— ¿Vamos a ver la casa abandonada? sugirió Eloy a su hermano.
Llevaban ya mucho rato jugando con la pelota en el jardín de su
casa y el sol estaba a punto de ponerse entre los árboles que lo rodeaban.
— Vale, vamos, ¿te vienes, Jou?
El gato le miró, cerró los enormes ojos azules, y volvió la
cabeza.
— ¿Cómo te va a contestar el gato? Si quiere venir ya vendrá.
¿Vamos? ¿o tienes miedo?
— ¿Yo? Nooo, ya tengo ocho años, ¡¡soy mayor!!
Iván empezó a caminar en pos de su hermano mayor, arrastrando su
vara de cerezo por el suelo. Jou les seguía sin apartar la vista del zigzagear
de la vara que iba levantando a su paso polvo y piedrecillas del camino.
Los cabellos rubios y alborotados de Eloy centelleaban en bellos
reflejos dorados con el sol del atardecer. Iván iba pisando la sombra de su
hermano con decisión, hacía tiempo que se habían propuesto volver a la casa
abandonada que había al final del sendero, casi oculta entre matorrales y
zarzas que se habían hecho dueñas de lo que antes debió ser un jardín bien
cuidado.
Cruzaron con sigilo la desvencijada verja cubierta de óxido y
ligeramente entreabierta.
Las malas hierbas les hacían difícil avanzar por el camino de piedras que
llevaba al caserón. Algunas hojas secas crujieron a su paso.
Jou les adelantó y de un salto alcanzó el alfeizar de una de las
ventanas.
— Por ahí nos colamos la última vez, está el cristal roto—
recordó Eloy.
— Ya me acuerdo, pero no pasamos del salón, estaba todo muy
oscuro y nos volvimos.
— Bueno, nos volvimos porque nos estaba esperando mamá para
cenar, que luego se enfada, pero yo no tenía miedo.
— Ni yo tampoco.
Eloy subió a una piedra que habían dejado allí la última vez, y
se aupó con los brazos hasta la ventana. Desde arriba tendió la mano a su
hermano. Iván dejó la vara apoyada en la pared y subió también, volviéndola a
coger de nuevo.
—Espera— Eloy rebuscó en el bolsillo de su pantalón y sacó la
pequeña linterna que siempre le acompañaba.
El gato ya husmeaba dentro de la estancia y levantó la cabeza
para mirarles. Los dos hermanos sentados en el alféizar, tras pegar un pequeño
salto, le acompañaron.
Iván levantó la vara por encima de su cabeza para deshacerse de
una telaraña con un ligero zigzagueo.
—¡Puaj, qué sucio está todo!
Lo que
debió ser el salón comedor de la casa estaba cubierto de restos de cristales
rotos, hojarasca, trozos de pared desconchada, un par de sillas agujereadas por
la carcoma, una mesa cubierta de polvo y, junto a la pared, una vieja alacena
con dos pares de candelabros donde las arañas habían tejido sus frondosas
telas.
— Hay unas escaleras que suben al piso de
arriba, ¿subimos?— preguntó Eloy volviéndose a su hermano.
— Vale, tú primero.
Jou pegó un salto y se subió a una alacena, para
atrapar a una lagartija que correteaba por la pared.
— Jou, estate quieto, vas a tirar algo— ordenó
Iván.
El gato volvió a saltar tras la lagartija que se escondió tras
las cortinas, agarrándose con las uñas a ellas, arrastrándolas y descolgándolas
del riel en un tremendo estruendo y una nube de polvo y telarañas, hasta
aterrizar en el suelo.
—¡Jou!— gritó Eloy.
—¡Cuidado!— Iván rebuscó entre las telas esparciendo con las
manos el polvo levantado, que iluminado por el sol que entraba por los
cristales formaba una estela dorada.
El gato salió despavorido de entre las cortinas y subió
escaleras arriba delante de Eloy.
— Vale, venga, tu primero, Jou.— Eloy sacó la pequeña linterna
del bolsillo e iluminó el final de la escalera por donde ya había perdido de
vista al gato.
Eloy comenzó a subir despacio la escalera de madera, peldaño a
peldaño, linterna en mano. Aunque la luz todavía se filtraba por los sucios
cristales de las ventanas se sentía más cómodo iluminando lo que iba pisando.
Iván, detrás, seguía agarrando la vara como si de una espada se
tratase, dispuesto a defenderse en cualquier momento. Un trozo de madera
enmohecido crujió bajo sus pies.
— Ten cuidado— advirtió Eloy, girándose.
Dos peldaños más y ya estaba arriba, en lo que parecía ser un
distribuidor con varias puertas entreabiertas.
Sólo pudo ver el rabito del gato perdiéndose en una de ellas.
Eloy se acercó y se detuvo en el marco de la puerta, echando una
mirada al interior y enfocando con su linterna hacia dentro.
Iván encajó su cabeza por debajo de su brazo y exclamó.
— ¡Mira ahí, sobre la cama, esa muñeca, nos está mirando!.
Aunque un ligero haz de luz se colaba entre los postigos de la
ventana, Eloy enfocó con su linterna hacia la cama, iluminando a la muñeca. De
pronto la muñeca se movió cayendo hacia adelante y Jou saltó sobre ella
velozmente.
— ¡Está viva!— exclamó Iván— Jou, ¿qué haces?
La muñeca cayó al suelo con la cabeza rota y Jou se escondió en
un rincón con algo en la boca.
— ¿Qué llevas ahí, Jou?— Eloy se acercó con la linterna en la
mano, Jou había atrapado un pequeño ratoncillo.
Iván miraba la cabeza de la muñeca que había rodado hasta sus
pies, sin atreverse a tocarla.
— Eloy, mira, hay un papel que sale de dentro de la cabeza de la
muñeca.
Su hermano se acercó a él, sigiloso, mientras Jou soltaba al
estrangulado ratoncillo en el suelo y continuaba husmeando por debajo de la
cama.
Eloy se detuvo mirando a la muñeca, los ojos azules parecían
estar a punto de pestañear en aquella cara de blanca porcelana, la cogió con
cuidado y extrajo el papel que asomaba por la rotura del cuello. Estaba
enroscado en un cilindro, lo desenrolló y lo iluminó con la linterna. En letras
de caligrafía antigua, con rasgos angulosos, a duras penas, se podía leer:
"Cuando la encontréis será demasiado tarde"
Iván le miró abriendo de par en par sus asombrados ojos y
arqueando las cejas
—¿Encontréis? ¿a quién?
Jou estaba jugueteando con el cuerpo roto de la muñeca; al
voltearlo, un tintineo de un metal al caer al suelo rompió el silencio.
—¿Qué es eso?— Eloy se agachó a inspeccionar lo que Jou tenía
entre las patas— parece... una llave.
La levantó del suelo, era una llave antigua algo oxidada.
—¿Qué puerta abrirá esta llave? Tenemos que buscarla, Iván— dijo
mirando fijamente a su hermano.
— Mejor otro día ¿no, Eloy?— sugirió con un mohín que denotaba
cierto temor— a ver si vamos a llegar tarde a cenar...
— Ya— Eloy dudó un momento mirando la llave en su mano— ¿y si
otro día es demasiado tarde? como dice la nota...
Jou se deslizó por la puerta entreabierta hasta llegar al
pequeño vestíbulo del que partía una escalera que llevaba al piso de arriba.
Los dos hermanos le siguieron. Iván volvió la mirada a la muñeca rota que yacía
en el suelo con su vestido azul celeste, polvoriento y sus ojos sin vida.
—¿Y si la pegamos?— sugirió mirando con pena la muñeca, que
parecía transmitirle un mensaje, con su mirada de hielo— ¿nos la llevamos?—
volvió sobre sus pasos y recogió del suelo los dos trozos.
Eloy se detuvo y dudó unos instantes, ya era tarde para seguir
indagando, tal vez su madre sabría algo más de aquella casa.
— Venga, si, que ya es tarde, mañana volvemos.
Ya había oscurecido cuando regresaron a casa.
— Mamá— preguntó Eloy yendo directo hasta la cocina— ¿quién
vivía en la casa que hay al final del camino, la que está abandonada?
— No habréis entrado...— contestó mirándole fijamente.
— Nooo— negó Eloy con la cabeza mirando a Iván que estaba
ocultando los trozos de la muñeca en el baúl de juguetes que había en la
entrada, junto a la puerta.
— No, no, estábamos jugando a la pelota...— corroboró Iván
entrando en la cocina.
— Y rodó hasta la casa— continuó Eloy.
— No vayáis a esa casa, antes había allí un sanatorio mental...
un manicomio.
— ¿Qué es un manicomio?— preguntó Iván, intrigado.
— Un sitio donde encierran a los locos— contestó su madre— así
que no vayáis por allí, lo cerraron hace tiempo, desapareció una niña que
estaba allí ingresada. Nunca la encontraron. La policía lo cerró.
— ¿Por qué?— preguntó Eloy— ¿quien era la niña? ¿estaba loca?
— No sé, no me acuerdo, venga, vamos a cenar que se ha hecho
tarde.
Mientras cenaban Eloy e Iván se dirigían miradas de complicidad.
¿Sería esa la persona de la que hablaba el papel? ¿demasiado tarde cuando la
encontraran?
— Tenemos que volver al manicomio— susurró Eloy a Iván, cuando
su madre les dio la espalda— igual encontramos a la niña desaparecida.
— Será demasiado tarde— sentenció Iván.
Desde la mesa de la cocina, donde estaban cenando, vieron al
gato husmeando el baúl de los juguetes e intentando abrir la tapa.
Después de varios intentos, al final consiguió levantar la tapa
y meter la cabeza para revolver entre los juguetes y sacarla de nuevo con la
cabeza de la muñeca en la boca.
—¿Qué ha cogido el gato?— observó su madre.
—Mamá— interrumpió Eloy para distraer su atención— y cuando papá
te dice que estás loca, que estás para encerrarte, ¿es en un manicomio donde
quiere encerrarte?
— Ja, ja, ja. No, hijo, tu padre lo dice de broma.
—Los locos ¿qué hacen?— continuó Iván— ¿cosas raras como tú,
cuando papá dice que estás loca?
—Tu padre si que está loco.
Los hermanos se miraron, no les quedaba muy claro, pero al menos
habían distraído la atención de su madre. El gato acababa de salir por la
gatera de la puerta que daba al jardín con la cabeza de la muñeca en la boca.
— Los locos de verdad, son las personas que... hacen cosas raras
y son peligrosos o necesitan medicamentos para curarles... Están enfermos.
___________________________
Una niña rubia con la melena recogida en dos coletas con
tirabuzones, corría por la galería agarrando su muñeca de porcelana. De repente
se volvía y le miraba aterrada.
— ¡Quieren matarme, quieren matarme, ven a buscarme!— y se daba
la vuelta y corría escaleras arriba hasta la azotea.
La muñeca se resbalaba de sus manos y caía hasta sus pies, y la
voz de la niña cada vez más débil suplicaba.
— ¡Ven a buscarme!
Iván se despertó sobresaltado por el sueño, había visto la cara
de la niña, su vestido azul como el de la muñeca, y sus enormes ojos azules,
vidriosos, enmarcados por unas enormes ojeras violáceas. Tenía que ir a
buscarla y llevarle su muñeca. Se acercó a la cama de su hermano y le zarandeó.
— Eloy, la he visto, la he visto, tenemos que ir a buscarla.
Eloy se dió la vuelta y entreabrió un ojo.
—¿A quién?
— A la niña, la del manicomio, tenemos que ir a buscarla y
llevarle su muñeca.
— Venga, duérmete, lo habrás soñado, tonto, ¿cómo vas a verla?
Ya iremos mañana— sentenció bostezando y dándose media vuelta.
Iván se quedó sentado en el borde de la cama, Jou se había
despertado también y estaba a su lado rozando sus piernas con el lomo una y
otra vez. Finalmente se levantó y le dijo al gato.
— Vamos a buscar la muñeca Jou, igual podemos pegarla para
llevársela.
Bajó descalzo las escaleras, intentando no hacer ruido, hasta
llegar al baúl de juguetes.
— Tendremos que buscar la cabeza Jou, a ver dónde la
esconderías.
Levantó la tapa de madera y, a oscuras, metió la mano intentando
palpar el cuerpo de la muñeca, seguido por la cabeza de Jou.
De pronto, una fuerza que provenía del interior les succionó
hacia dentro...
El gato y el niño entraron en un vórtice de viento frío y húmedo
durante unos interminables segundos que les transportaron a una dimensión
desconocida, etérea. Inexplicablemente estaban flotando en una especie de
niebla. Jou pegó un saltó, cuya ejecución se desarrolló a cámara lenta hasta
subirse al pecho de Iván, que estaba tan atónito que no podía articular
palabra.
De pronto, de entre la niebla, surgió una figura que se fue
acercando, era una niña, la misma que había visto en el sueño, y llevaba la
muñeca de porcelana en la mano, más limpia y nueva que la que habían encontrado
en la casa. Poco a poco la niebla se disipó y al mirar a su alrededor, Iván
reconoció el jardín de la casa abandonada, mucho más cuidado y con bellas
flores rojas, alrededor del camino de piedra.
La niña se acercó a ellos con su mirada fría y sus ojeras
violáceas.
—Qué gato tan bonito tienes— dijo acercando su mano para
acariciar al gato que seguía aferrado al pijama del niño— ¿quieres jugar
conmigo?
Iván se quedó observando a la niña, era un poco más bajita que
él, con un vestido azul y el cabello sujeto en dos coletas de tirabuzones
dorados, ¿qué edad tendría? ¿siete años? ¿seis?
— ¿Cómo te llamas?— le preguntó.
— Estela Valeria Clementina. ¿Y tú?
— ¿Tantos nombres tienes?— preguntó asombrado— yo sólo me llamo
Iván.
La niña sonrío, y le cogió de la mano.
—¿Jugamos al escondite?, ven, vamos a escondernos del hombre de
la jeringuilla que no quiero que me pinche.
—¿Estás enferma?— Iván se dejó conducir intrigado hasta una
puerta que había semioculta entre los matorrales en un rincón del jardín.
— Eso dicen. Ven, aquí no nos encontrarán— y entreabrió la vieja
puerta de madera, tan pequeña que Iván tuvo que agachar la cabeza, parecía
hecha a la altura de la niña.
Tras la puerta había un pequeño recinto abovedado y sujeto por
columnas de piedra. El techo no era muy alto, apenas se podía estar de pie. A
la derecha una estrecha escalera que subía. Unos pequeños haces de luz se
filtraban entre algunas grietas en la pared, parecían hechas con el propósito
de ver desde dentro hacia afuera.
— No hagas ruido— murmuró la niña.
Jou maulló inquieto y dio varias vueltas sobre sí mismo.
Cuando la niña cerró la pequeña puerta, la penumbra fue mayor.
Iván tardó unos instantes en adecuar sus pupilas para poder seguirla peldaño a
peldaño.
La escalera acababa en un largo corredor más oscuro, también
iluminado apenas por pequeñas grietas en la pared. La niña se paró en una de
ellas y encajó sus ojos, se volvió hacia Iván y le murmuró.
— Mira por esa de ahí— señalando otra grieta al lado— me están
buscando.
Iván acomodó su mirada a la pequeña grieta; tras ella se
vislumbraba lo que parecía una enfermería donde un hombre y una mujer, vestidos
de blanco, estaban hablando.
—¿Dónde está la pequeña?— preguntó el hombre que llevaba una
jeringuilla en la mano.
—No me parece bien lo que estamos haciendo— objetó la mujer,
mirando la aguja.
—La marquesa de Sotogrande es una de las principales accionistas
de la clínica, sin sus aportaciones no podríamos seguir.
—¿Y cuando se entere el marqués?
—Muchos niños mueren de muerte súbita, ésto no dejará rastro.
Anda, ve a buscarla.
La niña se echó hacia atrás, poniendo su mano en la boca para
ahogar un grito. Iván también reaccionó mirándola. ¿Era ella "la
pequeña"?
—¿Quién es la marquesa de Sotogrande, Clementina?— le susurró.
La niña se había acurrucado en un rincón al borde de otra
escalera, al final del corredor, que continuaba hacia arriba. Levantó la cabeza
con sus ojos vidriosos envueltos en lágrimas.
— Mi mamá también me llamaba Clementina— y empezó a sollozar en
silencio.
Jou se acercó a ella y la rozó con un suave ronronéo. Iván se
sentó a su lado.
— La marquesa de Sotogrande es mi madrastra— continuó la niña
entre hipidos.
— ¿Qué es una madrastra?
— Pues... como en el cuento de Cenicienta, o Blancanieves,
¿sabes?
— Esos son cuentos de niñas...
— Mi mamá está en el cielo— musitó la niña con infinita
tristeza— y mi papá se volvió a casar, y esa es mi madrastra, la que me encerró
aquí porque dijo que estaba enferma.
— ¿Cuánto tiempo llevas aquí?
— Muchos días.
—¿Y dónde está tu papá?
— Se fue a trabajar a Japón, cuando venga me sacará de aquí, ya
lo verás.
— Pues llámale, ¿no tienes móvil?
—¿Móvil? ¿qué es un móvil?
El murmullo de un canturreo que provenía de la escalera que
subía les hizo girar la cabeza hacia arriba.
— Restez au creux de moi... mon enfant, mon tout petit— una
mujer de mediana edad bajaba por la escalera cantando, casi murmurando, una
canción de cuna; al verles se detuvo. Llevaba un camisón blanco y el pelo largo
y enmarañado.
Iván se levantó sobresaltado por la espeluznante e inesperada
visión.
— No te asustes— dijo la niña cogiéndole la mano— es MIchelle,
ella me ha enseñado este escondite, aquí los de la bata blanca no nos
encuentran. No tengas miedo que no hace nada, sólo dice que yo soy su hija.
La mujer llevaba una muñeca de porcelana entre sus brazos y la
acunaba mientras le cantaba. Iván observó que era la misma muñeca de porcelana
que llevaba Clementina.
— Tiene una muñeca igual a la tuya.
— Mi madrastra me regaló una, igual que la que ya tenía y se la
di a Michelle, para que no echara de menos a su bebé.
— ¿Tenía un bebé?
— Eso me dijeron, que había perdido a su bebé y por eso se puso
enferma y la trajeron aquí.
— Alors, ma petite— la mujer se agachó para mirarla— ¿pogque tu
tgiste?
— ¿Por qué habla tan raro?— observó Iván.
— Es francesa, dicen— contestó la niña, y apretando las manos de
la mujer— quieren matarme Michelle, tengo que esconderme, les he oído, me
quieren matar— repitió angustiada.
— Mais noooonn, ma petite, yo te escondegé, sé un sitio alto
allá agiba— hizo un además con la mano señalando el final de la escalera que
subia— ee cuando te encuentgen segá ya muy muy tagde, tu segás libge, tu
volagas libge, felizzz como pajago.
— ¡¡Iván, Iván, ¿qué haces en el suelo en pijama? ¿has dormido
aquí abajo?— su madre le zarandeaba intentando despertarle.
De pronto se alzó la tapa del arcón de los juguetes y el gato
salió disparado de él, sobresaltándola.
— Pero... ¡qué susto me has dado! ¿dónde vas?
Jou salió por la gatera de la puerta de la cocina hacia el
jardín. Iván entreabrió los ojos.
— ¿Y la niña?— preguntó mirando a ambos lados.
— ¿Qué niña? venga, levanta, estarías soñando— le dijo
ayudándole a incorporarse.
— Si, mamá, la niña...— de repente se dio cuenta de que su madre
no sabía nada de sus visitas a la casa abandonada, tenía que hablar con su
hermano.
Eloy bajaba la escalera con el pelo alborotado.
— Venga niños, a desayunar— ordenó entrando en la cocina— Jouuu,
tu comidaaa— gritó abriendo la ventana que daba al jardín— ¿dónde se habrá
metido el gato?
—Mamá— preguntó Iván mientras untaba de mermelada una tostada—
¿cuánto hace que cerraron el manicomio?
— Otra vez con lo del manicomio, ¿no estaréis pensando en ir?—
preguntó entornando los ojos y haciendo un mohín de sospecha con la boca— ¿qué
estáis tramando?
— Jo, mamá, curiosidad, no se te puede preguntar nada— protestó
Iván.
Eloy entró en la cocina bostezando y rascándose la cabeza
— Venga, después de desayunar, hacéis los deberes que os han
mandado para las vacaciones y os podéis ir a jugar, que el verano no durará
siempre... El manicomio lo cerrarían... ¡uf! que te diré yo... hará, unos— miró
hacia lo lejos del ventanal como si así pudiese calcular mejor el tiempo— era
yo pequeña... veinticinco años o así.
— Y antes del manicomio ¿qué había allí?— preguntó Iván.
—No sé, hijo, eso preguntádselo a tu abuelo— contestó sacando la
ropa de la lavadora y echándola en una palangana.
— Vale, vamos a ver al abuelo, Eloy.
— En cuanto acabéis de desayunar y de hacer los deberes— ordenó
la madre saliendo por la puerta que daba al jardín, con la palangana llena de
ropa.
— Tengo que contarte algo— confesó Iván a su hermano, abriendo
mucho los ojos, en cuanto su madre salió.
______________________________________
— ¿Seguro que no lo has soñado?
— Que noooo, pasó como te lo he dicho— Iván llevaba su vara de
cerezo arrastrando por el suelo del camino.
Eloy miró la vieja llave. No podía creer lo que su hermano le
había contado, pero podían volver a la casa a comprobar si de verdad existía
aquella puerta secreta, seguro que la llave la abriría.
— Estamos a punto de resolver un misterio, Iván— dijo orgulloso.
Jou había echado a correr hacia la casa sin esperarles.
— O igual es que tienes poderes y puedes ver lo que pasó en el
pasado.
— ¿Sí, Eloy?? ¿tú crees?.
— Como en la película de regreso al pasado... ¿o era al futuro?
— Ya, ya sé... Si la niña desapareció hace veinticinco años ¿qué
edad tendría ahora?
— Pues... como mamá, más o menos, un poco menos, creo...
Eloy llevaba su pequeña azada al hombro, para encargarse de los
matorrales y zarzales, se la había comprado su padre para que le ayudase en el
jardín a quitar las malas hierbas.
"Anteriormente hubo allí un búnker de la guerra, y
aprovecharon los cimientos y parte de la construcción para levantar el
manicomio— les había contado aquella mañana el abuelo, que vivía dos casas más
abajo— no sólo lo cerraron porque desapareció la hija de los marqueses, sino
porque, murió en extrañas circunstancias una mujer francesa, no estuvo claro si
fue suicidio o negligencia médica"
Todo empezaba a encajar, pensó Iván, Clementina, Michelle.
— Y qué es lo que dijo la mujer francesa cuando se llevó a la
niña— preguntó Eloy.
— No sé, hablaba raro, se fue por la escalera hacia arriba y ya
me despertó mamá.
Cuando atravesaron la oxidada verja, Iván intentó ubicar la
situación de la pequeña puerta que le había mostrado la niña, en un rincón el
jardín.
Todo era un intrincado laberinto de matorrales y zarzales.
— Aquí no se ve nada— observó Eloy— ¿por dónde estaba la puerta?
— Mmm, por allá— aunque era difícil reconocer el cuidado jardín
que había visitado la noche anterior, Iván calculó el lugar exacto del rincón
del jardín. Efectivamente sobre él se divisaba un torreón medio derruido, cuyos
cimientos y parte inferior, debieron de pertenecer al búnker; y, adosado a él,
el viejo manicomio, por cuyas paredes reptaban las ramas de yedra.
— Mira, por allí entramos la otra vez— dijo Eloy señalando la
ventana.
— Pero la puerta secreta debería estar... por allí— dijo Iván—
hacia la derecha del muro.
Eloy con la azada y su hermano con la vara de cerezo fueron
abriéndose camino entre la maleza.
— Menos mal que nos pusimos pantalones largos, si no, nos íbamos
a llenar de pinchos con las zarzas— Iván levantaba con cuidado las piernas para
poder avanzar sobre la hierbas pisoteadas por su hermano, sin lastimarse—
¿llevas la linterna?
— Sí sí, la llevo.
Se detuvieron un momento, estaban exhaustos, pero impacientes
por encontrar la puerta secreta. Por fin, llegaron hasta el muro del torreón,
cubierto totalmente por la yedra y las zarzas.
— Debía de estar... por aquí— Iván creyó vislumbrar unos
travesaños de madera tras la maleza.
— Espera, que le doy con la azada— Eloy retiró la maleza con la
herramienta, y le dio un par de golpes secos y la madera podrida se resquebrajó
con un sonido sordo, levantando polvo y briznas de serrín.
— ¿Ves la cerradura, Iván?
— No tiene, la niña no utilizó ninguna llave, tan sólo empujó la
puerta— Iván palpó la puerta astillada y mugrienta— Vamos a empujar, que igual
cede.
Los dos niños empujaron con todas sus fuerzas con ambas manos
hasta sentir el crujir de la madera y el chirrido agudo de los goznes girando.
Un aluvión de polvo y guijarros cayeron sobre sus cabezas con un
estrepitoso sonido. Jou se echó hacia atrás y observó la escena con recelo.
Cuando la nube de polvo se hubo disipado fue Iván el primero en
colocar un pie dentro de la oscura estancia.
— Déjame la linterna que por aquí dentro debe de haber una
escalera, cuidado con la cabeza, Eloy, que el techo es muy bajito.
Todo estaba igual a como lo había visto hacía unas horas con
Clementina, pero mucho más derruido, Eloy le seguía de cerca, Jou se les
adelantó escaleras arriba, también él parecía recordar lo sucedido.
Sin embargo había más luz en la parte de la escalera, a cada
peldaño que subían la luz se hacía más evidente hasta que llegaron al primer
corredor donde la piedra se había desmoronado y un gran agujero comunicaba con
el exterior haciendo difícil caminar por él, sin precipitarse al exterior.
Iván se giró hacia su hermano.
— No podemos seguir, como pisemos mal nos caemos.
— Que vaya Jou— sugirió Eloy viendo como el gato se había
adelantando y se las arreglaba perfectamente, como un equilibrista en la barra
fija, para seguir paso a paso con una destreza y una elegancia felinas,
innatas. Le vieron perderse escaleras arriba. Iván y Eloy se quedaron
esperando, sentados, al borde del agujero, con las piernas colgando hacia
afuera.
— ¿De dónde será la llave?— se preguntó Eloy mirándola fijamente,
intentando descubrir así su procedencia.— ¿Dónde la esconderían?
De pronto Iván recordó algo que se le había pasado por alto,
algo en las palabras de Michelle, la mujer francesa que hablaba raro, algo como
"yo te escondegé... segá ya muy tarde..."
— ¡¡La escondió la señora francesa!!— exclamó, mirando a su
hermano.
— ¿Quién? ¿dónde?— preguntó sobresaltado Eloy— ¿le dijo lo mismo
que estaba escrito en el papel que encontramos en la muñeca y con la llave?
— Sííí, ahora lo recuerdo, tenemos que volver a la habitación, a
ver si encontramos algo más escrito, para saber dónde la escondió.
— Vale, vamos— y mirando hacia arriba— ya nos encontrará Jou,
cuando decida bajar.
Con cuidado empezaron a descender por la polvorienta escalera,
Eloy utilizó la linterna en el último tramo para ver mejor, y agachó la cabeza
para salir. Iván iba en pos de su hermano intentando recordar algo más de lo
que había sucedido.
— Claro, la muñeca que encontramos era la de Michelle, ella fue
la que escondió el papel y la llave, pero no sé de dónde será esa llave.
Volvieron a entrar por la misma ventana que las veces anteriores
y ya con más seguridad, llegaron a la habitación, aparentemente, de la mujer
francesa.
Los dos niños fueron abriendo cajones de un comodín, la puerta
del armario, más cajones... allí no había nada, sólo polvo, alguna polilla
voladora, y serrín de madera carcomida.
— Dijo el abuelo que murió cuando desapareció la niña; si no
pudo escapar, nadie la encontraría, entonces...
— Pues moriría encerrada— concluyó Eloy.
Ambos se giraron al escuchar un ruido procedente de la escalera,
y en unos instantes apareció Jou en el hueco de la puerta, con algo entre las
fauces.
— Jou, ¿qué has encontrado?— preguntó Eloy— ¿otra muñeca?
Los dos corrieron hacia él. El gato dejó la muñeca en el suelo.
Era la misma que habían encontrado el día anterior y se había roto, pero ésta
estaba entera, igual de mugrienta y polvorienta pero... entera.
— ¡¡Es la muñeca de Clementina!!— exclamó Iván— ¿dónde estaba,
Jou? si la has encontrado, la niña estaría con ella.
— O no, igual escapó y la dejó, porque si estaba con ella,
estará más muerta... después de veinticinco años...— vaticinó Eloy— sólo
encontraremos los huesos, viva no va a estar.
— Pero tenemos que ir, a ver de dónde la ha sacado— Iván se
negaba a entender que la niña que había visto la noche anterior estuviese
muerta desde hacía veinticinco años. De pronto, volvió a recordar algo más—
" sé un sitio alto allá agiba" eso dijo, estará al final de la
escalera por la que ha subido Jou, tenemos que volver.
— No se puede pasar, nos caeremos.
— Si nos pegamos mucho a la pared y pasamos de lado podremos
pasar, aunque esté estrecho. Venga, vamos a intentarlo.
Iván se había levantado ya, secándose con el brazo el sudor que
le caía por la frente alborotando su flequillo de cabellos castaños. Sus ojos
verdes centelleaban con apremio, tenían que saber qué había sido de Clementina.
— Qué cabezota eres, ya lo dice el abuelo— murmuró Eloy,
renegando. Sabía que si su hermano tenía un propósito lo seguiría aunque se
matase, pero él era el mayor, no podía dejarle sólo.
Tal como había dicho Iván, caminado de lado y pegándose a la
pared, pudieron pasar el tramo del corredor derruido, aunque algunas piedras
cedieron y cayeron. Por fin, llegaron al siguiente tramo de escalera, un
peldaño, otro, el corazón de Iván latía con fuerza, ¿qué iban a encontrar allí
arriba? Otro corredor apenas iluminado. Eloy encendió la linterna para enfocar
los peldaños, Jou pasó delante de ellos con decisión, sabía a dónde se dirigía.
La última escalera, que acababa en una puerta de hierro, era de madera, los
escalones crujieron a su paso, y uno de ello se resquebrajó al pisar los niños.
— Cuidado Iván, ve más despacio.
Cuando llegaron a la puerta Jou se escabulló por un agujero que
había al lado de la misma, como si alguien hubiese quitado un par de piedras
para poder pasar.
— Por ahí debió entrar antes el gato— supuso Iván.
— Claro, pero una niña no cabe por ese agujero, un gato si—
concluyó Eloy.
— Prueba a abrir con la llave— sugirió Iván.
Eloy encajó la llave en la cerradura, estaba muy dura, pero...
sí, era la llave que abría aquella puerta. Usó de todas sus fuerzas para
hacerla girar, hasta oír el "click" y un haz de luz se coló por la
rendija abierta de la puerta. Empujaron con fuerza para abrirla del todo y fue
cediendo, llevándose por delante telarañas y levantando una nube de polvo.
Los niños dieron dos pasos, amedrentados, dentro de una estrecha
estancia. Una bandada de pájaros emprendió el vuelo por una pequeña ventana.
Habían hecho sus nidos allí dentro, la mayoría vacíos. En aquella época del año
ya los polluelos deberían haber crecido lo suficiente para volar.
El suelo estaba lleno de plumas, briznas de paja y restos de
ramas.
—¿Qué sitio es este? ¿un palomar?— se preguntó Eloy.
— Eso parece— se acercaron a la ventana— tal vez pudo salir por
aquí.
— Esto está muy alto, Iván, una niña pequeña no habría podido
bajar sin caerse.
Iván se giró para mirar hacia la entrada y... allí, detrás de la
hoja de la puerta, la vio... y un grito de terror escapó de su garganta.
Eloy se volvió sobresaltado y se quedó paralizado de horror.
— No consiguió escapar— murmuró tras unos instantes de quietud.
Después de unos minutos, sin saber cómo reaccionar, dieron dos
pasos indecisos hacia lo que parecían ser los restos de la niña, el esqueleto
envuelto en un vestido que debió de ser azul y una calavera con mechones
deshechos de coletas rubias. Jou merodeaba entre los despojos, olisqueando.
— Iván, vámonos— ordeno Eloy tirando de su hermano para impedir
que se acercase más— ya lo decía el papel "cuando la encontremos será
demasiado tarde" ya es tarde, nadie la encontró.
El pequeño no dijo nada, las lágrimas le resbalaban por las
mejillas.
Desalentados, iniciaron el descenso dejando la puerta abierta, para
poder ver mejor los escalones con el resquicio de luz que se colaba por ella.
Pero al llegar al corredor donde se encontraba el boquete abierto en la pared
del estrecho corredor, Eloy, que iba delante, dio un traspies cayendo hacia
atrás y tirando el tramo de suelo que unía la escalera al pasaje.
—¡¡Aaaah!!— gritó echando las manos hacia atrás para sujetarse.
— ¡Cuidado!— exclamó Iván agarrando de la camiseta a su hermano
para impedir que cayera al vacío.
Los dos quedaron sentados en el borde de la escalera, asustados, viendo caer
las piedras.
—¿Cómo vamos a pasar ahora?— se preguntó Eloy mirando hacia
abajo— está muy alto.
Jou, que iba delante, les miraba desde el otro lado del
corredor.
—¡¡Jou, ve a buscar al abuelo!!— gritó Iván.
— Ni que fuera un perro, Iván, ¡que es un gato!, no le puedes
mandar cosas, los gatos van a su bola.
— Ves, si papá nos hubiera comprado un perro, ahora iría a
buscar al abuelo, que tiene una escalera muy larga y podríamos bajar.
—Ya, pero no tenemos perro.
Jou seguía impasible mirándoles con sus brillantes ojos azules y
mirando hacia abajo.
— Espera— dijo Eloy sacando un pequeño móvil que la había
regalado su padre para su cumpleaños y en el que tenía el número de su abuelo.
Claro que su abuelo pasaba mucho del móvil, lo tenía siempre encima de la mesa
del comedor, junto al florero, era un móvil inmóvil— Si está en casa lo cogerá.
— Y si ha salido lo cogerá cuando vuelva. ¿Ves? si Clementina
hubiese tenido móvil para llamar a su padre no habría muerto esperando que la
encontraran.
— Uy, sólo le quedan dos rayitas de batería, como no conteste
pronto...
Eloy buscó el número de su abuelo, no tenía muchos contactos en
el pequeño y sencillo móvil. Un tono, dos, tres, cuatro, cinco, seis... buzón
de voz.
—"Abueloooo, que estamos en la casa abandonada! ven con la
escalera grande! pero... no se lo digas a mamá", ya está, le he dejado un
mensaje en el buzón de voz.
— Mejor que le vuelvas a llamar en un rato, el abuelo no sabe
cómo funciona lo del buzón de voz— vaticinó Iván.
— Es verdad.
La mirada de ambos se dirigió a la casa del abuelo.
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— ¡¡¡Pero, será posible, será posible, malditos críos, pa
haberos matao!!!— rezongaba el abuelo, un albañil jubilado, que rondaba los
setenta, pero alto y corpulento, que después de diez llamadas y cuando ya casi
no les quedaba batería, había cogido el móvil.
Con cuidado de no tirar más piedras colocó la escalera de cinco
metros en el borde del muro roto.
— Venga, bajad con cuidado que yo sujeto la escalera, verás tú
como se entere tu madre. ¿Qué coño hacíais ahí arriba? Me cago en...
El gato, que ya había bajado por las escaleras antes de llegar
el abuelo, se acercó a él y se sentó sobre sus patas traseras para observar
tranquilo la escena.
— Tú primero, Iván— propuso Eloy.
Iván dudó unos instantes y con sumo cuidado puso un pie, luego
el otro, y fue bajando de espaldas hasta llegar abajo y recibir un cachete de
su abuelo.
— ¿Estáis tontos o qué?— gruñó— Venga, ahora tú, Eloy, con
cuidado, no mires abajo.
Eloy tenía vértigo a las alturas y estaba paralizado ante el
abismo que se abría bajo sus pies.
— ¡¡Eloy, mira hacia arriba!!— gritó Iván.
— Sí, voy.
Poco a poco, peldaño a peldaño, y de espaldas, mirando hacia
arriba, palpando con los pies cada pisada, consiguió bajar, para granjearse
otro cachetazo del abuelo.
—¿Se puede saber por qué os habéis metido en semejante
berenjenal? Eloy, tú que eres el mayor, tienes que ser más responsable— le
increpó— ¿qué se os ha perdido allí arriba?
— Abuelo... — empezó Eloy.
— Hemos encontrado a la niña desaparecida— continuó Iván.
— Está muerta, allí arriba— señaló el mayor, con el dedo.
—¿Cómo?— resopló el abuelo.
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Todos los medios de difusión se hicieron eco del hallazgo de
Estela Valeria Clementina, la hija de los marqueses de Sotogrande, después de
veinticinco años de su desaparición.
Aunque Eloy e Iván se hicieron famosos entre sus amigos, por su
aparición en las noticias, se llevaron sendas reprimendas de sus padres, sobre
todo de su madre.
Aquella era la tarde del entierro de los restos de la niña. La
lluvia caía monótona tras los cristales, el verano estaba llegando a su fin.
Los niños merendaban en la cocina.
— Hoy la entierran— comentó Eloy mirando como caía el agua y
dando un mordisco a su bocadillo de pan con tomate y jamón.
— Sí— Iván contemplaba la muñeca de Clementina, la habían lavado
y la habían dejado secar. Aunque su madre les había ordenado que la tiraran, le
dijeron que querían tener un recuerdo de la niña y, a regañadientes, aceptó,
con la condición de que la adecentaran un poco. Así que, allí estaba,
secándose, sentada en la silla de la cocina, mirándoles con sus ojos sin vida.
De pronto, apareció Jou con la cabeza rota de la otra muñeca, la de Michelle,
en la boca.
— Podríamos pegarla— sugirió Eloy— así podemos jugar con ellas
al manicomio, y tendremos una cada uno.
— Vale, voy a buscar el pegamento.
— Coge el fuerte, ese que tiene papá en la caja de herramientas.
Iván dejó el bocadillo en la mesa y abrió el armario del fondo
para sacar la cola impacto de la caja de hierro.
El gato llevó la cabeza hasta el baúl de los juguetes, donde
guardaron el resto de la muñeca, y la dejó en el suelo.
Eloy, sin dejar el bocadillo, se acercó al gato, abrió el baúl y
metió la cabeza para buscar el resto de la muñeca. Jou puso las patas en el
borde y olisqueó dentro. Iván recogió la otra muñeca de la silla y se sentó en
el suelo junto a ellos con el tubo de cola en la mano.
Después de rebuscar encontraron el trozo que les faltaba.
— Aquí está— dijo Eloy, extrayéndola del cajón— ponle cola en
las dos partes.
—Asíí, ¡ya está!— después de ponerles cola y esperar unos
minutos para que secaran, Iván encajó ambas partes de la muñeca hasta que
quedaron firmemente unidas.
Mientras, Eloy iba sacando del cajón otros muñecos para jugar al
manicomio.
— Mira, éste hará del señor de la jeringuilla— dijo sacando un
action man— y éste otro para el papá de Clementina— añadió extrayendo otro
action man— Nos faltan las barbies para que hagan de la otra señora de la bata
blanca y para la madrastra.
— Están en la habitación de mamá ¿te acuerdas que se las llevó?
— Ah, sí— recordó Eloy. Su madre les había regalado un par de
barbies para no hacer distinción entre juguetes de niños o niñas, "tienen
que jugar con todo, no sólo con pelotas y coches" le había dicho a su
marido. Pero un día las encontró sucias y desnudas, secuestradas por los action
man, en el jardín "¡madre de Dios!— exclamó, pobres muñecas". Las
rescató, las lavó, las vistió y las puso en el comodín de su habitación.
Eloy abrió la puerta de la habitación de sus padres, para cuando
su madre se fuera a dormir ya las habrían devuelto a su sitio.
— Vamos a jugar— dijo cogiéndolas y bajando corriendo las
escaleras.
— ¿Salimos al jardín?— preguntó Iván.
— Sí, la caseta del perro que hizo papá servirá de manicomio.
No tenían perro, pero su padre había construido una caseta
bastante grande y había colocado al lado una cadena bien gruesa que entraba
dentro y puesto un cartel al lado "Cuidado con el perro". "Para
ahuyentar a los cacos", les había dicho.
El sol acababa de ponerse. Jou siguió a los niños hasta el
jardín olisqueando el terreno. Acababa de llover y la hierba estaba empapada de
agua.Cuando llegaron a la caseta y hubieron colocado los diversos muñecos, el
gato empezó a husmear el aire, y a emitir unos maullidos nerviosos.
— ¿Qué pasa, Jou?— preguntó Eloy.
Iván cogió la muñeca de Clementina por la cintura.
— "Me quieren matar, me quieren matar"— dijo imitando
la voz de la niña.
Eloy tomó uno de los action man.
— ¡¡Te voy a clavar la jeringa!! jajaja— gritó con la voz más
grave que pudo.
— Yo te escondegé allá arriba— contestó Iván, tomando también la
muñeca de Michelle, recién pegada.
— Toma la llave— dijo Eloy, dándosela.
Iván la cogió y colocó a las dos muñecas en lo alto de la
caseta.
De pronto un relámpago iluminó las caras de porcelana, dándoles
una imagen tétrica y, acto seguido, un estrepitoso trueno, que resopló como un
bramido, una intensa bruma empezó a rodear el jardín, en unos instantes estaban
envueltos por una neblina densa y opaca. Jou empezó a girar sobre sí mismo y
los dos niños se quedaron paralizados de miedo. Iván tensó los músculos,
esperando el vórtice que le llevara de nuevo al pasado, sin embargo, esta vez
tan sólo fue niebla, tan espesa que tuvieron que cogerse de las manos para no
dejar de verse.
Una voz de niña, mezcla de lamento largo y desgarrador salió de
la boca de la pálida muñeca de Clementina, cobrando vida ¡Ven a buscarme! ¡Ven
a buscarme! y cayó rodando hasta los pies de Iván.
— ¡Aaaah! — gritaron los niños de pavor echándose hacia atrás.
Los terroríficos ojos de la muñeca parpadearon y se cerraron al
tiempo que la niebla empezó a disiparse, poco a poco.
Los hermanos, abrazados, miraron a su alrededor, su jardín, la
caseta, las muñecas, todo había desaparecido. Estaban en otro jardín, el de la
casa abandonada, con sus flores rojas y su camino de piedra. Acurrucados entre
los matorrales, al lado de la puerta secreta, vieron llegar una ambulancia y
aparcar al lado de la entrada principal.
Unos camilleros bajaron apresuradamente con una camilla para aparecer más tarde
por la puerta del manicomio con una persona tapada con una sábana. Iván creyó
reconocer el camisón de la mujer francesa, Michelle.
— Es la señora que se la llevó y la encerró allá arriba— susurró
a su hermano— tenemos que subir a buscar a la niña, igual todavía está viva.
— Vale, espera que se marche la ambulancia, para que no nos
vean.
El gato estaba arañando ya la puerta con las garras, intentando
entrar.
— Quieto, Jou— ordenó Iván poniéndose un dedo en la boca, en
señal de silencio.
Al salir la ambulancia, vieron un coche aparcado bajo los
porches del parking del sanatorio.
— ¡Wala, un Aston Martin Lagonda!— exclamó Eloy, que se conocía
todas las marcas de coches habidos y por haber.
— Vamos, aprovechemos ahora que ya se han ido— dijo Iván,
tirando de la manga de su hermano— saca la linterna.
Los niños empujaron con fuerza la puerta que enseguida cedió y
Jou se coló entre sus piernas para entrar en la estancia abovedada y perderse
escaleras arriba.
— Venga, pues vamos otra vez al corredor de la muerte— bromeó
Eloy mientras iluminaba la escalera, resignado.
— Nooo, ahora estará bien, ya lo verás, no habrá ningún boquete—
predijo Iván.
Efectivamente, el corredor estaba en perfecto estado, y del otro
lado del muro se oían unas voces varoniles.
Iván encajó sus ojos en una de las grietas, recordando como lo
hizo con Clementina, cuando descubrieron que la querían matar.
Eloy le imitó.
En la estancia contigua Iván reconoció a la enfermera de la bata
blanca y al hombre de la jeringuilla, sin jeringuilla, que estaban hablando,
tratando de calmar al hombre vestido con traje y corbata y una mujer que
parecía amedrentada.
—¿Cómo puede haber desparecido mi hija?— vociferaba el hombre y
volviéndose a la mujer— ¿Y quién eres tú para encerrarla aquí? Necesito saber
inmediatamente dónde está mi pequeña Clementina— gritó, dando un puñetazo en la
mesa.
— Es su papá— susurró Iván— corre, vamos a buscarla.
Los niños corrieron escaleras arriba, otro corredor, otras
escaleras, Jou ya husmeaba la puerta y arañaba con la pata el lugar por donde
entró la última vez para coger la muñeca. Pero, en esta ocasión, no había
ningún agujero.
— Corre, saca la llave— apremió Iván.
Eloy metió la mano en el bolsillo del peto de su pantalón, pero
sólo sacó la punta de su bocadillo de jamón con tomate.
— No la tengo— contestó rebuscando entre los demás bolsillos.
—¿Cómo que no?
— Te la di a ti.
— ¿Dónde la metí?— se preguntó escudriñando en sus tejanos— yo
tampoco la tengo.
Los dos se miraron sin saber qué hacer.
— A ver si se te ha caído— dedujo Eloy.
Un ruido tras la puerta les hizo detenerse.
— ¡¡Clementina!!, ¿estás ahí? ¡¡Clementina!!— gritó Iván pegando
su cara a la hoja de la puerta.
—¿Quién eres?— preguntó con desconfianza la voz de la niña— ¿no
estarás con el señor de la jeringuilla?.
— ¡Es ella, está viva!— exclamó, volviéndose a su hermano— soy
Iván, ¿te acuerdas de mi y de mi gato? jugamos al escondite... he venido con mi
hermano Eloy, te sacaremos de ahí.
— Vamos a buscar la llave, niña— le dijo Eloy.
— Hola, Iván— susurró la niña— tengo hambre, Michelle no me ha
traído hoy comida.
Los dos niños se miraron, tal vez no volvería a ver a Michelle.
— Ve tú a buscar la llave con la linterna— propuso Iván— yo te
espero aquí.
— Vale. ¡Ven, Jou!, — dijo mirando al gato— vamos a buscar la
llave.
El gato miró de hito en hito a los dos hermanos y, por fin, se
decidió a seguir a Eloy que ya iniciaba la marcha, escaleras abajo, iluminando
cada tramo de peldaño con la linterna. El gato bajaba a su lado intentando
atrapar el foco de luz que tocaba el suelo.
— Jou, quita, que no me dejas ver— reprendía el niño.
Llegó abajo desesperanzado, habían perdido la llave. Tal vez
debería avisar al padre de la niña, antes de que se marchara. Jou se puso a
trastear bajo los matorrales y, con la pata, echó un objeto metálico hacia sus
pies.
—¡¡Bien!!. ¡Gracias, Jou, la has encontrado!— celebró, al ver
que se trataba de la llave.
Eloy se agachó a cogerla y ya se disponía a volver a subir
cuando escuchó unas voces en la puerta principal. El padre de la niña estaba
discutiendo con el de la bata blanca y otras personas vestidas de blanco.
— Corre, Jou, tenemos que darnos prisa, hay que sacar a la niña
antes de que se vaya su papá.
Niño y gato corrieron escaleras arriba con la llave, y en pocos
minutos estaban junto a la puerta.
Eloy, jadeando, encajó la llave en la cerradura, la giró y
consiguió abrir la puerta, su hermano entró corriendo. Clementina echó los
brazos al cuello de Iván, asustada.
— Tengo hambre, Iván.
Eloy, rascándose la cabeza, sacó de su bolsillo el trozo de
bocadillo de jamón con tomate y se lo dio. No es que le gustara en absoluto
compartir su merienda pero,.. era una niña pequeña.
Los ojos de Clementina le miraron con gratitud.
— Gracias, hermano de Iván.
— Me llamo Eloy, tenemos que darnos prisa, ha venido tu papá a
buscarte, está allí abajo.
—¡Ha venido a buscarme!— repitió con una gran sonrisa que le
iluminó la pálida carita y abriendo mucho sus ojos azules enmarcados por
aquellas enfermizas ojeras violáceas.
Eloy se adelantó para asegurarse de que el padre de la niña no
se iba antes de que ella bajase. Clementina, con su muñeca de porcelana en una
mano y el trozo de pan en la otra, fue salvando los peldaños, dando buena
cuenta de la punta del bocadillo de jamón con tomate.
— Venga, que está a punto de subirse al Aston Martin— gritó
Eloy.
Efectivamente, el hombre del traje estaba con la mano en la
puerta del coche y con la otra señalando con el dedo índice el edificio.
— ¡Voy a ir a la policía y van a cerrar el sanatorio hasta que
todo este asunto se aclare!, ¿me oye?— vociferaba.
Clementina acababa de llegar a la puerta y exclamó.
— ¡El coche de mi papá!— y salió corriendo a su encuentro—
¡papáaaaa!
Eloy, Iván y el gato, observaron desde los matorrales la escena,
la cara de sorpresa y alegría del padre, el fuerte abrazo que le dio a la niña,
alzándola en volandas del suelo.
Sólo pudieron ver la carita de la niña mirándoles feliz y sus
dedos señalándoles y hablando a su padre. El hombre avanzó un par de pasos en
dirección a los niños, pero enseguida la niebla empezó a separarles hasta dejar
de hacerse visibles. Iván y Eloy, se cogieron de la mano, ya no se les veía, ni
el Aston Martin, ni el sanatorio, tan sólo la espesa niebla. Jou se enredó
entre las piernas de ambos y emitió un largo maullido. Y poco a poco, el aire
se volvió más diáfano, la niebla se fue evaporando, transportándoles de nuevo a
su jardín, a su caseta y, sobre ella, tan sólo una muñeca, la de Michelle. Su
cara de porcelana, iluminada por una luna llena resplandeciente, parecía
sonreír. Miraron al cielo, un cielo estrellado, sin nubes.
— Mira— dijo Eloy, señalando en el cielo un haz de luz que
atravesó la noche— ¡una estrella fugaz!
— Tal vez sea Clementina. ¿La habremos salvado?. ¿Estará viva?
La voz de su madre, gritando, desde la cocina les sobresaltó.
— Pero... ¿será posible?... ¿Qué hace todavía este bocadillo de
jamón encima de la mesa? seguro que de Eloy no es. ¡Iváaaaaan!
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Las vacaciones de verano habían llegado a su fin. Iván y Eloy se
guardaron muy bien de comentar con sus padres su vuelta a la casa abandonada.
Estaban con su madre, en el centro comercial, para comprar los artículos para
la vuelta al cole y recoger en la librería los libros de texto; y fue allí, en
la librería, tras el cristal del escaparate, donde Iván lo supo.
— ¡Mira, Eloy!— exclamó señalando un libro, repetido en varias
montañas como best seller.
— ¿Qué ?— Eloy no daba crédito— no puede ser, ¡lo conseguimos!.
— ¿Qué miráis? ¿ese libro? "La niña del manicomio" por
Estela de Sotogrande. Hoy, firma de libros por la autora— leyó su madre en un
cartel al lado, pero los niños ya no la escuchaban, corrían hacia el interior
de la librería.
Allí estaba, una mujer rubia, de treinta y tantos años, firmando
ejemplares de aquel libro cuya portada era la imagen de Clementina, con sus
enfermizas ojeras violáceas bajo los ojos azules y sus coletas de tirabuzones
y, detrás... la casa abandonada.
Se acercaron a ella despacio, no podían haber pasado veinticinco
años para la niña y tan sólo unos días para ellos. La mujer levantó la cabeza y
clavó sus ojos azules con curiosidad en aquellos niños que la miraban con unos
ojos abiertos como platos, sin mediar palabra.
—¡Clemen..tina!— articuló Iván por fin, reconociendo en los
rasgos de la mujer las facciones infantiles de la niña.
La mujer se sobresaltó y les lanzó una mirada de estupor. Tan
sólo su madre y... aquel niño... la habían llamado por su tercer nombre. De pronto,
imágenes fugaces, rostros que creía haber olvidado. Se levantó de la silla,
salió de detrás de la mesa y, con la misma mirada de asombro de los niños,
murmuró.
— No puede ser... sois... vosotros.
FIN