Alicia se detuvo, súbitamente, delante del escaparate de la galería de arte. Pasaba todas las mañanas camino del trabajo, pero hoy había un cuadro nuevo que le había llamado la atención. Fue sólo un instante pero la mirada del hombre plasmada en el lienzo parecía decirle algo, como si telepáticamente quisiese transmitirle un mensaje. Era un hombre joven, moreno, de ojos verdosos, muy serio, que la observaba fijamente desde el otro lado del cristal.
El latido de su corazón se aceleró, y
como impreso en fuego Alicia visualizó perfectamente unas palabras en su mente:
"LA MALDICION DE LA DIOSA". ¿La maldición de la diosa? Alicia meneó
la cabeza, qué cosas se le ocurrían, ¿cómo iba a querer decirle nada una
mirada?. Pero cuando volvió a pasar por la tarde el cuadro ya no estaba.
Entró en la galería para saber quien
había pintado aquel cuadro.
—No hemos puesto ningún cuadro nuevo
esta mañana —le contestó la dependienta— en el escaparate está el mismo
desde hace una semana, el de los girasoles. ¿quieres ver alguno en especial?
—Pero... si estaba ahí, era el retrato
de un hombre joven, moreno...
La dependienta la miró sorprendida y
tras unos instantes de vacilación arguyó...
—Lo habrás imaginado, no recuerdo haber
tenido nada parecido.
Alicia salió de la galería, perpleja. No
era propensa a tener alucinaciones, ni a imaginar cosas que no eran reales,
hasta que...
—Venga, tira el ramo...
Alicia, situada entre las ocho amigas
solteras de la novia gritaba eufórica. No le gustaban las bodas, ni ver como
sus amigas iban encontrando pareja mientras ella seguía soñando con el
hombre de su vida...
La novia tiró el ramo hacia atrás con
fuerza, cayendo justo entre sus manos.
Pero... ¿¿qué era aquello? ¿qué había
caído en sus manos?? No era el ramo de azahar, era... una manzana dorada, con
una inscripción.. intentó descifrarlo: “para... la ... más.. bella”
Alicia miró atónita la manzana mientras sus amigas la rodeaban.
—Anda, qué bien, te ha tocado el ramo
—celebraba Rosa— el año que viene tenemos otra boda.
Alicia levantó la mirada a su amiga y
volvió la vista de nuevo a... sí, era el ramo azahar de la novia.
—Rosa... ¿no has visto la manzana?
—¿Qué manzana? ¿qué dices?
—Me estoy volviendo loca —¿¿qué le
estaba pasando??— tenía... tenía una manzana dorada en las manos, no el ramo...
—Chiquilla, ¿qué dices de manzana? Ni que fueras Blancanieves...
Y de nuevo volvió a recordar la mirada
del hombre del cuadro. Cerró los ojos y volvió a ver la manzana dorada,
que había tenido en sus manos... arrojada por... una mujer... era.. otra
boda... y unas voces llamándola... “Eris”.
—¿Te encuentras bien? A ver si te han
dado algo con la bebida —Rosa miraba preocupada a su amiga que se había puesto
blanca como el papel.
—Estoy teniendo alucinaciones, Rosa, desde hace... una semana...
—¿Cómo alucinaciones??
Carmen, con su bebé, se acercó a
ellas a ver qué les pasaba con el ramo.
—Ooh, ¡qué ricura! —exclamó
Alicia— ¡qué grande está ya! —por un momento se olvidó de su
alucinación— ¿qué tiempo tiene?
—Seis meses. ¡¡Qué bonito ramo!! eso es
que por fin vas a conocer al hombre de tu vida.
—Pues si dice que ha visto una manzana
—volvió Rosa sobre el asunto— esta muchacha está flipando en colores...
cuéntanos qué te ha pasado con eso de las alucinaciones...
—Es algo muy extraño, ocurrió un día
después de mi cumpleaños, al ir al trabajo....
Rosa y Carmen escucharon con atención a
su amiga, mientras el bebé palmoteaba la cara de su madre.
La novia se les acercó, con una copa de
champagne en la mano. Vestía un traje blanco, ceñido a la cintura, muy vaporoso,
cruzado en diagonal por una especie de túnica, con escote asimétrico. La
melena, larga y rizada, sujeta con una diadema caía como una cascada dorada
sobre sus hombros.
—Estás preciosa, chiquilla —admiró
Rosa— pareces una diosa griega.
—¿Os estáis divirtiendo? —preguntó
Elena, la novia— Está bien este recinto, ¿verdad? Han acondicionado la
masía para celebrar banquetes
Alicia se la quedó mirando sin verla,
sus neuronas enlazaban información de una a otra, en conexiones rápidas y
aceleradas, capturando imágenes de recuerdos que no había vivido. Se acercó a
Elena y tocó la fina tela de su vestido. Cogió con la mano uno de los pliegues
de la falda y se lo llevó a la cara. Ese tacto, esa suavidad... ella había
llevado vestidos como ese...
Sus amigas la observaron.
—Está flipando otra vez —dedujo Rosa,
preocupada— ¿le habéis puesto algo a los aperitivos?
Alicia meneó la cabeza y murmuró...
—Yo he llevado vestidos como éste... —se
llevó las manos a la cara y se tapó los ojos, y... de nuevo... la mirada
del hombre del cuadro, acercándose a ella, y deslizando las manos sobre sus
hombros haciendo que el vestido se deslizase por ellos para caer al suelo, un
vestido... como el de la novia.
—Anda, ve al lavabo y échate agua en la
cara, a ver si te despejas —Rosa tiró de su amiga hacia el interior del
restaurante que estaba ubicado dentro de la masía.
Atravesaron el comedor, dispuesto en
mesas redondas, con los cubiertos ya preparados para al cena, y llegaron hasta
los servicios.
Alicia dejó correr el agua del grifo y
se mojó la frente, pero... al mirarse en el espejo, se vio completamente
desnuda, sumergida en una bañera de piedra, mientras un hombre...
el hombre del cuadro... le echaba agua con una esponja y le enjabonaba la
espalda. Nunca había sentido nada igual, tanta ternura, tanto cariño, aquel
hombre... la amaba... la miraba a los ojos, la acariciaba, enredaba los dedos
en sus cabellos... se vio con las manos apoyadas en sus fuertes pectorales
mientras le hacía el amor. Cómo sus brazos, protectores, la abrazaban, la
envolvían, entre sabanas de finas telas, en una cama con dintel, del que
colgaban lujosos cortinajes. Su imagen perlada en sudor, bajo su cuerpo
desnudo... aquel hombre era.. era... su marido...
—Muchacha, ¿has visto un fantasma? —la
interrogó Rosa, al ver su cara— te has quedado pálida, tu no estás bien.
Anda, vamos al restaurante que ya van a poner la cena.
—Rosa, he visto a mi marido —Alicia, con los ojos muy abiertos, alucinada, se
apoyó en su amiga, la cogió del brazo y se dejó llevar hasta la mesa— me
he visto en otra vida, ¡¡tenía un marido!!.
—No, si yo también he debido de tener marido en otra vida, porque lo que es en
esta... no lo cato, se me va a pasar el arroz. ¡¡Ay hija, primero la
manzana, luego el principe... ya te digo... solo te faltan los enanitos y la
bruja mala...!!
Alicia se distrajo, durante la cena,
charlando con los comensales con los que compartía la mesa. Rosa, a su
lado, no paraba de reír y de contar anécdotas de sus aventuras y desventuras.
De vez en cuando la mirada de Alicia desconectaba de la realidad, para
adentrarse en un déjà vu frenético... la algarabía, los camareros yendo y
viniendo con los platos, el vestido de Elena, la novia... ¡¡el nombre de Elena,
que inexplicablemente le causaba desazón, provocadora de tragedia, de
muerte...!! Alicia sintió erizársele el vello, y un escalofrío la recorrió
desde la cabeza hasta la última célula de sus pies.
La luna llena iluminaba el jardín
y la música invitaba a bailar, en una pequeña pista cubierta de guirnaldas de
colores...
—¡¡Venga, Blancanieves, vamos a bailar!!
—animó Rosa con una copa en la mano— ¡¡la noche es joven!!
Pero Alicia no se sentía muy bien, se
arrellanó en uno de los cómodos sillones que bordeaban la pista, con el vaso de
gin-tonic entre los dedos, y paseó la mirada por los jardines de la masía,
necesitaba saber más de lo que le estaba ocurriendo, miró la palidez de la
luna, buscando una respuesta y recostando la cabeza en el mullido cabecero,
cerró los ojos. Como si estuviera esperando ese momento, la mirada del hombre
del cuadro inundó su mente, se marchaba, se separaba de ella, algo se
rompía en su interior... Alicia sintió latir muy fuerte su corazón y un
dolor inmenso la paralizó, un dolor de muerte, de tragedia, muerte por todas
partes, fuego y muerte.
Súbitamente abrió los ojos asustada. Un
joven se había sentado a su lado.
—¿Te encuentras bien?
—Si, si, no es nada —Alicia tomó un sorbo del vaso y sonrió al muchacho.
—¿Eres pariente de la novia o del novio?
—Amiga de la novia...
—Ah, si, la que ha cogido el ramo. Yo soy amigo del novio. Alejandro, me llamo
Alejandro —y se acercó para darle dos besos en ambas mejillas.
—Yo, Alicia —se presentó correspondiendo a su saludo— encantada.
Carmen se acercó a ellos con el bebé
dormido en brazos.
—Aguántamelo un momento, Alicia, que voy
al baño. Nos vamos a ir ya.
—Sí, tranquila, no te preocupes —contestó extendiendo los brazos para coger al
niño.
—Enseguida vengo.
Alicia estrechó entre sus brazos al
niño, la cabecita del bebé se removió y buscó refugio en su cuello rodeándola
con el bracito. La muchacha se estremeció al sentir el corazón del bebé latir
sobre su pecho. Y se vió corriendo con otro bebé en brazos... el suyo... un
pasadizo secreto, húmedo, oscuro, de paredes de piedra. Corría a gran
velocidad. “Escóndete”, le había dicho el hombre del cuadro, “si te cogen te
harán su esclava, tienes que esconderte con nuestro hijo y las demás mujeres”
—¡¡Aliciaaaa!! —Rosa le estaba gritando— ¿¿ a dónde vas con el
niño, corriendo como una loca?? ¿hay fuego?... esta mujer está peor por
momentos...
Alicia reaccionó, mirando alrededor. Sin darse
cuenta se había quedado mirando embelesada al chico que estaba sentado a su lado,
se había levantado y había echado a
correr con el bebé en brazos hacia la masía.
Carmen salía en ese
momento del interior y casi tropieza con ella, se sorprendió al verla tan
pálida con el bebé en brazos.
—¿Le pasa algo al
niño?
Alicia no sabía qué
contestar... miró a Carmen y a Rosa que se acercaban hasta ella.
—¿Otra vez estás con
tus historias de otras vidas? Ahora, ¿quién eras? ¿Cenicienta, que salía
corriendo a las doce con el zapato de cristal colgando?
—¿ Por qué no os venís
a casa y nos tomamos una infusión?- propuso Carmen rescatando presurosa al
bebé, de los brazos trémulos de Alicia- A ver si te relajas y nos cuentas qué
te pasa.
—Si, si, es una
buena idea —contestó Alicia.
—Eso, y le echas las cartas, o le lees la mano, a ver de dónde le viene todo ese tinglado que tiene montado en su mente, ¡¡la virgen!!. —Rosa se cogió del brazo de Carmen y la interpeló— por cierto que aquello que me dijiste de que iba a aparecer el hombre de mi vida, vestido de uniforme, nada de nada... el único que ha aparecido es un guardia municipal de esos de tamaño grande para ponerme una multa... así que... ¡¡a ver si afinamos con las cartas... —con retintín— hermosa!!!
Alicia se incorporó
en el sofá, con la taza de té rojo entre las manos y miró interrogante a
Carmen.
—Eso es que alguien
quiere comunicarse contigo desde el más allá, pero... lo de la diosa... y la
manzana...
—¿Cómo decías que
llamaban a la que arrojó la manzana? —preguntó Rosa.
—Algo así como...
Eris...
Carmen abrió el ordenador
y buscó en google.
—Eris, diosa de la
discordia... — continuó leyendo— aquí pone algo de una boda, que acudió sin ser
invitada y, enfadada, arrojó una manzana dorada... —se vuelve a Alicia— esa
debió ser la manzana que viste en tu alucinación.
—“para la más bella”
ponía la manzana, —siguió Alicia, estupefacta,
no se podía creer que le estuviese pasando algo así...
—La arrojó entre las
diosas Afrodita, Atenea y Hera
—prosiguió Carmen— fue Paris, príncipe de Troya, el que tuvo que elegir,
ya que las tres reclamaban ser la más bella.
—¿Paris? ¿el
tontaina que provocó la guerra de Troya? —preguntó Rosa—anda que... de
Cenicienta y Blancanieves, nos vamos a la guerra de Troya... eso no puede ser,
van a venir desde el más... pero mucho mucho más allá... pero si... ¿¿eso no
era leyenda??
—No sé... sigue
leyendo, Carmen.
—Sí, Afrodita tentó
a Paris con Helena, la mujer de Menelao. Y Paris, al raptar a Helena provocó la
guerra de Troya.
—¿Y el hombre del
cuadro? ¿Quién es? ¿Paris? —Alicia negó con la cabeza— ¿quiere Paris
comunicarse conmigo? Pero... ¿y el niño?
—Déjame leerte la
mano.
Carmen cogió la mano
derecha de Alicia y examinó su palma.
—Había mucha gente
del más allá interesada en que tu nacieras, y que te protegieron cuando eras
pequeña para que no te pasase nada malo.
—Eso son tonterías
Carmen —repuso Rosa— no existe el más allá, sino el más acá, el muerto al hoyo
y el vivo al bollo, ¡¡de toda la vida!!
—Vamos a ver qué
dicen las cartas.
Carmen cogió su
vieja baraja del tarot y mezcló con pericia las cartas.
—Corta —ofreció a
Alicia.
Alicia cortó la baraja
por la mitad y Carmen volteó la carta para mirarla.
—El Juicio,
significa que hay un renacer, algo nuevo va a llegar a tu vida.
Carmen continuó con
la siguiente carta, debajo de la del Juicio.
—El Sol, la pareja,
tenemos un renacer y la pareja, vas a encontrar a la pareja de tu vida, en un
renacer... —y sacando otra carta— Los enamorados. Sí, el amor, la pareja.
—Mira qué bien
—interrumpió Rosa— todas encontráis pareja menos yo, y el hombre con uniforme
sin llegar..
—Vamos a ver....
—analizó Alicia— primero tenemos las alucinaciones de una vida en Troya... con
una diosa, Eris..
—¿Has leído a
Homero, hace poco? Tal vez tienes una imaginación desproporcionada y alucinas
con lo que lees —dedujo Rosa.
—O tal vez...—profundizó
Carmen— tu seas la reencarnación de alguien que vivió en Troya.
—Por eso tuve
aquellas malas sensaciones cuando vi a Elena, precisamente Elena, vestida como
una princesa griega, porque fue la que provocó toda la destrucción de Troya. Yo
debía ser alguien de la realeza, casada, y con un bebé. Carmen, ¿y si hacemos
una güija para comunicarnos con el hombre del cuadro? Para saber qué quiere
decirme.
—¡¡Oh, vamos!!, sólo
faltaba eso, una güija —exclamó Rosa— no juguéis con esas cosas que como se nos
cuele un espíritu... verás tu, luego ya no te lo quitas de encima... eso es
como Hacienda.. se te pegan...
Carmen y Alicia
hicieron caso omiso a las advertencias de Rosa, prepararon la güija e invocaron
al espíritu del hombre el cuadro, pero... nadie contestó, ningún espíritu se
mostró.
—Qué raro, debería
haber dicho algo, al menos quien es...—observó Carmen.
—Si está muerto...
pero... ¿y si está vivo? ¿ y si se ha
reencarnado como yo? —conjeturó Alicia, entusiasmada.
—Y te está
buscando...—siguió Carmen, pletórica— así tendrían sentido el renacer, la
pareja, el amor... tu debiste ser su mujer en la otra vida, tuvisteis un bebé,
y ahora él se ha reencarnado y... te está buscando, ¡¡por eso te envía
señales!!
—Bueno, bueno —bromeó
Rosa, sarcástica— lo que hay que escuchar, las dos flipando ya... —miró su taza
de infusión— ¡¡no bebáis tanto té rojo!!
Anda, vámonos a dormir, y si tienes otra alucinación, no le hagas ni
caso, ni nos despiertes.
—Quedaos a dormir
aquí, tengo una habitación con dos camas, es muy tarde ya —ofreció Carmen.
Carlos pasó de nuevo
por la galería donde la noche anterior había visto el cuadro de una mujer
morena, de ojos verdes. Inexplicablemente se había colado en su mente y en sus
sueños, donde había aparecido con un bebé en brazos, “ten cuidado, Hector —le había dicho mientras
le abrazaba y se despedía de él— te amo”.
Había estado toda la mañana sin poder apartarla de sus pensamientos y
ahora, de pie frente al escaparate, no conseguía verlo. Entró impulsivamente,
decidido, tenía que saber quién era aquella mujer, quién la había pintado.
—No, no entiendo —le
dijo la galerista abriendo mucho los ojos— en el escaparate está el cuadro de
los girasoles, no lo hemos cambiado en todo el mes. Es curioso que...
—¿Como que no? —la
interrumpió Carlos— era un cuadro antiguo, con una mujer joven, morena, de ojos
verdes...
—¿Esto es una broma?
¿una cámara oculta?
—¿Qué dice?.
—¡¡Que no es el día
de los inocentes, ni el mes!! —y se alejó del mostrador malhumorada— pues
estamos buenos con los cuadros invisibles...
—No entiendo...
Carlos salió de la
galería desorientado y... sus ojos, alucinados, se toparon con la atónita
mirada de una mujer morena que se acercaba caminando por la acera.
FIN.
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