quedaba ni rastro de Kanya ni de la cobra. Se levantó
de la cama, aturdido, y fue hacia el cuarto de baño. Se echó agua en la cara, y
se miró al espejo, en el hombro, junto a la marca de los colmillos del mordisco
del ofidio, Kanya le había dejado su
recuerdo, la marca de sus labios al darle un beso.
****************************************************
Dos meses más tarde, Javier caminaba por la Rambla hacia su casa en
Barcelona. Aquel fin de semana estaba con su hija Carolina y tenía ganas de
llegar.
El caso de la cobra al acabar con la vida del senador despertó mucho
interés mediático,. El informe presentado al comisario y su percance con la
cobra al intentar detener a su dueña, una tal Samantha Smith, estadounidense,
de la que nunca más se supo, arriesgando su vida, lo convirtió poco menos que
en un héroe. Se resolvió el caso como un ajuste de cuentas de la mafia
tailandesa al no querer la diplomacia del partido que se airearan los trapos
sucios del senador.
Lo único que lamentaba Javier era haber perdido el contacto con Kanya.
No había vuelto a saber de ella, ni de Lawan.
Llegó a casa y abrió el buzón.
Una carta del banco, otra de Hacienda y otra de... ¿"Hotel
Hilton Times Square de Nueva York"? ¿¿Hilton??
El corazón le dio un vuelco. Abrió la carta con apremio. Estaba escrita
en inglés:
"Distinguished Mr. Contreras:
The Hilton
Times Square hotel is pleased to invite you and your daughter to our hotel,
full board, for the weekend of your choice.
Sincerely, the hotel reception".
(Distinguido señor Contreras:
El hotel Hilton Times Square se complace en invitarles a usted y a su
hija a nuestro hotel, a pensión completa, para el fin de semana que elijan.
Atentamente, la recepción del hotel)
Firmado.... la huella de unos labios...¡¡¡los labios de Kanya!!!.
FIN
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